Cuando conocí Amberes no pude evitar el hacer esta reflexión. Y es que hay ciudades que, en cierto modo, quedan eclipsadas por la fama o el renombre de otras vecinas, o que ponemos en un lugar más abajo de la lista cuando planeamos un viaje a un país o región determinadas. No sé por que extraño motivo «alguien» decide aquello que es imprescindible ver y que no. Y algo así ocurre cuando uno piensa en una escapada a la región de Flandes. La lista la encabeza Bruselas, quizá por ser la capital y por su famosísima Grand Place, publicitada como «la más bella del mundo»; inmediatamente aparece en la lista Brujas, con sus casitas encantadoras y sus canales; Gante… y por detrás, la segunda ciudad de Bélgica, Amberes, que fue sin duda la gran sorpresa de nuestro viaje y a la que, saltándome mis propias normas, voy a poner la etiqueta de imprescindible.
La primera sorpresa, el primer descubrimiento, lo recibimos nada más llegar. La estación central de Amberes es una de las más bellas del mundo. Uno puede deleitarse en su hall durante largos minutos… si no fuera por que son tantas cosas las que nos aguardan y tan escaso el tiempo, un día, para todo lo que esta ciudad ofrece.
Cuando caminas por la calle Meir, que une la estación con el centro histórico, es imposible dejar la vista quieta y los ojos van de un lado a otro de la calle disfrutando de la arquitectura de sus edificios. En la mayoría se han instalado grandes cadenas y tiendas de ropa, incluso alguna que otra de esas que apelan a la inteligencia con la intención de vendernos un ordenador, televisión de plasma, o cualquier otra cosa que no necesitemos… ¡Que lástima!, pienso, porque probablemente sean muy pocas las viviendas que queden en esta maravillosa calle y no puedo dejar de imaginarme como sería su interior, y que estupenda vista de las fachadas vecinas se obtendría a través de las ventanas.
La Grote Mark, la Plaza Mayor, está rebosante de actividad. En ella se encuentra el Ayuntamiento y este día se celebran varias bodas, a cual de todas más curiosa. La primera pareja, que acaba de salir, ha alquilado un pequeño autobús antiguo y los invitados visten de gala. En la puerta, un montón de gente de todas las edades viste de manera informal y blanco riguroso, algunos invitados sacan sus instrumentos musicales para recibir a la segunda pareja a su salida del Ayuntamiento. Mientras tanto, un viejo Citroen «dos caballos» hace su aparición , y la novia viste falda corta y botas camperas… así que desconozco si es lo habitual pero, desde luego, aquella soleada y suave mañana de Agosto el aspecto de la plaza resulta de lo más pintoresco



Terminamos la caminata junto al río. No podemos evitar tumbarnos en la hierba, ante la mirada curiosa de los grupos de turistas que bajan de sus respectivos autobuses. Recuperados, paseamos por la orilla hasta la fortaleza Steen, que alberga el Museo Naval. No hay tiempo para el barrio de la moda, ni para deleitarnos con la arquitectura Art Noveau de Zurenborg, no llegamos a tiempo para ver la casa de Pedro Pablo Rubens… los horarios de cierre en Bélgica, lo mismo para visitar sus museos que para ir de compras, son excesivamente tempranos incluso para mí, que suelo presumir ante mis amigos de mis «horarios y costumbres europeos». Tampoco hay tiempo para ver una demostración de talla de diamantes en Diamondland, pero no importa… para nosotros, Amberes es la auténtica joya.
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