Más frases y tópicos sobre París: la ciudad del amor, del cancán y la bohemia, de los poetas y pensadores, de los pintores en Montmartre, la que bien vale una misa – que se lo pregunten a Enrique IV- y la que siempre nos quedará… tal como aseguraba Rick -Humphrey Bogart- en la inolvidable Casablanca.

Pasear por una u otra orilla del Sena puede resultar muy romántico, disfrutando de los bellos «Hôtels» que encontramos durante el recorrido, pero también conlleva cierto riesgo, que no es otro que el de no calcular ni medir las distancias y llegar con los pies destrozados a la hora de la cena. Así que mejor será tomar alguna de las numerosísimas líneas de metro que tejen esta enorme red, para recorrer las entrañas de la ciudad.
Acceder al metro de París, uno de los más antiguos de Europa- primero se inauguraron los de Londres y Budapest- puede resultar en ocasiones tan agotador como caminar por la superficie, especialmente en algunas estaciones como la de Chatelet-Les Halles, con sus larguísimos corredores que parecen no tener fin, viejos y destartalados laberintos, andenes y vagones atestados… que acaban de un plumazo con cualquier idea romántica y nos empujan nuevamente a la superficie, buscando la luz tibia y un poco de aire, todo lo puro que se pueda esperar.
Es domingo por la mañana. París se despereza con calma, sin agobios ni claxons, con periódico y croissants. Tan sólo algunos turistas madrugadores ya visitan el Phanteon, el primer edificio neoclásico de la ciudad, en cuya cripta reposan grandes hombres de la Historia. A pesar de su grandiosidad, de su decoración pictórica, a través de la que podemos conocer la vida y milagros de Santa Genoveva, patrona de París, a quien Luis XV dedicó el edificio en cumplimiento de una promesa por la curación de una grave enfermedad, no logra conmoverme como lo hizo otro, el de Agripa en Roma, en cuyo interior las emociones se me agolpaban y las lágrimas quedaban contenidas por la voluntad y el decoro. Ni tampoco la cripta, fría y desnuda, me hace sentir cercana al espíritu de los grandes pensadores (Voltaire, Rousseau…) ni de los inolvidables literatos (Dumas, Victor Hugo…) cuyos cuerpos reposan allí pero cuyas almas parecen haber abandonado el lugar y seguramente vuelan libres. Probablemente lo más interesante del Pantheon, y lo que capta mi atención, es el péndulo de Foucault, cuyo movimiento oscilante me hipnotiza, subyugada por los principios de la física que desde pequeña tanto me costaron entender.

El enorme espacio verde de los Jardines de Luxemburgo, a pocos pasos del Pantheon, ha sido tomado por los parisinos. Pienso :»hay que ver como se cuidan», sorprendida por la cantidad de gente de todas las edades que salen a correr o juegan al tenis en las canchas del parque, mientras otros, marineros tierra adentro, compiten en disputadísimas regatas con sus veleros en el estanque central. El sol de la mañana nos invita a sentarnos y contemplar estos hermosos jardines, con sus fuentes de inspiración italiana, sus estátuas y sus enormes castaños, alfombrados en estos primeros días del otoño que lentamente cambia la decoración del lugar.
Zanganeo, animada por la temperatura suave y una brisa imperceptible, buscando un rincón donde pararme y contemplar el quehacer de unos y otros: la lectura, los juegos o, simplemente, no hacer nada… inmerso cada cual en su mundo, enredando en los pensamientos. Saboreo la mañana, y no tengo prisa alguna, ni miro el reloj para ver si se cumple el horario previsto en ningún circuíto, sintiendo un poco de lástima por los grupos con guía que recorren el parque con paso marcial.
Antes de llegar a los amplios, y casi infinitos, boulevares de Saint Michel y Saint Germain hemos dejado atrás la Sorbona, heredera de la antiquísima Universidad de París (siglo XII), y el Collège de France, enorme concentración del saber por metro cuadrado, en este barrio conocido como «latino»(debido a que el latín era el idioma utilizado en la Universidad, cuyos estudiantes eran los principales habitantes de este «quartier»). También los restos de las Termas galo-romanas y el Hôtel de Cluny, lugar en que se emplaza el Museo de la Edad Media. Pero, como siempre, hay tanto por ver y ¡Tan poco tiempo!. De manera que lo anoto en mi agenda de «pendientes», con el deseo sincero de regresar, y continúo casi sin rumbo buscando la orilla del río, único punto de referencia para poder controlar mi escaso sentido de la orientación.
En mi camino puedo comprobar que es cierto aquello de que París es ciudad de artistas, pues en los alrededores de Saint Germain des Pres, recorriendo la Rue de Seine o la de Beaux Arts, las galerías se suceden mostrando la obra de tantos pintores, escultores o fotógrafos, noveles o reconocidos, algunos de estilo indescifrable. Me pregunto cuántos de ellos serán recordados en el futuro, admirados o incluso idolatrados, como los grandes maestros cuyas obras cuelgan en las paredes de las pinacotecas más importantes, herederos y moradores del Museo d’Orsay, del Pompidou, del magnífico Louvre…

Las barcazas turísticas recorren el cauce del Sena, otra manera de ver la ciudad, pero en esta ocasión huyo de todo aquello que se supone hay que hacer en París, para buscar refugio en las calles y plazas menos transitadas. Dejo atrás las larguísimas colas ante la entrada de los museos, aunque mi esperanza de disfrutar un rato de tranquilidad sentada en los Campos de Marte se ve defraudada por el gentío que los abarrota, contemplando el más famoso de los iconos parisinos, la Torre Eiffel, gigante de hierro a cuyos pies no cabe un alma, y donde uno no sabe si mirar al cielo o al suelo, pues se corre el riesgo de pisar alguna torre de plástico, o al perrito que da vueltas hasta agotar sus pilas, burdos souvenirs que se han multiplicado desde mi última visita.

Aturdida por el murmullo ensordecedor, caigo en la cuenta de que todavía tengo un asunto «doméstico» que resolver. Curioso, porque una vez más el tópico, con frases o sin ellas, resulta cierto y una huelga general, que afecta principalmente a los transportes, me ha dejado sin tren de vuelta. París ha sido, y es, escenario de profundos cambios que a lo largo de la historia han sacudido a la nación francesa y han modificado su curso. El recuerdo y homenaje a los héroes y libertadores del pueblo es patente en plazas y monumentos, y en la estación de metro de Bastilla los mosaicos decorados cuentan con todo lujo de detalles lo acontecido. En la plaza del mismo nombre apenas quedan símbolos, y los edificios, incluyendo una nueva Ópera, nada tienen que ver con el aspecto que presentaba en el siglo XVIII. La zona se ha convertido en una de las más animadas de París y, desde allí hasta la plaza de la República, restaurantes, bares o clubs de jazz se convierten en lugar de encuentro para quienes viven mientras la ciudad duerme.

Por si no eran suficientes frases y tópicos sobre Paris : «Arde París» – leo en los titulares de prensa unos días más tarde, en referencia a las jornadas de huelga y manifestaciones. Pero también era, en esos días, una auténtica fiesta (no me podía olvidar del gran Hemingway) como la que se vivía en la feria del vino de Montmarte, más animado el barrio que de costumbre si cabe. Una copa para olvidar las preocupaciones, la pequeña decepción de acortar nuestra breve estancia, con el ánimo alegre, con una promesa y un brindis por un próximo regreso.
PD: mi agradecimiento a Raquel Caparrós por sus maravillosas fotografías ya que no dispongo de las originales de mi viaje. Os recomiendo seguir su cuenta de instagram @raquel_caparros.
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