Leer, viajar, escribir… poco importa el orden. Siempre he dicho que la literatura, sea o no de viajes, es una de las mejores formas de recorrer el mundo. Nos traslada a lugares cercanos o lejanos, incluso nos transporta, por arte de birli birloque, a otros momentos de la historia. Hace ya unos años que escribí este post, en mi antiguo blog » De viajes y libros» (y, si, iba de leer y viajar) Era mayo de 2013 cuando pensaba y escribía algo así:
Hay quien asegura que la crisis llegó a las librerías mucho antes que a los titulares de los periódicos. Que cada vez se leía menos, que cada vez se compraban menos libros y que cada vez eran más las librerías que cerraban sus puertas o echaban la persiana.
Cuando escuchaba o leía estas cosas siempre sentía bullir en mi cabecita un extraño pensamiento, una mezcla de resquemor e incredulidad, y argumentaba conmigo misma, en un debate un tanto absurdo, que no podía ser, que nunca antes se había publicado tanto, que eran tantos los títulos a los que debía enfrentarme, cada vez que quería adquirir uno, que me resultaba prácticamente imposible… de esto hace ya algunos años.
En otra ocasión escribí sobre la desaparición de una de las librerías, no se si decir favoritas, que formaban parte de la rutina de mi vida. Es ahora cuando comienzo a preocuparme, porque se venden menos libros, porque desaparecen los libreros… aunque sigo enfrentándome a la indecisión ante las montañas de ejemplares que se me ofrecen. Hace mucho que ninguno de ellos me mira a los ojos, suplicándome un «llévame contigo», coqueteando con una portada atractiva, con un título sugerente, aunque sigo apostando por los que para mí son un «valor seguro», mis autores favoritos. Pero echo en falta a esos otros, los del amor a primera vista, los de la seducción inmediata, los de la aventura y el riesgo, o quizá soy yo quien, después de algunos desengaños, no quiere atreverse con elecciones de resultado incierto.

Es verdad que también yo compro menos libros, por un problema de espacio físico y porque, como a casi todos, me ha tocado «mirar el bolsillo» antes de adquirirlos. Alguno pensará que lo del espacio es una excusa y que este problemilla hoy se soluciona adquiriendo libros en formato digital pero soy de las que se resisten a abandonar el papel, al menos del todo. Y por otra parte, salvo algunas excepciones, la diferencia de precio entre uno y otro formato es imperceptible. Puestos a elegir, me sigo aferrando a todo aquello que me resulta tangible.
De cualquier modo, y desde que tengo memoria, siempre fue posible leer en cantidad y calidad sin tener que desembolsar un duro, perdón un euro. Soy una defensora a ultranza de las bibliotecas públicas. Seguro que más de uno exclamará, se llevará las manos a la cabeza, esgrimiendo argumentos del tipo: «y si todo el mundo acude a la biblioteca ¿Quién va a comprar los libros?» Para mí la respuesta es sencilla, pues aquellas personas que aprendieron a amar los libros gracias a su labor, comprarán otros siempre que tengan la oportunidad.
Ahora que se ha puesto tan de moda eso que llaman bookcrossing, recuerdo con nostalgia mi época de adolescencia y juventud. El intercambio de libros con amigos y compañeros de clase, los que compraba en mercadillos de ocasión o los que cambiaba en otros puestos por un precio casi simbólico, aunque estos últimos solían ser sobre todo cómics que compartía con mi hermano, de manera que crecí también como lectora con los superhéroes de extraordinarios poderes.
Hace pocas semanas se celebraba el día del libro. Los puestos en calles y plazas, en tantas otras ferias, llenaban páginas de periódicos y titulares en televisión. Cada tarde, al salir del trabajo, cruzaba la Plaza desangelada, y miraba de reojo los puestos casi vacíos, si acaso alguna madre adquiriendo algún título infantil, y dudaba entre si debía entristecerme o enfadarme. Seguramente, la lluvia insistente y los días grises no ayudaban demasiado, pero es que ni siquiera yo sentí la tentación de pararme, pues de un vistazo resumí el catálogo de lo que se ofrecía: literatura infantil aparte, algunos bestseller en formato de bolsillo, otros de materias esotéricas…
Pero yo sigo con mi argumentación, sobre cuan barato y reconfortante resulta el ejercicio de la lectura, desde siempre pero sobre todo ahora. Gracias a las nuevas tecnologías es posible descubrir, desde hace ya tiempo, algunas revistas digitales, como la que edita (editaba) mi amigo – espero que me permita llamarlo así- Carlos Manzano, «Narrativas», que me ha posibilitado conocer tantos autores interesantísimos y darme grandes atracones de relatos. Actualizo: la revista Narrativas no se edita ya, pero es posible acceder y disfrutar de los 50 números publicados. Del mismo modo que me ha permitido disfrutar como lectora, fue una excelente oportunidad de publicar para algunos escritores, algunos noveles e incluso otros más experimentados, que tal y como está el panorama editorial lo tendrían bastante difícil.
Leer, viajar, y escribir, cada vez más en formato digital, y lo dice una nostálgica del papel, de esas que lleva, o llevaba, un cuaderno para escribir su bitácora de viaje, además de algún ejemplar que aligerase las horas de espera en un aeropuerto, o las de un vuelo. En realidad, no hay nada mejor que un buen libro mientras se viaja en tren ¿Y qué me decís de visitar las librerías más especiales y bonitas alrededor del mundo?
Como anécdota, mientras exploraba el último número de Narrativas dos mosquitos impertinentes perturbaban la paz de mi lectura, hasta que he decidido aplastarlos. Menos mal que ha sido contra la tapa de mi iPad ¡Sobre el papel hubiese quedado una mancha asquerosa!

Nunca fue tan fácil exponerse ¡Algunos incluso pueden escribir un blog! Como este, de viajes, que quizá estés leyendo. Ironía aparte, hay tanta buena, y mala, literatura en la red que uno llega a sentirse minúsculo, perdido, o abrumado y engullido. Voy de un click a otro click hasta que temo desaparecer tras la pantalla, hasta que pulso el dichoso cuadradito con la x o salgo corriendo.
Admiro a aquellos que escriben, a mis amigos, a los valientes que pelean e incluso publican. Admiro a quienes persiguen un sueño. El mío siempre fue viajar y poder contar esos viajes. Sobre si esto último es posible siempre argumenté que viajar no es un lujo, ni un capricho, sino una necesidad vital. Ya se que muchas personas no sienten ningún interés por hacerlo y yo no tengo ganas de convencerlas. Tampoco de explicar cómo se puede lograr sin tener un enorme poder adquisitivo pues quienes comparten este deseo lo saben muy bien.
En el mundo que imagino, luchar por los sueños debería ser un mandamiento, renunciar uno de los pecados capitales. Me debato ante la duda: ¿Estaré irremediablemente condenada o queda un resquicio de esperanza para la redención?
PD: En estos tiempos de confinamiento (abril de 2020) que tan duros pueden resultar para los viajeros empedernidos, siempre nos quedará leer, viajar, escribir… soñar.
Coincido contigo. El papel siempre será el papel. Por otro lado siento una gran admiración por Carlos Manzano y la labor que hace con Narrativas.
Un saludo
que entrada más real.. me entristece.
¿Triste?… en absoluto. Quizá un poco nostálgica, pero es que tú eres muy joven y seguramente no has vivido estos cambios en "usos y costumbres".
Muchas gracias, Eva, por tus palabras, en lo que me toca. La nostalgia también nos ayuda a vivir el presente, de otro modo todo lo vivido quedaría inmediatamente oculto por el día a día, se perdería en nuestra memoria, y lo que se olvida es casi como si no hubiera existido. Nunca sabremos si lo que vendrá será mejor o peor, o si lo sabemos, será tiempo después, no en el momento en que sucede. De todos modos, la vida es así: se van quemando etapas y asumiendo nuevos retos. Lo importante es hacer lo que en cada momento juzgamos oportuno, que lo que hagamos tenga sentido para nosotros. Un abrazo, querida amiga.
Un abrazo también para ti. Aquí seguimos, intentando encontrar el sentido en las pequeñas cosas.