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Il pirata delle Cinque Terre

Tal y como prometí en nuestro completísimo post con los mejores lugares para comer, sirva este breve relato para contar como conocí al «Il pirata delle Cinque Terre». Siento que no haya grandes dosis de aventura, peligros ni luchas cruentas al más puro estilo hollywoodiense, pero lo que si puedo asegurar es que al final hubo botín, suculento y dulce como pocos. Fue en mi primera visita a Vernazza

Vernazza es uno de los pueblos de este bello paraje natural conocido como Cinque Terre. Es probablemente uno de los que mayor encanto posee y también uno de los que recibe mayor afluencia de visitantes. Como es tan frecuente en estas tierras, el Castillo Doria con su torre vigila desde hace siglos ante la amenaza y los ataques de piratas que surcaban el Mediterráneo. Ahora, los únicos barcos que se ven, acercándose desde el horizonte, son las lanchas privadas, los taxis acuáticos o el servicio regular del Consorzio Marittimo Turistico 5 Terre.

Acostumbrada al asedio de los visitantes, especialmente en la época veraniega, esta población encaramada a las rocas, con una larga calle que une la estación ferroviaria con el puerto y estrechísimos callejones de empinadas escaleras, recibe al visitante con sus fachadas de colores alegres, desconchados por el azote de los vientos, la humedad y el salitre que se saborea en al aire. Demorarse en esta plaza, de sencillos pero hermosos soportales, es un placer para los sentidos y a falta de largas playas de arena fina, sumergir los pies en el mar, sentados sobre una roca, proporciona instantes de felicidad absoluta, tanto que dan ganas de gritar o chapotear como haría un niño.

Il pirata delle Cinque terre Vernazza

Los toldos y sombrillas en la plaza, en las terrazas de los restaurantes, son un verdadero reclamo para el visitante. Cestillos con ajos y limones dispuestos a posar ante las cámaras o la paleta de un pintor, casi de atrezzo si no fuera porque despiden un auténtico y profundo perfume. Pero, fiel a mi idea de que es mejor huir de los lugares con «mejores vistas» o de las zonas más concurridas en cualquier destino, salvo que a uno no le importe que las vistas vayan incluidas en la factura y a riesgo de que las mismas nos distraigan sobre la calidad de la comida (hay excepciones, claro, pero uno debe poder o querer darse el capricho) he decidido buscar uno de esos lugares donde el buen comer sea el «primer mandamiento».

Comer en Il pirata delle Cinque Terre

Esta fue nuestra primera experiencia en Il Pirata delle Cinque Terre. La reseña se publicó en mi antiguo blog «De viajes y libros» el 29 de agosto de 2011. Si leéis este post hasta el final, además de agradeceros la paciencia, entenderéis la importancia de la fecha.

Días antes de mi viaje, decidí indagar por internet… videos, opiniones, guías. En algunos casos uno solo logra obtener mayor confusión pues al adjetivo ¡excelente!, por parte de unos, sigue el de ¡nefasto! por parte de otros. Pero, por una vez, me alegro de haber insistido en buscar Il Pirata delle Cinque Terre, situado en Via Gavino – por cierto, preguntamos en varias tiendas por la dirección y no supieron indicarnos dónde estaba- que finalmente encontramos gracias a la chica de la farmacia, a quien preguntamos directamente por el restaurante…»Ah, lo conosco». Y así dimos al fin con el pirata más famoso y alegre de Cinque Terre, que conquistó este lugar con las mejores armas: ¡simpatía, estupenda comida y pastelería siciliana!

il pirata delle Cinque Terre
Cannoli sicilianos

Siguiendo la calle de la izquierda, si miramos de frente a la estación de tren, llegaréis al parking (aparcar en Cinque Terre resulta bastante complicado). Justo allí veréis un bar, el típico bar que podemos encontrar en cualquier pueblo, con algunas mesitas en la calle en las que los lugareños toman un vino. La primera reacción puede ser la sorpresa, como confieso que nos ocurrió, pero no lo penséis más, ocupad una de las mesas y dejaos aconsejar, o elegid al azar cualquiera de los suculentos platos de pasta que ofrecen y alguna ensalada – si vais al mediodía es lo que hay, los antipasti sólo los sirven en la cena-. Mi único consejo es que dejéis un hueco en vuestro estómago para el postre.

Probablemente parezca un sinsentido comer en un restaurante siciliano en Liguria, aunque entre los platos de su carta hay espacio para la cocina ligur, como los ñoquis al pesto, o la ensalada con frutti di mare (pulpitos, calamares, gambas…) y para otras recetas tradicionales en toda la cocina italiana, como una excelente lasagna de carne. Pero esta vez la excepción bien merece la pena.

El hallazgo, además, no es sólo gastronómico. Al placer de la comida se une el de la conversación, en perfecto castellano. Esto tiene una sencilla explicación, ya que «Il Pirata» y todas sus tentaciones corren a cargo de Massimo y Luca, dos gemelos sicilianos que se establecieron en este bellísimo pueblo de Cinque Terre. Massimo está casado con Noelia, una donostiarra de origen gallego, que además atiende el  negocio, osea que nos encontramos con un «rizar el rizo» de los movimientos migratorios, y el tema daría para una tesis doctoral. Como italianos y españoles compartimos una especie de deporte nacional, que no es otro que el de «pegar la hebra» (no se si el «Fare una chiacchieratta» serviría como sinónimo) la sobremesa puede alargarse con peligrosos resultados: ¡repetir postre y café!.

il pirata delle Cinque terre Vernazza
Con Gian Luca y Noelia

No es la primera vez que escribo sobre mi adicción y/o pasión por el café. Intento recordar, en cada lugar que visito, el mejor que he tomado y puedo asegurar, sin duda alguna, que fue el mejor de este viaje. Parece ser que hay un motivo para ello, según me contaba Noelia, Massimo es tremedamente exigente con el café y cambia el grosor en el molido dependiendo de las condiciones atmosféricas, mayor o menor humedad en el ambiente etc. Está bien descubrir que una no es tan neurótica con el asunto del café o que al menos hay quien comparte mi exigencia.

Luca, de cuya mano- o quizá posee una varita mágica?- surgen las más dulces tentaciones de la pasteleria siciliana, me «riñe» porque los cannoli, quizá el más conocido y popular de los dulces de esa región, son un postre para el invierno. Pero… yo no puedo viajar en invierno, y la bella Sicilia es todavía un destino escrito en el papel, en una larga lista de la que tan sólo he logrado tachar algunos nombres, de manera que creo que bien merezco la oportunidad de comer uno, al menos. Para no defraudarle, y siguiendo sus consejos, hacemos un pequeño «sacrificio» y también pedimos la panna cotta con frutos rojos.

Pero mi paso por «Il Pirata delle Cinque Terre» todavía me tenía reservada una última sorpresa: entre las decenas de fotos y postales en la pared, descubro ¡al mismísimo Rick Steves!. Ahora ya puedo decir aquello de «al fin soy como Rick Steves». Bromas aparte, y dejando bien claro que desconocía la recomendación en su guía, a pesar de que soy consciente que para los turistas norteamericanos es una especie de «biblia», voy a hacer un «poquito mío» el descubrimiento y la recomendación desde este pequeñísimo rincón de los viajes (cuando escribí esto me refería a mi modesto blog, que me dio tantas satisfacciones)

Supongo que a Massimo y Luca no les habrá importado el apelativo de «Cannoli brothers» por parte del señor Steves, ya que ellos mismos hacen gala de su alias, pero puedo asegurar que el humor siciliano es mucho más hilarante que el norteamericano. Sin que nadie se moleste- yo no lo hago- Massimo nos cuenta que la primera vez que visitó España y le sirvieron un café con leche preguntó a la camarera si no se había confundido, ¡No había pedido té!

Tan estupenda experiencia sólo tuvo un resultado: al día siguiente hicimos todo lo posible por volver, esta vez a la hora de la cena. Ahora, cumplimos penitencia por el pecado de la gula, recordando con nostalgia la textura crujiente del hojaldre de un millefoglie con crema.

Il pirata delle Cinque Terre navega de nuevo

Máquinas excavadoras, hierro y bloques de hormigón, barro y polvo…. el enorme socavón aún sin cubrir en lo que fue el antiguo parking de Vernazza, junto al río, que llegado el verano discurre tranquilo, con poca agua. El mismo río desbordado meses atrás por la furia de una lluvia incesante, como jamás recuerdan los mayores del pueblo, aquel fatídico 25 de octubre de 2011, que arrastraba muros y tejados, árboles y automóviles, lavadoras, neveras y otros enseres domésticos… y las vidas, se contaron hasta tres, de quienes obstinados o temerosos miraban al cielo sin ser capaces de abandonar el lugar que les vió nacer.

Regresamos en 2012, enamorados de esta tierra, para pasar unos días de verano en Riomaggiore.

Ya me lo había advertido Noelia en su último correo: «tenemos polvo, barro… mucho polvo» pero nadie en el pueblo puede permitirse mantener su negocio cerrado durante un año, y al menos haría falta ese tiempo para que todo volviese a la normalidad. Así que «Il pirata delle Cinque Terre» abre, precisamente en la zona más devastada de Vernazza. La figura del corsario, sable en mano, sigue recibiendo a los visitantes en el mismo lugar de siempre, aunque me olvido de preguntar si es nueva o si acaso pudo ser rescatada de entre el fango y los escombros.

La estación del ferrocarril parece la misma, pero no lo es. Mirándola ahora, desde abajo, las imágenes que emitieron por televisión, las que circularon por internet, me parecen irreales, increíbles… si la estación queda a una buena altura sobre mi cabeza, ¿cómo es posible que los railes quedasen sepultados bajo el lodo?. Doy unos pasos… retrocedo, convencida de que algo falta en este escenario. Estaba a la izquierda, de eso estoy completamente segura, pero tan solo encuentro los muros blancos. En cuanto tengo ocasión repaso las fotos del verano anterior, y allí está: la imagen a tamaño real sobre la pared , bajo un arco, el camino de piedra y la mujer de espaldas que acarrea un cesto en su cabeza; y estoy yo, jugando a simular que voy por el mismo camino que ella.

Il Pirata delle Cinque Terre Vernazza

Más arriba, en la «piazzetta dei Caduti», hay columpios nuevos para los niños. Como es pronto para comer, damos la vuelta, calle abajo, ansiosos por ver como se ha recuperado el lugar o si quedan todavía restos del naufragio. Y nos sorprende reencontrar la imagen alegre y apacible, de visitantes curioseando entre las tiendas de souvenirs, tomando un bocado rápido en la calle, como si no hubiese un antes y un después del desastre.

La pequeña capilla dedicada a Santa Marta de Betania se ha recuperado por completo y en su interior permanece la imagen venerada, patrona del hogar y la hospitalidad. Sobre ella, subiendo unas escaleritas, sigue la vineria del mismo nombre, Vineria Santa Marta. Nos alegra ver el negocio abierto de nuevo, con sus productos expuestos en la entrada, los parroquianos sentados alli mismo, junto a la puerta…. la última vez que supimos de la vinería fue a través de internet: de ella solo quedaba a la vista el rótulo de letras, color vino, descoloridas, sobre el toldo.

Angela, la propietaria, va y viene sirviendo el vino a los clientes de siempre- no es éste un negocio sólo para turistas- colocando con mimo y esmero  los productos que vende en su local. Se sorprende, con un ligero resquemor que desaparecerá enseguida, cuando le decimos que hemos traído un regalo para ella.

Il pirata delle Cinque terre Vernazza
Vineria Santa Marta, antes de las inundaciones

El verano anterior, apenas dos meses antes de las devastadoras inundaciones, tomamos desde la calle una foto de su local; el mismo toldo ahora renovado, los lugareños tomando el vino, ella misma exponiendo con sumo cuidado sus mercancías, y en los bancos más abajo, a ras de calle, las señoras que charlan entre ellas mientras reposan en el suelo las bolsas de la compra… una escena cotidiana, casi imposible de lograr si hubiésemos pretendido, a propósito y de forma premeditada, crear la escenografía de la vida diaria en Vernazza.

Por cierto, los bancos de la calle ya no están- desconozco si a fecha de hoy los habrán repuesto-. El estanco, en el que compramos una preciosa postal, y cuya propietaria nos contó orgullosa que una de sus hijas estudiaba español en el colegio, está remodelado por completo, mucho más bonito que antes. Recuerdo a la niña explicándonos, en perfecto castellano, dónde se encontraba el buzón para mandar desde allí nuestro recuerdo.

En la Plaza, bajo los soportales, allí se encontraba el buzón. Y allí siguen las fachadas de colores vivos, la Iglesia de Santa Margarita de Antioquia, que sirvió de refugio y almacén, de improvisada farmacia, a cuantos voluntarios trabajaron para auxiliar al pueblo de Vernazza; en cuyos bancos encontraron reposo los cuerpos extenuados por jornadas interminables de lucha contra el lodo y los escombros. Lo veo en las fotos del libro que compramos, para colaborar en la reconstrucción, obra de Andrea Erdna. Entre las páginas llenas de devastación y deseperanza, de miradas llenas de dolor, me emocionan las sonrisas de gratitud, de solidaridad, las muestras de afecto que trasmiten el trabajo codo a codo, mano a mano, de jóvenes y mayores, de propios y extraños.

Desde esta misma Iglesia veo como arriban los barcos turísticos, cual piratas al abordaje. Algunos atrevidos se bañan en las aguas del puerto, que todavía se ven algo turbias. Me advierte Noelia que ella no ha dejado que su niño se bañe en ese mar, a pesar de que durante un mes han estado dragando el fondo, no vaya a lastimarse con algún resto de metal retorcido, con cualquier objeto- las cámaras frigoríficas de los restaurantes, los electrodomésticos caseros, cualquier pieza perteneciente a los automóviles- pues no termina de creerse que todo lo que sus ojos vieron junto a la orilla haya desparecido para siempre.

No me canso de subir y bajar, de atravesar los callejones ocultos, desbordantes de encanto, de Vernazza. En ellos se puede olvidar el trasiego del puerto, el ir y venir de turistas en la calle principal, se puede olvidar incluso la tragedia. Pero hablar exhorciza los demonios, los miedos; limpia los rastros de la tristeza, como el agua y las palas limpiaron las calles. Aquí nadie evita hablar de lo ocurrido. Aquí nadie busca la compasión. Saben que este es un lugar especial, que deben preservar, y han luchado con todas sus fuerzas para recuperarlo.

Otra cosa son las vidas, los cuerpos arrastrados, que meses más tarde aparecieron en las costas de Niza, porque según dicen aquellos que conocen bien el mar: el mar devuelve a la tierra todo lo que de ella le llega.
La señora Pina, que a sus ochenta años limpiaba afanosamente el balcón de su casa, un segundo piso en la zona alta de Vernazza, justo enfrente de «Il Pirata», desoyendo los gritos y ruegos de los vecinos que le pedían que subiera al piso más alto del edificio.
Sauro, el hombre todavía joven que atenazado por el miedo, incrédulo ante lo que sucedía, no fue capaz de asir la cuerda que le lanzaban y decidió quedarse sentado en su negocio, un bazar en la calle principal, y dejó que la fuerza del agua lo llevase junto con el esfuerzo y el trabajo de toda su vida. Circulan videos por internet en los que se ve al hombre y se escuchan los gritos de aquellos que le piden que agarre la cuerda. No he querido verlos, no he querido poner rostro a la tragedia, bastante duro fue escuchar el relato de Noelia, la voz quebrada al hablar de otro amigo perdido: Pino, toda una vida endulzando los días desde su heladería, que esa mañana, al igual que todas, se despedía de ella al llegar a Vernazza en el tren que ambos tomaban desde la Spezia:
-Que pases un buen día!- «españolita» la llamaba.

Estoy releyendo el texto y no puedo evitar un escalofrío, un velo de tristeza que me empaña la mirada. Pero no este el objetivo de mi relato.
En apenas unos meses todo el pueblo de Vernazza había sumado esfuerzos para recibir a todos aquellos que decidieron visitar uno de los lugares con mayor encanto de Le Cinque Terre. Además, me reconforté con una buena comida en «Il Pirata», mucho más agradable desde que lo reformaron- a pesar de las circunstancias de tal «reforma»-  y endulcé cualquier resto de tristeza o melancolía gracias a Gian Luca y sus pasteles sicilianos. La chiacchierata, aunque fuese en español, corrió a cargo de Noelia. Hablamos de su añorada Galicia, de su familia tan lejos, de la temida crisis… pero nos dió una enorme lección: de nada sirve lamentarse y sólo queda -en un dicho tan español- «tirar palante».

Con la llegada del invierno Vernazza cuelga el cartel de «cerrado por vacaciones». La primavera es una época excepcional para visitar este paraje natural privilegiado. Cada año, a partir de Semana Santa, como es habitual, » Il Pirata delle Cinque Terre» navega de nuevo por las aguas del mar de Liguria.

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