Una tarde en el Palio de Siena podría ser, pero no lo es, un título más en la filmografía de los hermanos Marx. Quizá lo acontecido en la crónica de un 16 de agosto de 2011 contenga algunas situaciones inverosímiles, una buena dosis de caos, mucha más emoción y, sin duda, una alegría contagiosa. Cuatro años atrás, un Ferragosto de 2007, me hice la promesa de regresar a la ciudad de Siena para vivir en primera persona la emoción de «Il Palio», aunque esto más que una promesa es una forma de expresar en «voz alta» los anhelos más profundos.
Una tarde en el Palio podría resumir las horas previas, y el tiempo fugaz, de la que se considera la carrera de caballos más peligrosa del mundo, la más arriesgada, la más emocionante, y en ocasiones la más criticada o denostada. Pero es mucho más que todo eso. Se inicia en las primeras horas de la mañana con la misa del «fantino»(jinete) aunque durante toda la semana se desarrollan actos y distintas pruebas hasta llegar al gran día. En realidad, Siena vive Il Palio desde el mes de Julio, pues el día 2 de ese mes tiene lugar la primera carrera en la que se decide cuales son las Contradas que llegarán al de Agosto -Il Palio de la Assumpta (de la Asunción)-.
Hasta las siete de la tarde, hora en que se cierra el acceso a la Piazza del Campo, quedan muchas horas por vivir, por disfrutar en esta ciudad que, ya he dicho en otras ocasiones, figura en mi lista de lugares favoritos, no sólo por su belleza indiscutible sino por ser poseedora de un carácter propio. Siena, que recibe de manera habitual a cientos, miles, de turistas, ve desbordadas sus calles, largas y estrechas, por una muchedumbre dispuesta a empaparse de la emoción de la fiesta del Palio, a contagiarse de la alegría de sus habitantes, aunque no tomen partido ni compartan la histórica rivalidad entre los vecinos de unas y otras Contradas, para quienes vencer la prueba es una cuestión de honor.
Tan sólo algunos insensatos -turistas en su totalidad- ocupan la Piazza desde primeras horas de la mañana, unos pertrechados con paraguas para protegerse del sol, aunque otros van más allá en su osadía y puedo observar los signos de las que serán severas quemaduras solares sobre sus pieles blancas, lechosas, que indican claramente su procedencia, sin necesidad de consultar su pasaporte. Pero muchos otros aprovechan la visita a la ciudad para conocer los innumerables tesoros que ofrece, entre ellos su Catedral, más bella si cabe engalanada para la ocasión.
Como no es nuestra primera visita a Siena – y espero que tampoco la última- no hemos querido madrugar en exceso, aunque ello nos complique, un poco más, la tarea de encontrar aparcamiento. La mayoría de los parking exhiben el cartel de «pieno» (lleno) pero finalmente nos hacemos un hueco en el de la Fortezza, gratuíto. Son las ventajas de un utilitario pequeño, como el cinquecento.
Por el camino, nos hemos desviado de la ruta más rápida para disfrutar de uno de los paisajes más sorprendentes de la Toscana, las Crete Senesi. Este paraje, que tomamos desde la salida a Betolle para continuar por Asciano hasta Taverne d’Arbia sigue sorprendiéndome cada vez que lo visito, tan diferente según la estación, pero es en verano cuando más me impacta, cuando más se asemeja a la superficie lunar – aunque nunca he viajado a la luna!- por lo que también es conocido como «crete lunari». Y no os podéis imaginar lo bello que está en primavera. Es un recorrido que nadie debería perderse cuando visite Siena. Mucho menos frecuentado que otras zonas más turísticas, y sobrevaloradas en mi opinión, conserva como pocos la esencia del espíritu toscano: recio, árido, pero suave y acogedor a un tiempo.
Esto es sólo un inciso, pero una buena forma de comenzar un día lleno de emociones, de alcanzar una paz de espíritu… que ya se romperá con la algarabía y el bullicio de Siena!. Como hemos llegado con buena disposición de ánimo, a sabiendas de que deberemos soportar aglomeraciones, paseamos sin prisa entre las calles y nos sentamos en las escaleras que suben hasta el Duomo, para disfrutar del ir y venir de gente -a salvo del sol feroz que cae de plano sobre la Piazza- donde incluso nos llega una leve corriente de aire muy agradable.
En los aledaños de la Piazza del Campo se suceden los desfiles con los miembros de las Contradas: abanderados, caballeros medievales y las mujeres y niños ataviados con el pañuelo al cuello, que entonan una pegadiza melodía. Dan ganas de unirse al desfile, confundirse entre la muchedumbre, aunque no conozca la letra de la canción…
Al igual que cuatro años atrás, decidimos repetir nuestra comida en I Terzi, donde hemos reservado previamente. El local apenas ha cambiado, aunque por la fecha señalada hay una carta diferente y ya no cuelga la pizarra con los tres o cuatro platos del día. El menú es un poco más sofisticado, pero siguen preparando unos deliciosos pici, y los precios han subido… claro que ha pasado ya un tiempo, aunque nos parezca mentira!. La verdad es que el servicio es lento y no demasiado amable, quiero pensar que por ser un día excepcional, pero hace pocas semanas unos amigos, siguiendo nuestra recomendación, han estado por allí y les ha ocurrido lo mismo. Es una pena, pero no podemos evitar que algunas cosas cambien!. Lo que permanece invariable es la ciudad, tan bella como siempre: las mismas tiendas con excelentes productos toscanos, el mismo lugar para tomar un café, un rincón donde esconderse… es una sensación extraña cuando se viaja desde otros lugares en los que se abren y cierran negocios con una rapidez sorprendente, o donde los viejos edificios desaparecen de la noche a la mañana, dejando un vacío inmenso, un solar desangelado que, tal y como están las cosas, nadie sabe que destino tendrá.
Con el estómago agradecido, decidimos dar una vuelta «de reconocimiento» a la Piazza, para comprobar su nivel de ocupación. Cuando la sombra de los edificios comienza a cubrir alguno de los ángulos, puede ser un buen momento para ocupar una posición privilegiada, sentados en el suelo como tanta gente lo hace. A mi lado, una joven aprovecha las horas para dedicarse a la lectura, en un idioma, por cierto, totalmente ininteligible. Hasta aquí llegan los ecos de la música y el redoble de tambores de los cortejos, que no cesan en su recorrido por la ciudad. Las horas transcurren lentas y los puestos que venden botellas de agua, sombreros y souvenirs para la ocasión, que se han situado en medio de la plaza, se van retirando poco después de las cinco de la tarde. Para entonces, la afluencia de público es mayor y el ambiente se anima mientras todos observamos impacientes el reloj de la Torre del Mangia.
Si algo hay que destacar en este evento, el del Palio, es la excelente organización. Cuerpos de policía, brigadas de limpieza municipal, servicios de socorro…jamás me he sentido tan segura entre una multitud, convencida de que ante el más mínimo incidente todo estaría bajo control. Como en el «making off» de una película o de un videoclip, las gradas comienzan a ocuparse- sólo por algunos de entre los más afortunados, familias de renombre o miembros importantes de las Contradas- y la Piazza recibe la llegada de mucha más gente de la que parece admitir. Pero es una falsa percepción, os aseguro que poco después, en los minutos previos al inicio de la carrera, los jóvenes seneses, que han acompañado los desfiles hasta su llegada a la Piazza, continúan entrando por un único pasillo central habilitado junto al Ayuntamiento, y no tienen reparo en ocupar el centro, aprisionados, dispuestos a vibrar con la emoción de la carrera.
Mientras, abanderados y miembros del cortejo, recorren la Piazza, deslumbrando al público con sus proezas y lanzamientos, siempre el mismo ritual… la recogida de las banderas y el redoble de tambores que preceden al lanzamiento de las enseñas, que arrancan suspiros de admiración entre el público. Nos hemos situado junto a la curva del Casato, uno de los puntos más complicados de la carrera, tan sólo superado por la famosa curva de San Martino donde suceden la mayor parte de las caidas – si el caballo llega sin jinete a la meta resulta igualmente vencedor- y algún desafortunado accidente.
Los servicios de limpieza municipal recorren la pista con grandes escobas de paja, para que quede libre del más mínimo obstáculo, que pondría en grave peligro a los participantes. El olor a tierra impregna el ambiente, mientras se apisona durante estos mismos preparativos, y cuando un cuerpo de guardia, a caballo, recorre las tres vueltas para comprobar el terreno, estremece la velocidad que alcanzan sin escuchar, ni por un instante, el sonido de los cascos sobre el terreno.
A estas horas comienza a sentirse la tensión, la impaciencia, el esfuerzo por mantenerse firme en el espacio conquistado, y también se advierten las consecuencias de algunos excesos: demasiadas horas bajo el sol de la Piazza, apenas una porción de pizza o un snack para comer… demasiado sacrificio para ocupar los primeros puestos, y la decepción de tener que abandonar su lugar justo antes del gran momento, en una de las camillas del servicio de socorro. Los sanitarios actúan con una celeridad impresionante y acceden a cualquier punto de la plaza con enorme rapidez, aunque advierten a quienes se niegan a abandonar su puesto, a pesar de la sensación de mareo o malestar, que una vez cerrada definitivamente la Piazza no podrán acudir de ninguna manera.
No es extraño que la tensión entre los miembros de unas y otras Contradas provoque algún pequeño enfrentamiento o discusión. Pero las normas de esta carrera son muy estrictas y cualquier mínimo incidente puede conllevar una amonestación o incluso la descalificación o la prohibición de participar en la prueba. En la web de la ciudad de Siena pueden incluso leerse estas amonestaciones y resoluciones referentes al Palio, del mismo modo que al llegar a la ciudad encontramos, en grandes paneles, un bando municipal en el que se publican las normas que rigen el mismo.
Probablemente este Palio de agosto de 2011 no será recordado, afortunadamente, por la anécdota que ahora circula por internet y que cual paparazzi inmortalizamos a pocos metros de donde nos encontrábamos: la actitud poco decorosa de una pareja, turistas por supuesto -y no me aventuro en la nacionalidad para no herir susceptibilidades- desde la ventana de uno de los hoteles que ofrecen habitaciones con magníficas vistas a la Piazza del Campo. El revuelo entre el público resultó ciertamente divertido, y la reacción de aquellos que se encontraban en los balcones de las casas cercanas ha provocado que incluso alguien, con poco tino musical pero mucho sentido del humor, haya «compuesto» una canción relatando lo sucedido.
Per todo este revuelo se acaba cuando los caballos hacen su entrada en la Piazza. El público en las gradas comienza a pedir silencio, y la rivalidad entre las Contradas se advierte por los vítores y abucheos de unos y otros cada vez que las autoridades nombran a aquellas que participan en la prueba final. La tensión se contagia, atenaza los músculos, y parece que apenas se puede respirar entre la inmensa marea humana que ocupa el Campo. Tan sólo durante unos segundos se hace un silencio sepulcral, casi impensable entre 60.000 almas, y una explosión en el cielo- que provoca el vuelo de las numerosísimas palomas que habitualmente habitan la Piazza- precede a la explosión de júbilo y gritos de ánimo, cada cual hacia su favorito.
Sólo los seneses pueden comprender y vivir esta enorme rivalidad, el orgullo de pertenecer a cada una de las Contradas, con una intensidad casi inimaginable. Sin embargo, resulta muy fácil contagiarse de este ambiente e incluso tener un favorito. En nuestro caso, animamos al fantino de Leocorno (el Unicornio) que en las primeras dos vueltas se sitúa en los puestos de cabeza. Para nosotros tiene un significado especial: Leocorno fue el vencedor en el Palio de agosto de 2007, en cuya víspera prometimos que algún día regresaríamos a Siena para vivir la carrera.
La velocidad que alcanzan los hermosísimos ejemplares tan sólo permite apreciar una estela de formas y colores que pasa ante nuestros ojos, mientras a nuestros oidos llega el clamor ensordecedor del público. Tres estruendos en el aire dan por finalizada la prueba, que finalmente ha vencido la Jirafa. La alegría de unos se mezcla con el llanto y los lamentos de otros y la multitud se abalanza sobre el fantino ganador para llevarlo a hombros. Mucho antes de que las autoridades abran las vallas de acceso al centro de la Piazza, los jóvenes han comenzado a saltarlas para dirigirse a las calles y celebrar el triunfo. Finalmente, y viendo que nadie nos iba a sacar de allí, optamos por imitarles dando cuenta de una agilidad que creíamos perdida. Nos despedimos de una pareja americana, con quienes hemos compartido nuestras horas de espera y el espacio reducido cerca de la curva del Casato.
Una sensación de irrealidad me invade…¿Habrá sido un sueño? Las horas de espera, la tensión y la emoción vividas, el sonido de tambores que aun resuenan en mi cabeza, los colores de los estandartes que ondean por toda la ciudad… de repente todo ha pasado, en apenas unos instantes. Comienzo a sentir cada músculo de mi cuerpo, el peso de mis piernas, de mis brazos, mientras nos abrimos paso entre las calles abarrotadas buscando una de las puertas de salida.
En Siena esta noche no termina. Volvemos la vista atrás con una nueva promesa: la próxima vez nos alojaremos en la ciudad, para disfrutar de esa noche mágica, de alegría desbordante, en la que no hay tiempo para el reposo.
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