Regresar de un viaje, aunque no sea uno de esos larguísimos que nos lleven a recorrer medio mundo, puede provocar sentimientos de lo más contradictorios. Unas veces decimos eso de «hogar dulce hogar», otras lamentamos la vuelta y desearíamos haber continuado y alargado el periplo de manera casi indefinida.
He recuperado este post de mi antiguo blog. Miro la fecha de publicación (agosto de 2013) y pienso que podría haberlo escrito ayer mismo. Regresar de un viaje que ha sido distinto a tantos anteriores te trastoca, todavía más, la rutina.
Fue el primero, de larga distancia, con nuestro perrribloguero Toby. Viajar con tu mascota te obliga a replantearte muchas cosas a la hora de escoger destino y un largo etc. pero no por ello es menos gratificante.
Y tú ¿Cómo te sientes al regresar de un viaje?
Son ya tres noches que no duermo, o al menos no todo lo bien que desearía. Me despierto continuamente de un sueño no demasiado profundo y aprieto los párpados con fuerza, como si de ese modo fuese imposible desvelarse. También para resistirme a mirar el despertador, mejor no saber qué hora es, ahora que por fin me he dado cuenta de que es el mismo despertador de siempre, que sigue en el mismo lugar sobre la mesilla.
Alargo la mano para advertir la presencia cotidiana de quien comparte mi cama, porque si de algo estoy segura es de que ésta es mi cama. Las de los hoteles son a veces tan grandes que ni aun estirándome atravesada, tal y como me gusta hacer, llegan los cuerpos a tocarse, ni siquiera un roce con el dedo gordo del pie.
Al menos ahora soy consciente de que he regresado, ha desparecido la angustia inicial, el desconcierto de no saber donde me encuentro en mitad de la noche. Nos se si debo sentirme aliviada o por el contrario puede más la nostalgia de dormir en otro lugar, de ver otras calles y otras gentes, de huir de la rutina.
Me preocupa que en esta ocasión me cueste decir eso de «hogar, dulce hogar». Debe ser porque el hogar no es para mí un lugar físico, cada vez siento menos apego a las cosas, sino que lo forman las personas y personitas a las que te sientes unida. Y en esta ocasión mi hogar ha viajado conmigo, ha sido casi todo mi equipaje
Consejos (que te pedirán, si o si) al regresar de un viaje
Siempre, al regresar de un viaje, mis amigos me preguntan, quieren que les cuente, que les hable de los lugares visitados. Conocedores de mi curiosidad infinita, de mi inquietud, de esa eterna manía de no parar, de planificar, de exprimir cada minuto y no saciarme, de mirar con los ojos muy abiertos lugares y gentes, de saborear e incluso de cerrar los ojos para percibir el olor de un aire distinto al que respiro cada día.
Yo me encojo de hombros y sonrío, asegurándoles que he visitado lugares hermosos, que he visto lagos, ríos y montañas, pueblos encantadores e incluso ciudades «desiertas», como lo son tantas cuando llega el mes de agosto, pero que esta vez me cuesta recordar algunos nombres, que mis mapas no están llenos de anotaciones, al menos no tanto como otras veces, y en mi maleta ningún souvenir, con la excepción de un imán pequeño porque apenas queda espacio disponible en la puerta de la nevera.
Quisiera darles mil consejos, decirles qué pueblos y ciudades no deben perderse, recomendarles un restaurante… y seguramente lo haré, como desde hace algún tiempo lo hago desde aquí.
Sin embargo, al regresar de un viaje como este, lo primero que me viene a la cabeza son las risas, las anécdotas y situaciones compartidas, los miles de kilómetros en nuestro coche que, a pesar de los años y algunas abolladuras, se ha portado como un «campeón».
De este viaje me queda la música en la radio…»RTL 102.5 è anche la mia estate», los «cabreos» cada vez que llegábamos a un peaje en las autopistas francesas- ¡y menos mal que, por una vez, no hemos encontrado los tan habituales grandes atascos!- el ansia compartida de llegar al túnel de Grimaldi, por el que se accede desde Francia a Italia, como lo hicimos unos años atrás… Nosotros, los mismos, y nuestro coche, todos con algunos años más.
Al llegar a este punto no podemos evitarlo: nuestro ritual consiste en bajar las ventanillas, subir el volumen de la música y cantar a voz en grito algún éxito de la música italiana… este año toca «Antonino»!.
Esta vez llevamos un pasajero extra, que levanta levemente sus larguísimas orejas y nos mira con resignación, suspirando de una manera que todavía nos hace reir más… debe pensar que estamos completamente locos ¡Ay si pudiese hablar!, mientras aguanta estoicamente las largas jornadas en coche.
Buscar alojamiento con tu mascota
Toby se mueve nervioso cuando llegamos a uno de esos hoteles de carretera, prácticos, sencillos y relativamente económicos, pero con habitaciones diminutas- al menos, aunque es casi lo normal en Francia, admiten perros- y no parece encontrar un rincón donde acomodarse. Cada vez que uno de nosotros hace ademán de salir de la habitación se pone en pie, temeroso de ser abandonado… otra vez.
Viajar con él ha supuesto un gran cambio a la hora de planificar estancias y rutas: marcar la casilla de «admiten mascotas» cada vez que buscamos un hotel o apartamento, consultar las condiciones de transporte de los medios públicos… afortunadamente tanto en Trenitalia como en los servicios de navegación de los Lagos (en este caso el de Iseo) pueden viajar sin ningún problema, incluso ha disfrutado del novísimo metro de la ciudad de Brescia, inaugurado apenas tres meses antes de nuestra visita, donde ha viajado fresquito, sin bozal y sin necesidad de sacar billete.
Con él no se puede acceder a los museos o las Iglesias, pero hemos disfrutado de paseos junto al Lago , hermosas plazas e incluso fiestas populares, donde hemos compartido nuestra carne a la parrilla, pizzas e incluso helados, pues ¿Quién puede resistirse a esos ojos suplicantes y al modo de relamerse cada vez que nos sentábamos con un cono entre las manos?
Viajar con la familia «al completo» ha supuesto un ejercicio de generosidad por parte de todos, de saber adaptarse, de renunciar a algunas cosas o actividades, aunque no a todas.
También nos ha brindado una buena oportunidad para entablar conversación a la primera de cambio, pues pocos eran los que se resistían a hacerle una caricia, un comentario- che bello! el más repetido- y a preguntarnos el sexo, la edad y si era un setter… y una vez más repetir la historia de como entró en nuestras vidas, de que abandonado seguramente por unos cazadores acabó en la perrera.
Anécdotas viajeras con tu mascota
Por Toby escogimos aquel otro hotel, para el trayecto de vuelta, porque también admitían animales, y vivimos una de las situaciones más absurdas de nuestro viaje: ni una palabra de otro idioma diferente al francés por parte de las personas que lo regentaban- una pareja madurita de caballeros de aspecto un tanto cómico, alto y delgado uno, bajito y algo regordete el otro, que cubrieron de sábanas el suelo enmoquetado de la habitación.
Aquello debió parecerle tan extraño a nuestro perro, que buscó el único rincón sin cubrir para acomodarse hecho un ovillo. Esta anécdota nos otorgó el título de «una de las peores experiencias en hoteles» en este blog.
Juro que en la página de reservas, de cuyas opiniones suelo fiarme, decía: » con una espléndida bienvenida, el hotel d’Angleterre hará que su estancia sea muy placentera…» y, en las fotos, las habitaciones no tenían el aspecto lóbrego y ajado de la nuestra, ni el desayuno era tan parco y poco apetecible.
Así que lo anoto en la, afortunadamente, breve lista de «lugares a los que no volver». Debo decir no obstante que las sábanas y el baño estaban limpios. Así que nuestro paso por Salon de Provence, cuna del famoso Nostradamus, quedará para siempre en el apartado de anécdotas ya que la «cosa» no acabó aquí.
Intentando encontrar algún sitio para la cena, decidimos buscar una «Creperie», para mí valor seguro en el país galo. La única que encontramos abierta- pues son muchos los establecimientos cerrados por vacaciones- tiene las mesas llenas pero su, no muy simpático, camarero no nos ofrece siquiera la posibilidad de esperar 15 ó 20 minutos a que se libere una.Bromeamos diciendo que esta misma situación en Nápoles se hubiese resuelto con un contundente «dieci minuti» (En Nápoles siempre te asegurarán que la espera para comer o cenar es de 10 minutos), que seguramente se hubiesen convertido en una hora, pero que hubiésemos recibido con mejor humor.
De modo que, al final y como casi siempre, optamos por arriesgarnos con un restaurante italiano donde la calzone no me sabe a pizza sino más bien a empanada de carne, y las raciones generosas de pasta no tienen el punto de cocción deseado, aunque son perfectamente digeribles. Además nos encontramos con un camarero simpatiquísimo con quien conversamos mitad en español, mitad en italiano.
Lejos de enfadarnos, decidimos asumir todas estas situaciones con humor, jurando que «no lo contaríamos» y aquí estoy yo sin poder evitar irme de la lengua. Dicen que los perros no tienen memoria, aunque yo no soy de la misma opinión. Ahora, de vuelta a casa, miro las fotos de aquel primer viaje con nuestra mascota.
Toby esta tumbado, tranquilo, sobre el empedrado de una hermosa plaza (Piazza del Mercato en Pisogne) y yo le digo:
-Toby, ¿sabes que en esta misma plaza, hace siglos, quemaron a un grupo de mujeres acusadas de brujería? Pero esa es otra historia y te la contaré en otra ocasión.
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