Esta ruta por la Bretaña y Normandía es la segunda parte de nuestro roadtrip . Dejamos nuestra casa en la Bretaña, en la localidad de Ploërmel, para dirigirnos al Norte, a Dol de Bretagne que, además de ser un pueblo precioso, está estratégicamente situado para visitar la Bahía de Mont Saint Michel, Saint Malo, Dinan y muchos otros lugares imprescindibles en este viaje.
Segunda etapa de la ruta: Bretaña y Normandía
Tenemos que decir que nuestra primera intención fue la de organizar un viaje a Normandía pero, después de ver y leer tantísimos artículos y blogs, no pudimos resistirnos a conocer la Bretaña. Estamos seguros de que regresaremos para conocer más a fondo la región normanda, ya que se merece muchos más días de los que pudimos dedicarle.
Día 5: Dol de Bretagne- Le Vivien Sur Mer- Cancale- Saint Malo- Saint Suliac
Escogimos Dol de Bretagne por su cercanía a tantos lugares imprescindibles, y fue toda una sorpresa descubrir que es un pueblo lleno de encanto, con una Catedral impresionante, la de Saint Samson, que fue uno de los siete santos fundadores de la Iglesia de Bretaña. Con una mezcla de estilos, ya que comenzó a construirse en los siglos XII y XIII pero se fueron añadiendo elementos hasta el siglo XVI, es una visita obligada en esta localidad.
A pesar de que nuestro apartamento era mucho más pequeño que la casa de Ploërmel, tenía la ventaja de tener todo a mano: tiendas, restaurantes y sobre todo las panaderías-pastelerías que tanto nos gustan en Francia.
En la Grande Rue Le Stuart, los pub y cafés ocupan los bajos de las casas de entramado de madera, de entre las más antiguas de Dol la des Petits Palets, del siglo XII.
Siguiendo las recomendaciones de nuestras anfitrionas, y también a causa de las obras, nos dirigimos a la carretera que llega hasta Saint Malo por la costa. Cancale no figuraba entre mis prioridades en la zona, pero ya que nos lo recomendaron nos encaminamos hacia allí. Por el camino descubrimos la encantadora Le Vivien Sur Mer, con una playa espectacular, los molinos de viento reconvertidos en bonitas viviendas, y muchos pequeños restaurantes que servían marisco. Si tuviese que elegir un lugar para unas vacaciones de verano junto al mar, escogería esta localidad sin dudar un segundo.
Cancale resultó tal y como me lo imaginaba e incluso me recordó por momentos, aunque con el añadido del glamour que otorgan los nombres en francés, a algunas poblaciones costeras del norte de España. Famosa por sus ostras, que se pueden degustar en los numerosos restaurantes frente al mar o en los puestos al final del puerto, es una parada obligatoria para los amantes de este apreciadísimo molusco, aunque en realidad podréis tomar ostras en cualquier lugar de la costa bretona e incluso en el interior (en el mercado de Fougères, por ejemplo)

Tras un breve paseo por Cancale (por cierto, las mejores vistas se obtienen antes de llegar, desde lo alto, en la carretera de la costa) nos dirigimos a Saint Malo, ciudad corsaria por excelencia. A sabiendas de que era imposible ver toda la ciudad (aunque sus playas y paseos merezcan mucho la pena) nos dirigimos a intramuros para visitar la Catedral y recorrer la muralla que ofrece unas increíbles vistas por los cuatro costados. Sin restar méritos ni interés, la ciudad me pareció excesivamente turística de modo que, a riesgo de que me lluevan las críticas, si alguien me pregunta si la visita a Saint Malo es imprescindible diré claramente que no.

Desde Saint Malo teníamos dos opciones: visitar Dinard, cruzando por el impresionante «Barrage de la Rance» o dirigirnos, de camino a casa, a la pequeñísima pero encantadora localidad de Saint Suliac. No quise perderme esta última, considerada uno de los pueblos más bonitos de la Bretaña. Llegamos a última hora de la tarde y lo encontramos absolutamente desierto. Paseando por el puerto solo se escuchaba la música de una banda de música, que ensayaba a esas horas. La iglesia, una de las más antiguas de Bretaña, no deja de recordarme a tantas otras que hemos visitado en algún viaje a Inglaterra, con las lápidas de piedra en el exterior y unas vistas impresionantes sobre el estuario del rio Rance, un lugar excelente para el reposo eterno- pienso-.
Día 6: Normandía, las playas del Desembarco
Descartada una ruta completa por la región de Normandía (hubiésemos necesitado más días) decidimos que al menos, junto con Mont Saint Michel, teníamos que hacer esta visita.
Confieso que era un tanto escéptica o quizá no sabía muy bien qué esperar de un lugar como este, antes de conocerlo. Había visto los lugares del desembarco en cientos de blogs y webs y Omaha Beach me parecía una «simple playa». Nada más lejos de la realidad.
Nuestra visita coincidió, además, con los actos de conmemoración del desembarco (6 de junio) así que imagino que por ello encontramos tantas recreaciones, vehículos de la época y gentes de todo el mundo con uniformes militares.
No voy a hacer un copia-pega de los cientos de blogs de viajes relatando la Batalla, para ello hay fuentes más fidedignas y especializadas. Si os recomiendo que visitéis el link que he dejado unas líneas antes, o que acudáis a «san google» para conocer los blogs especializados en historia, que los hay y muy buenos.
De camino a Colleville -sur -Mer encontramos, de casualidad, el cementerio alemán (en la localidad de La Cambe). Nos detuvimos a visitarlo, así como el centro de información en el que se pueden ver cantidad de fotografías e imágenes de prensa de la época. El cementerio, siguiendo la tradición alemana, es un enorme jardín rodeado de árboles sobre cuya hierba sobresalen algunas cruces oscuras y pequeñas placas a modo de lápidas. Una asociación se encarga de su mantenimiento y de hecho, durante nuestra visita, vimos como lo hacían.

El cementerio alemán de Le Cambe es un cementerio de guerra, y hasta 1947 reposaron en él tanto soldados norteamericanos como alemanes. Desde ese año, alberga las tumbas de más de 21.000 soldados alemanes, ya que los soldados norteamericanos fueron exhumados y repatriados o trasladados al cementerio americano, según los deseos de sus familiares.
Proseguimos hasta Omaha Beach para visitar el Museo del Memorial. Son numerosísimos los museos dedicados a la batalla de Normandía, tanto en los alrededores de Omaha Beach como en otras ciudades (Bayeux, Caen…) pero, salvo que dedicásemos un viaje única y exclusivamente a los lugares del desembarco, sería casi imposible conocerlos todos.
Omaha Beach es una larguísima y hermosa playa pero, recorrerla imaginando los sangrientos acontecimientos que tuvieron lugar allí, impresiona. El memorial de Les Braves, una enorme escultura en el centro de la playa, representa la esperanza, la libertad y la fraternidad.
Desde Omaha Beach al cementerio americano de Colleville- sur-Mer encontramos otro de los museos, el Overlord (nombre en clave de la batalla de Normandía) Museum. Aunque no entramos, si que nos detuvimos para ver los alrededores, adquirir algún souvenir (vale, este es nuestro punto friki, comprar camisetas) y admirar la música de una grupo de gaiteros escoceses, que se unieron a los actos conmemorativos y recreaciones de la época.
Ya he dicho anteriormente que no sabía muy bien qué esperar, o lo que iba a suponer para mí visitar los lugares de la batalla de Normandía. Debo admitir que me gustó muchísimo más de lo que esperaba, que me pareció una forma excelente de «leer» la historia, que percibí un enorme respeto hacia todos los bandos, y la clara enseñanza de lo que no puede o debe repetirse. Pero si hubo un lugar que me impresionó, más que ninguno, fue el cementerio americano de Colleville-sur-Mer.
Las miles de cruces blancas (también hay estrellas de David en las tumbas de los soldados judíos) se alinean perfectamente, sin desviarse un milímetro, y los ojos no alcanzan a vislumbrar el final del Camposanto. Recorrerlo, dividido en sectores organizados alfabéticamente, es recorrer los 50 estados norteamericanos, es poner nombre y apellidos a tantos jóvenes, demasiado jóvenes, que perdieron la vida.
En estos días hay flores en muchas de ellas y encontramos ciudadanos de Estados Unidos que visitan muy probablemente a sus familiares ; padres, abuelos, hermanos quizá… hago cálculos ¡Hace realmente tan poco tiempo!
La niebla que ese día entra desde el mar, tan cercano, hace que el lugar resulte más triste.
Si hay un imprescindible en una ruta por Bretaña y Normandía es visitar alguno de estos lugares. Aquellos que seáis apasionados de la historia encontraréis en la costa normanda suficientes lugares para hacer un viaje monotemático. Nosotros tenemos claro que regresaremos para conocer a fondo la región y ver algunos más.
Día 7: Le Mont saint Michel y Dinan
Madrugar para ir a Le Mont Saint Michel fue una buena idea. Es lo que recomiendo a todo el mundo, ya que en cuestión de minutos el parking comenzó a llenarse y la afluencia de gente era más que considerable.
Perdimos algo de tiempo en nuestra intentona de dejar a Toby en el centro de visitantes pero, tal y como resultó (podéis leerlo en nuestro post), no pudimos coger los autobuses gratuitos y tuvimos que hacer el recorrido a pie por la pasarela. Como veis en la foto, el día estaba nubladillo.
La víspera habíamos comprado las entradas a la Abadía por internet. Tienen un año de validez desde la compra, así que no os preocupéis porque no tienen fecha ni hora para utilizarlas. La visita la hicimos por turnos, y Toby pudo recorrer las murallas mientras tanto, desde donde además se pueden hacer unas fotos espectaculares de la Bahía, sobre todo si hay bajamar. La audioguía está genial para hacer la visita, y eso que no escuché todas las explicaciones adicionales por no alargarla en exceso. Compré una pequeña guía en papel, segura de que las explicaciones se me olvidarían pasado un tiempo, y un par de marcapáginas para mi colección.
El pueblo es encantador si no fuera por la aglomeración de gente en las calles estrechísimas, llenas de tiendas de souvenirs y restaurantes. A pesar de todo ello esta es la Visita, así con mayúscula, imprescindible en un viaje a Bretaña y Normandía. Le Mont Saint Michel y su bahía son Patrimonio de la Humanidad UNESCO desde 1979.
Seguro que muchos habréis oído hablar de La Mere Poulard, conocido restaurante en Le Mont Saint Michel, que comenzó en 1888 como pensión o fonda para los peregrinos que iban a visitar la Abadía. Hoy en día es un hotel-restaurante mucho más lujoso aunque aseguran que sigue preparando la famosa tortilla hecha sobre la lumbre, con la misma receta de entonces. Compramos unas latas de pastas en la tienda de la Mere Poulard. Estaban buenas pero sobre todo las latas eran preciosas, así que es un buen detalle para regalar a vuestros familiares y amigos.
Otra vez una lluvia fina nos hizo recorrer a buen paso la pasarela en dirección al parking. Como nuestra casa estaba a menos de media hora decidimos pasar por allí, comer algo, y decidir qué hacer el resto del día. Dinan también está a 25 minutos de Dol de B. y era un buen plan para pasar la tarde. Además, otra vez lucía el sol ¡Cosas del clima en Bretaña y Normandía!
Dinan es una de las ciudades bretonas que más nos gustaron. Pudimos aparcar en el centro y además, al ser festivo, gratis.
Posee un gran número de casas de entramado de madera (115, según parece) y un bello recorrido por la ciudad medieval, con las calles dedicadas a los gremios artesanos (curtidores y tejedores, sobre todo) donde perdura la actividad artesanal y los pequeños talleres de soplado de vidrio. La Iglesia de San Salvador, con su mezcla de estilos bizantino y románico, la Torre del reloj, el Castillo, el jardín inglés y las espectaculares vistas que ofrece, la calle más famosa y empinada de Dinan (Rue Jerzual) que conecta la ciudadela medieval con el puerto, en el rio Rance… seguro que me olvido de algo.

En el mapa turístico de Dinan hay marcados dos recorridos: uno atravesando la ciudad medieval y bajando hasta el puerto; el otro por encima de sus murallas, un recorrido panorámico único. Nosotros hicimos tan solo el primero. Si me preguntáis si volveré a Dinan algún día ¡Estoy segura de que lo haré!

Día 8: Fougères y Dol de Bretagne
El día amaneció lluvioso, pero es frecuente en Bretaña que llueva durante una parte del día y, además, no habíamos llegado hasta allí para quedarnos encerrados. Bretaña y Normandía no están al lado de casa de modo que, pertrechados con chubasqueros y paraguas, nos dirigimos a Fougères, con la intención de visitar también Vitré. He dicho con la intención, pero no voy a adelantar acontecimientos.
El sonido y la fuerza del agua, que mueven los molinos alrededor de la fortaleza, nos reciben nada más llegar. El Castillo de Fougères, considerado uno de los más grandes y mejor conservados de Europa, tuvo un enorme papel defensivo durante la Guerra de los Cien Años. Merece la pena visitarlo con ayuda de la audioguía (incluída en la entrada, 8,50€) para comprender la importancia de esta edificación. Mientras lo visito, Toby tiene que esperar acompañado en uno de los cafés próximos.
Paseamos por el barrio medieval, junto a la fortaleza, descubriendo las casas de los siglos XVI y XVII en las que habitaban los comerciantes, curtidores y molineros. Entro, de nuevo sola, a la Iglesia de San Sulpicio.

Para llegar a la Ciudad Alta hay un recorrido a pie recomendado en los mapas turísticos. Pasa por los jardines públicos, un entorno precioso desde el disfrutar de unas vistas espectaculares de la Ciudad Baja, pero un cartel de «prohibido perros, incluso atados» nos disuade. La verdad es que Fougères no resultó una ciudad demasiado dogfriendly. Eso y la lluvia, fina pero incesante, hizo que no nos quedase un buen recuerdo de la visita. Probablemente nuestras expectativas fuesen demasiado elevadas, ya que todo aquel que viaja a Bretaña considera que es un lugar imprescindible.
En la Ciudad Alta los puestos del mercado ofrecían frutas y verduras colocadas con esmero, pero también espectaculares ejemplares de crustáceos y mariscos, y ostras. Las fachadas neo-renacentistas de los edificios, el Teatro Victor Hugo, el Ayuntamiento o la Iglesia de San Leornardo son parte del atractivo de esta parte de la ciudad. Aprovechamos para comprar pasta fresca en «Abruzzo», en la Rue National, un establecimiento especializado en productos italianos y decidimos que lo mejor es ir a casa a comer, ya que la lluvia parece arreciar de nuevo. Vitré, que era parte del plan del día, quedará pendiente para otra ocasión porque, como ya he dicho, si de algo estamos seguros es de que volveremos a Bretaña y Normandía.
Como ya habíamos comprobado anteriormente, la niebla o la lluvia en Bretaña pueden aparecer y desaparecer como por arte de magia. Disfrutamos la pasta recién hecha, descansamos, y la tarde decidió regalarnos un sol maravilloso. Pudimos recorrer el paseo alrededor de las murallas de Dol de Bretagne y descubrir el resto de la magnífica exposición de fotografía al aire libre (solo habíamos visto las obras en la Rue des Stuarts y delante de la Catedral) que se celebraba en esas fechas y que, una vez más, nos convenció de la gran importancia que se le da al arte y la cultura en el país vecino. También pudimos relajarnos en la terraza de un pub y dedicarnos a no hacer nada ¡Al fin y al cabo estábamos de vacaciones! y parece que a menudo, cuando viajamos, se nos olvida.

Día 9: Locronan-Pointe du Raz- Concarneau
Dejamos definitivamente Dol de B. En lugar de regresar a casa por la misma ruta que hicimos a la ida, decidimos prolongar el viaje un par de días recorriendo la costa para conocer, aunque someramente, el finisterre bretón.
Llevábamos anotados algunos lugares más pero la intensa niebla nos disuadió de parar en la costa y emprendimos el camino hasta Locronan. Este pueblecito de cuento está considerado, y con razón, uno de los más bonitos no solo de Bretaña sino de Francia. Todo parece estar en su sitio, hasta la última flor o planta, y las tiendas de souvenirs se alternan con los talleres o galerías de pintores y otros artistas. La Iglesia de Saint Ronan (San Román) con unas coloridas vidrieras y la losa funeraria del santo en la Capilla de Pénity, adosada al templo, merecen una visita. Locronan es de esos lugares en los que tan solo pasear por sus calles, sentarse a tomar un café o curiosear entre las tiendas, son suficientes atractivos.
Por ponerle un pero… ¿Quizá demasiado turístico y con cierta sensación de atrezzo? Es probable pero, personalmente, me encantó.
Desviarnos hasta Pointe du Raz para llegar hasta Concarneau, supuso al menos añadir dos horas a nuestro itinerario ¿Queréis saber si realmente valió la pena? Os lo explico a continuación.
Habíamos leído maravillas sobre este lugar y, ya que la niebla matutina nos disuadió de acercarnos hasta la costa de granito rosa, decidimos que el atardecer era un buen momento para llegar hasta este punto del Finisterre bretón, pasear con Toby y disfrutar de la brisa marina.
Entiendo que, para quienes viven tierra adentro, caminar junto a acantilados pueda resultar sorprendente. Pero si tengo que ser sincera, la costa gallega, en España, no tiene nada que envidiar a la Pointe du Raz. Me estaba acordando del maravilloso recorrido en Cabo Home (Rias Baixas) o de A Costa da Morte, incluso de lugares que quedan cerca de casa, en Guipuzcoa, o en Cantabria. Personalmente, me hubiese ahorrado las dos horas de más.
Este espacio natural protegido ofrece dos recorridos (uno de media hora y otro de dos horas) Evidentemente hicimos el corto, hasta la Virgen de los Ahogados y la punta. Lo mejor, el aroma de la retama o los brezos mientras caminábamos.
Me quedé con ganas, sin embargo, de visitar poblaciones cercanas como Le Petit Croix, y de ver cuanta iglesia de piedra encontramos de paso. Me impresionó especialmente la de Confort Meilars, con su imponente Calvario. Como las imágenes están sujetas a derechos, no voy a descargarlas, pero os dejo un enlace.
Recorrer la costa bretona y sus famosos faros (¡82 nada menos!) es un buen plan y mucho mejor en invierno, con el mar agitado. Pero este sería otro viaje.
Llegamos a Concarneau cansados y con tiempo para un paseo y una cena. La famosa creperie «Le petit chaperon rouge» estaba cerrada por descanso, así que buscamos un restaurante frente al puerto para reponer fuerzas.
En la Ville Close, la fortificación medieval junto al puerto, de tan solo 380 metros de largo por 100 de ancho, los comercios y restaurantes están cerrando y todo está en paz. Nada que ver con el bullicio que encontraremos por la mañana. A pesar del exceso de comercios turísticos, pasear por las murallas, visitar la antigua la Iglesia de Saint Guénolé o la Plaza del mismo nombre, son muy recomendables y, si disponéis de tiempo, el museo de la pesca.
Día 10: Concarneau- Pont Aven-Les sables d’Olonne
Después de pasar parte de la mañana visitando la Ville Close dejamos Concarneau. A tan solo a 16 kilómetros llegamos a Pont-Aven. Considerado uno de los pueblos más bonitos y famoso, sobre todo, por aparecer en gran número de obras pintadas por Paul Gauguin quien decidió trasladarse a esta encantadora población durante el verano de 1886. No fue el único artista que pasó por Pont-Aven (literalmente el puente sobre el río Aven) y aun hoy son muchas las galerías y los pintores que residen allí. Se puede visitar el museo de Bellas Artes o simplemente dejarse llevar y mecer con el sonido del río a su paso, o pasear por el bosque del amor, auténtica inspiración para Gauguin.
Nos regalamos una buena comida en el restaurante italiano Ca’Lidovine, prácticamente sobre el río, para endulzar la vuelta a casa y casi el final del viaje. Nuestra próxima parada ya está fuera de Bretaña y Normandía.
Les Sables d’Olonne (en el Departamento de la Vendèe, Paises del Loira) es una típica población de turismo estival pero es, sobre todo, conocida por ser la sede de la que parte una de las regatas más famosas del mundo. Para los apasionados de la vela, la Vendèe Globe (vuelta al mundo en solitario, sin escalas ni asistencia) es más que un referente.
El larguísimo paseo marítimo se ha convertido en una especie de paseo de la fama, con placas en el suelo y las huellas de los regatistas vencedores. Por lo demás, podría ser cualquier localidad turística del litoral, víctima de los desmanes urbanísticos de los años 60 y 70, aunque me alegra descubrir algún vestigio de edificaciones modernistas realmente bellas. También el pequeño barrio de pescadores (Penotte Island) y sus casas decoradas con conchas marinas y el museo del mar (que no visitamos)
Apenas ha comenzado la temporada (es primeros de junio y todavía no hace demasiado calor) y la playa se ve tranquila.
Un largo paseo y una cena en la terraza de un café junto al mar no es una mala forma de despedir las vacaciones.
Dia 11: Vuelta a casa
Esto se acaba. Cuando se que tenemos que regresar me entra el gusanillo de llegar a casa lo antes posible. Desde Les sables d’Olonne son 670 kilómetros.
De camino tenemos la hermosa ciudad de Burdeos, que ya conocemos de otras ocasiones. Si no habéis estado es un lugar estupendo para una escapada, os lo recomendamos. Lo mismo podemos decir de la ruta que atraviesa el parque natural de Las Landas, o de Bayona y Biarritz.
Hogar, dulce hogar ¿En serio? Nosotros ya estamos pensando en la próxima ¿Y vosotros, sentís más alivio o tristeza al final de un viaje? ¡Contádnoslo en los comentarios!
Hola! Me ha encantado todo, gracias por compartirlo 😊
Aunque tengo una duda. ¿Pudisteis entrar en algún museo de Normandía con Toby? Concretamente donde el desembarco. Yo tengo un teckel y estoy pensando en ir a Normandía este verano. Gracias de antemano
Hola Sonia. Nosotros no entramos con Toby en ninguno, nos turnamos para las visitas pero acabo de ver como novedad que elDDay Omaha Museum admite desde 2021. Te dejo su web: https://www.dday-omaha.fr/en/
Por lo demás es un destino genial con los perretes. Espero que lo disfrutes