Alojarse en Riomaggiore es una buena opción si estás planeando unas vacaciones en Le Cinque Terre. Esta hermosa localidad tiene un marcado carácter, e incluso un dialecto único y propio. Alojarse en Riomaggiore permite al viajero disfrutar de la cotidianidad de los días, de las costumbres y celebraciones. Este post es una especie de diario de mi experiencia (es por eso que quizá te extrañe que está escrito en presente).
Cada mañana , al despertar, miro al horizonte con los ojos entrecerrados, abrumada por el sol que me acaricia suavemente la piel, igual que acaricia este mar azul sobre el que se posan. Lo observo. Parece tranquilo, casi inalterable, aunque sé que en ocasiones se vuelve bravucón, amenazante, poderoso como sólo la naturaleza lo puede ser.
Me apoyo sobre la baranda de la terraza, y me sacudo los restos del sueño- aún están tibias las sábanas- cuando en Rimazùu, que es como todavía llaman a Riomaggiore algunos lugareños en el antiquísimo dialecto ligur, comienza un nuevo día. Alojarse en Riomaggiore, como un local, permite observar como el pueblo se despabila cada mañana con el tañido de las campanas de su Iglesia principal- la de San Giovanni Battista- que poco después de las siete llama a los vecinos para la celebración de la misa, cuando las calles están casi en silencio y las contraventanas de color verde permanecen aun cerradas, dormidas las almas tras ellas. De vez en cuando canta un gallo, o se escucha el motor antes de que aparezca, repentinamente, tras el verde por una curva vertiginosa, el pequeño autobús con el que los habitantes del municipio van o vienen desde las aldeas de Groppo o Volastra.
Miro el blanco campanario de la Iglesia y le pregunto:
-¿Ahora callas?.Y poco después me responde, con el inconfundible toque en el momento de la consagración durante la Eucaristía.
Alojarse en Riomaggiore, en una de esas casas aferradas a las rocas tan características de Le Cinque Terre, y de Liguria, asomadas al mar, desde las que divisar y advertir de un posible ataque pirata, permite observar sin ser visto, ser testigo de las costumbres, de lo cotidiano y de las celebraciones.

Si levanto un poco la vista puedo consultar en cualquier momento la hora exacta, en el reloj del Castillo, que parece estar a mi entera disposición. En su día fue un punto estratégico, en su papel de fortaleza, y hoy es un lugar mágico cuando en las horas de la tarde se comparte un banco, en la plazoleta anexa, con los mayores del pueblo. Gentes que charlan entre sí de las cosas del pasado ajenos, seguramente por la costumbre, a la imagen que se avista desde lo alto, al color que toman el cielo y el mar -rojo, fuego u oro- también sobre las rocas a las que se aferran las casas y la vida en Rimazùu.
En el pequeño Oratorio de San Rocco, frente al Castillo y justo a nuestras espaldas, unas mujeres se afanan en cubrir al Santo de flores blancas… En pocas horas saldrá en procesión, acompañado de cientos de velas que alumbran el camino desde su emplazamiento hasta el centro histórico. Al bajar, llegando a la Piazza della Compagnia, donde se encuentra el Oratorio de Santa Maria Assunta, tropezamos con una curiosa estampa: desde la pequeña Iglesia el monaguillo, con la casulla demasiado corta por la que asoman unas bermudas, y un crucifijo a hombros, lleva el Cristo cuesta arriba para que salga en procesión. Es uno de esos momentos en los que desearía tener la cámara presta y la vergüenza a buen recaudo.

Pienso por un momento, mirando desde la terraza, cuan protegidos estamos o al menos cuan encomendados a la Virgen y los Santos. Desde allí es posible «asistir» a la misa en el pequeño oratorio de la Assunta. Tan pequeño, de hecho, que llenan la piazzeta de sillas plegables y utilizan megafonía en el exterior. También desde aquí la vista tiene su «aquel», pues la ropa tendida en las casas anexas parece que lo está en la mismísima cornisa de la Iglesia. Serán precisamente cosas como ésta las que hacen que se mezclen lo humano y lo divino?.
Cuatro misas y una procesión, todo ello cuando llevamos dos días de estancia en Riomaggiore ¿Casualidad o fervor extremo? Bien es cierto que las fechas son señaladas: Ferragosto, 15 de agosto día de la Asunción, y San Roque. Mientras desayunamos en el Bar Centrale llega el cura del pueblo, un joven con sotana larga, el pelo alborotado y las mejillas coloradas, acalorado por la caminata y la indumentaria. Resulta inevitable que esta imagen, en mi memoria, se torne en blanco y negro, asociada a tiempos pasados.

A pesar de ser día festivo, están abiertos todos los negocios de Via Colombo, algo así como la calle Mayor, la que lleva a todos los lugares: al túnel que une el pueblo con la estación ferroviaria, a las escaleras por las que se accede al pequeño puerto, a sus restaurantes, al lugar donde atracan los barcos turísticos y desde donde se toma el camino a la playa- véase que el concepto de playa aquí nada tiene que ver con el que podamos tener en mente, pues se trata de una zona de gruesas piedras en las que resulta complicado tumbarse al sol-.
Me he dado cuenta de que en Riomaggiore es raro encontrar personas con sobrepeso, a pesar de las docenas y docenas de focaccias que se despachan en la panadería, de la pasta suculenta que se come o se cena en las casas, por cuyas ventanas escapan los efluvios delicados de tomate y albahaca, de las salsas que se guisan a fuego lento acompañadas de la música de los fogones – la que orquestan las cucharas, sartenes, ollas y tapas- e incluso de alguna cancioncilla que se tararea alegre en la cocina. Claro que ésto tiene una sencila explicación: todo el pueblo es una larga y constante subida, tanto si se sigue Via Colombo como si no. Resulta en vano buscar algún camino más liso y llano, pues si uno se aventura por los callejones laterales lo más fácil es que se encuentre con tramos interminables de escaleras. Creo que este año puedo saltarme el propósito que cada septiembre se hacen cientos, miles, de personas y ahorrarme unas cuantas sesiones de gimnasio. ¿Véis? Otra ventaja de alojarse en Riomaggiore.

Aun así no dejo de asombrarme cada vez que veo a la gente del lugar saltando entre las rocas para darse un baño en el mar. Yo, que además sufro de vértigo, siento que se me encoge el estómago mientras intento llegar hasta donde se encuentran. Cuando lo consigo, palidezco de envidia al descubrir a personas que pasan de los 70 y que se mueven, nunca mejor dicho, como pez en el agua.
Como Riomaggiore es el primero de los cinco pueblos, si se viene de la Spezia, que conforman el parque nacional de Cinque Terre, es también el primero en recibir a los numerosísimos turistas que llegan por tierra o mar. Me cruzo con ellos mientras bajo lentamente por Via Colombo para comprar pan, fruta y pecorino, o algunos tomates de aspecto retorcido pero sabor intenso- aunque presupongo que no tan exquisitos como los del huerto de mi «vecino», que cada día los riega concienzudo, taciturno, sin levantar la cabeza en ningún momento, mucho menos para saludar.-Por cierto, aquí cualquier pequeño espacio entre dos casas es un lugar idóneo para sembrar un huerto: pimientos, tomates, calabazas, judías verdes, y limoneros cargados de frutos de piel gruesa y aroma profundo.

Prefiero, después de haber comprado en todos, el «Alimentari Franca», el que está en la parte más baja de la calle, o si se prefiere el primero que se encuentra nada más salir del túnel que une la estación con el centro del pueblo. Tiene excelentes productos, está limpísimo y además es un negocio familiar en el que jóvenes y no tan jóvenes atienden con amabilidad, algo que no es excesivamente usual en estas tierras ya que los italianos de Liguria, y concretamente de la Spezia, tienen fama de poseer un carácter «cerrado» y de ser un poco desconfiados. Puedo asegurar, no obstante, que ésto puede resultar un tópico, aunque, si debo ser sincera, echo de menos la «chiaccherata» con la tendera en cualquier pueblo de la Toscana, o el saludo de los vecinos aunque les resultemos unos completos extraños.
Estoy pensando en como cambia nuestra percepción de los lugares o de las personas cuando no estamos sólo de paso, cuando permanecemos durante unos días- claro que unos días tampoco son suficientes- en los mismos. Hace un año visitamos Riomaggiore, como tantos lo visitan hoy, cámara en mano, asombrados por el encanto de las casas aferradas a la roca, fotografiando los murales del artista Silvio Benedetto, o dispuestos a iniciar el recorrido por la famosa Via dell’amore.
Nunca es suficiente, salvo que tuviésemos la fortuna de ser uno de tantos que regresan cada verano al lugar de su infancia, al calor de unos brazos maternos, al recuerdo de las risas, los juegos entre los callejones, al escondite, como siguen haciendo los niños por aquí.
Curiosamente este mismo verano he descubierto un blog que se publica en un diario nacional. Habla precisamente de eso… y quien lo escribe lo hace, precisamente, desde un lugar que descubrí, tan sólo por unas horas, el verano pasado. Se trata de Tellaro. Me provoca una sonrisa comprobar que mis apreciaciones eran ciertas cuando escribí:
«Observo a un grupo de mujeres en la mesa de al lado, poniéndose al día sobre sus vidas, de regreso al lugar de su infancia»
PD: Este y otros post sobre Cinque Terre fueron publicados originalmente entre los años 2011-2013 en el blog «De viajes y libros» (blogspot) No ha sido posible recuperar las fotos originales publicadas entonces. Aun con eso, espero que el relato de mi post os haya hecho sentir la experiencia de alojarse en Riomaggiore y pasar unos días como un auténtico riomaggiorese.
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