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Shakespeare and Company en París

Shakespeare and Company, París. Probablemente sea un espejismo, una ilusión, pero juraría que nos sonríe sobre la puerta, justo donde se lee su nombre, invitándonos a entrar en este lugar de culto a la literatura en lengua inglesa, pequeñísimo templo en la orilla izquierda del Sena, en esta tarde en que el otoño no ha venido para quedarse y nos regala una temperatura dulce y cálida en la capital francesa.

-Buenas tardes, Mr Shakespeare.

Nuestros caminos vuelven a cruzarse. Si tan sólo hace unos meses nos recibía, inalterable, custodiando la casa de Julieta en Verona, ahora nos acoge, mucho más feliz, salvaguardando las letras de ayer y de hoy, y seguramente las de mañana.

shakespeare and company

Fotografía de Raquel Caparrós

Debe ser porque el ambiente de ésta, que es una de las ciudades más visitadas del mundo, derrocha una alegría inusitada, festiva, ajena a cualquier problema, imbatible ante el desánimo.

Nos invita a recorrerla, siguiendo el curso serpenteante del río, desde la Gare de Lyon, bellísimo edificio construido en el cambio de siglo – del XIX al XX- coincidiendo con la Exposición Universal de 1900, que saluda a su homónima, la de Austerlitz, justo en la otra orilla, sin medir las distancias. Caminamos mirando hacia el cielo y hacia las ventanas, abiertas de par en par, de los bellos edificios en los muelles parisinos, en el de la Rapee, en el de Henri IV, y me siento una auténtica voyeaur, envidiosa ante las magníficas lámparas de cristal que cuelgan de los altos techos. Imbatibles frente al  cansancio, nuestros rostros reciben los rayos de sol como un verdadero regalo, mientras nuestros pies dirigen sus propios pasos, ajenos a la voluntad, a la lógica y al sentido común.

Fotografía de Raquel Caparrós

Cruzamos el Pont de Sully para perdernos por las calles de l’Ile Saint Louis, rebosantes de actividad, los pequeños comercios ofreciendo toda clase de tentaciones: quesos, patés, vinos… o los dulces de esas preciosas boulangeries, ante cuyos escaparates se ponen a prueba los más firmes propósitos, que finalmente se quiebran ante las largas colas en Berthillon, los mejores helados y sorbetes de la ciudad.

Los músicos callejeros, las terrazas llenas, los candados que auguran amor eterno firmemente amarrados en las barandillas de los puentes. Me preguntaba porque esta costumbre, que comenzó en el Ponte Milvio de Roma, se ha hecho tan frecuente en tantas otras ciudades, como Florencia, y no recuerdo cuantas más… quizá las piedras de estos puentes centenarios conozcan el secreto, quizá lo han contado a las aguas que rumorean al pasar, que se lo llevan lejos.

Frente al Quai Montebello, desde donde se divisan (o se divisaban entonces, pues este artículo lo publiqué originalmente en Octubre de 2010) las torres de Notre Dame, hoy derrotadas por las llamas, Shakespeare and Company aparece como un reducto de paz. Ajeno al ajetreo del barrio latino, algunos lectores embebidos y ausentes están sentados delante de la puerta, concentrados ante las páginas, mientras otros rebuscan entre los ejemplares viejos o de ocasión, esperando hallar algún tesoro entre el papel que amarillea como las hojas en este otoño extraño.

notre dame desde shakespeare and company

Fotografía de Raquel Caparrós

Traspasar el umbral es como cruzar una frontera, se deja de oír el sonido cantarín del idioma franco para escuchar, ver y leer, la lengua de Shakespeare. Pero no importa de donde venga uno, en Shakespeare and Company nadie se siente extranjero y a nadie se considera extraño.

En su interior, clientes y curiosos se mueven despacio, casi con sigilo, abrumados por la visión interminable de los libros que lo ocupan todo, que cubren las paredes desde el suelo hasta el techo. Deslizar el dedo recorriendo los lomos, descubrir los títulos de clásicos y contemporáneos, respirar el aire que huele a papel, pone alerta mis sentidos.

Las figuras de aquellos que se mueven a mi alrededor se desdibujan, se diluyen, desaparecen. Flaubert, Dumas, Victor Hugo o Baudelaire… el Jorobado de Notre Dame convive con Harry Potter en el diminuto local, donde los voluntarios trabajan en ocasiones a cambio de alojamiento, aunque en los últimos tiempos sea más frecuente hacerlo para obtener créditos de libre elección en la vecina Universidad de la Sorbona.

En el piso superior encontramos un catre y una pequeño salón, así como un piano en el que cualquiera puede ofrecer un improvisado concierto. En el saloncito se puede asistir a la presentación de un libro y charlar con su autor, a la lectura de una obra, o a un seminario de escritura, por ejemplo sobre viajes… Lástima que mi visita, como siempre, sea tan breve, pues ¡Nada me gustaría más!

Deambulo durante un buen rato, sorteando los montones de libros, encantada de conocer, por fín, este lugar de culto, que no sólo han visitado los más grandes, también los ha acogido y cobijado bajo su techo, cuyas privilegiadas cabezas han reposado en las mismas almohadas que ahora contemplo.

Shakespeare and Company ha sido testigo de grandes hitos en la literatura universal. Su primera propietaria, Sylvia Beach, desafió a la censura publicando el Ulises de Joyce y sufrió la venganza del nazismo durante la ocupación alemana de París.

Me quedaría durante un buen rato, ojeando algún ejemplar, pero mi curiosidad me empuja nuevamente a la calle, para recorrer el barrio latino y buscar, cuando ya anochece, una brasserie para la cena.

El cercano barrio de Mouffetard, a pocos pasos de la plaza Monge y la Mezquita de París, me sorprende por lo animado, con su estupendo ambiente, las terrazas atestadas, imposible encontrar una mesa. Al final ocupamos una, diminuta, en un pequeño restaurante, donde la decoración, los tapices sobre la pared de piedra, los candelabros en las mesas, nos transportan a la época de los Mosqueteros. Se encuentra en un edificio del siglo XVI, y miro desconfiada a un lado y a otro, no vaya a ser que en algún momento alguien saque su hierro y resuelva sus disputas con el filo brillante del acero (Por cierto, se llamaba Le Pot de Terre y en mi última visita a París descubrí que estaba cerrado)

Me resulta curioso comer codo con codo, pues el espacio es mínimo y las mesas están juntas, con dos desconocidos. Claro que ni yo les entiendo, ni ellos a mí, de manera que no resulta indiscreto escuchar la conversación ajena. No deja de sorprenderme esta ciudad y sus costumbres, pues esta situación tan sólo la había vivido en las trattorias italianas, especialmente en Roma, donde uno comienza compartiendo mantel y termina compartiendo conversación, dado el carácter extrovertido de los romanos.

No obstante, en este viaje me ha desconcertado el carácter alegre de los parisinos, que parecían contagiados de una gran euforia y optimismo, quizá alentados por el buen tiempo, lejos de ese cliché de ciudadanos eternamente deprimidos, que aseguran se extiende como una epidemia cuando llegan los días grises y fríos, días eternos sin sol.

Fotografía de Raquel Caparrós

Me reafirmo en la creencia que nada hay mejor para romper los prejuicios y las falsas impresiones que coger una maleta para descubrir y sentir la experiencia de cada lugar como algo único y propio, pues como dice el saber popular «cada uno cuenta la feria según le va». De manera que, ya antes de partir,  he decidido que regresaré a esta ciudad, que no en vano está considerada una de las más bellas. Me despido, no sin antes decir:

-Volveremos a encontrarnos, Mr Shakespeare.

PD: Gracias s Raquel Caparrós por sus fotografías. Os recomiendo seguir su cuenta de instagram @raquel_caparros

Leer, viajar, escribir

Leer, viajar, escribir… poco importa el orden. Siempre he dicho que la literatura, sea o no de viajes, es una de las mejores formas de recorrer el mundo. Nos traslada a lugares cercanos o lejanos, incluso nos transporta, por arte de birli birloque, a otros momentos de la historia. Hace ya unos años que escribí este post, en mi antiguo blog » De viajes y libros» (y, si, iba de leer y viajar) Era mayo de 2013 cuando pensaba y escribía algo así:

Hay quien asegura que la crisis llegó a las librerías mucho antes que a los titulares de los periódicos. Que cada vez se leía menos, que cada vez se compraban menos libros y que cada vez eran más las librerías que cerraban sus puertas o echaban la persiana.

Cuando escuchaba o leía estas cosas siempre sentía bullir en mi cabecita un extraño pensamiento, una mezcla de resquemor e incredulidad, y argumentaba conmigo misma, en un debate un tanto absurdo, que no podía ser, que nunca antes se había publicado tanto, que eran tantos los títulos a los que debía enfrentarme, cada vez que quería adquirir uno, que me resultaba prácticamente imposible… de esto hace ya algunos años.

En otra ocasión escribí sobre la desaparición de una de las librerías, no se si decir favoritas, que formaban parte de la rutina de mi vida. Es ahora cuando comienzo a preocuparme, porque se venden menos libros, porque desaparecen los libreros… aunque sigo enfrentándome a la indecisión ante las montañas de ejemplares que se me ofrecen. Hace mucho que ninguno de ellos me mira a los ojos,  suplicándome un «llévame contigo», coqueteando con una portada atractiva, con un título sugerente, aunque sigo apostando por los que para mí son un «valor seguro», mis autores favoritos. Pero echo en falta a esos otros, los del amor a primera vista, los de la seducción inmediata, los de la aventura y el riesgo, o quizá soy yo quien, después de algunos desengaños, no quiere atreverse con elecciones de resultado incierto.

 

leer viajar

Libros por el mundo. Photo by cristianconti on Foter.com / CC BY-NC-SA

 

Es verdad que también yo compro menos libros, por un problema de espacio físico y porque, como a casi todos, me ha tocado «mirar el bolsillo» antes de adquirirlos. Alguno pensará que lo del espacio es  una excusa y que este problemilla hoy se soluciona adquiriendo libros en formato digital pero soy de las que se resisten a abandonar el papel, al menos del todo. Y por otra parte, salvo algunas excepciones, la diferencia de precio entre uno y otro formato es imperceptible. Puestos a elegir, me sigo aferrando a todo aquello que me resulta tangible.

De cualquier modo, y desde que tengo memoria, siempre fue posible leer en cantidad y calidad sin tener que desembolsar un duro, perdón un euro. Soy una defensora a ultranza de las bibliotecas públicas. Seguro que más de uno exclamará, se llevará las manos a la cabeza, esgrimiendo argumentos del tipo: «y si todo el mundo acude a la biblioteca ¿Quién va a comprar los libros?» Para mí la respuesta es sencilla, pues aquellas personas que aprendieron a amar los libros gracias a su labor, comprarán otros siempre que tengan la oportunidad.

Ahora que se ha puesto tan de moda eso que llaman bookcrossing, recuerdo con nostalgia mi época de adolescencia y juventud. El intercambio de libros con amigos y compañeros de clase, los que compraba en mercadillos de ocasión o los que cambiaba en otros puestos por un precio casi simbólico, aunque estos últimos solían ser sobre todo cómics que compartía con mi hermano, de manera que crecí también como lectora con los superhéroes de extraordinarios poderes.

Hace pocas semanas se celebraba el día del libro. Los puestos en calles y plazas, en tantas otras ferias, llenaban páginas de periódicos y titulares en televisión. Cada tarde, al salir del trabajo, cruzaba la Plaza desangelada, y miraba de reojo los puestos casi vacíos, si acaso alguna madre adquiriendo algún título infantil, y dudaba entre si debía entristecerme o enfadarme. Seguramente, la lluvia insistente y los días grises no ayudaban demasiado, pero es que ni siquiera yo sentí la tentación de pararme, pues de un vistazo resumí el catálogo de lo que se ofrecía: literatura infantil aparte, algunos bestseller en formato de bolsillo, otros de materias esotéricas…

Pero yo sigo con mi argumentación, sobre cuan barato y reconfortante resulta el ejercicio de la lectura, desde siempre pero sobre todo ahora. Gracias a las nuevas tecnologías es posible descubrir, desde hace ya tiempo,  algunas revistas digitales, como la que edita (editaba) mi amigo – espero que me permita llamarlo así- Carlos Manzano, «Narrativas», que me ha posibilitado conocer tantos autores interesantísimos y darme grandes atracones de relatos. Actualizo: la revista Narrativas no se edita ya, pero es posible acceder y disfrutar de los 50 números publicados. Del mismo modo que me ha permitido disfrutar como lectora, fue una excelente oportunidad de publicar para algunos escritores, algunos noveles e incluso otros más experimentados, que tal y como está el panorama editorial lo tendrían bastante difícil.

Leer, viajar, y escribir, cada vez más en formato digital, y lo dice una nostálgica del papel, de esas que lleva, o  llevaba, un cuaderno para escribir su bitácora de viaje, además de algún ejemplar que aligerase las horas de espera en un aeropuerto, o las de un vuelo. En realidad, no hay nada mejor que un buen libro mientras se viaja en tren ¿Y qué me decís de visitar las librerías más especiales y bonitas alrededor del mundo?

Como anécdota, mientras exploraba el último número de Narrativas dos mosquitos impertinentes perturbaban la paz de mi lectura, hasta que he decidido aplastarlos. Menos mal que ha sido contra la tapa de mi iPad ¡Sobre el papel hubiese quedado una mancha asquerosa!

 

leer viajar

Photo by KANZAKI MATA on Foter.com / CC BY-NC-SA

 

Nunca fue tan fácil exponerse ¡Algunos incluso pueden escribir un blog! Como este, de viajes, que quizá estés leyendo. Ironía aparte, hay tanta buena, y mala, literatura en la red que uno llega a sentirse minúsculo, perdido, o abrumado y engullido. Voy de un click a otro click hasta que temo desaparecer tras la pantalla, hasta que pulso el dichoso cuadradito con la x o salgo corriendo.

Admiro a aquellos que escriben, a mis amigos, a los valientes que pelean e incluso publican. Admiro a quienes persiguen un sueño. El mío siempre fue viajar y poder contar esos viajes. Sobre si esto último es posible siempre argumenté que viajar no es un lujo, ni un capricho, sino una necesidad vital. Ya se que muchas personas no sienten ningún interés por hacerlo y yo no tengo ganas de convencerlas. Tampoco de explicar como se puede lograr sin tener un enorme poder adquisitivo pues quienes comparten este deseo lo saben muy bien.

En el mundo que imagino, luchar por los sueños debería ser un mandamiento, renunciar uno de los pecados capitales. Me debato ante la duda: ¿Estaré irremediablemente condenada o queda un resquicio de esperanza para la redención?

PD: En estos tiempos de confinamiento  (abril de 2020) que tan duros pueden resultar para los viajeros empedernidos, siempre nos quedará leer, «viajar», escribir… soñar.

Un gran viaje, todo lo que necesitas saber para organizarlo

¿Soñando con un gran viaje? ¿Dispuesto a embarcarte en la aventura? Entonces no dejes de leer esta reseña que escribí (en mi antiguo blog) hace ya algún tiempo, sobre la primera edición de «Cómo preparar un gran viaje». En 2016 se publicó la segunda edición. Os recomiendo leer este post hasta el final (hay sorpresa)

Reseña de la primera edición de Cómo preparar un gran viaje

Un gran viaje

Decía así:

Si estás leyendo este blog, con toda probabilidad, serás alguien a quien le gusta viajar. Seguramente habrás hecho en tu vida algún viaje, tal vez muchos; cercano o lejano,  breve o, si eres afortunado, extenso en el tiempo… Si te encuentras entre ellos no me cabe duda que en alguna ocasión has soñado con hacer un gran viaje; ponerte el mundo y la vida «por montera» y partir hacia ese destino que en ocasiones se te antoja inalcanzable, mientras suspiras diciendo: algún día…

Pero no desesperes. Otros lo hicieron mucho antes que tú- y que yo- y algunos, como Itziar Marcotegui y Pablo Strubell, viajeros infatigables, nos ofrecen un buen montón de consejos en su libro «Cómo preparar un gran viaje», recientemente autopublicado.

Aun para quienes viajan, o viajamos, de forma más o menos habitual plantearse un viaje de varios meses puede suponer un gran quebradero de cabeza. Para todos ellos- nosotros- la lectura de este manual resultará muy útil y clarificadora.
El libro está bien estructurado, con explicaciones muy sencillas sobre cada uno de los aspectos a tener en cuenta en un proyecto como el de hacer «un gran viaje» (transporte, alojamiento, visados y otros trámites…).

Pablo e Itziar son viajeros experimentados, y por tanto sus opiniones mucho más «autorizadas» que la mía, pero debo decir que difiero de aquello que exponen al afirmar que cualquiera puede hacer un viaje de este tipo y que, por tanto, esta guía es «para todo el mundo». Seguramente  muchas de sus recomendaciones sean válidas para cualquiera que se inicie en la experiencia, totalmente adictiva, de viajar. Pero sinceramente opino que es necesario un cierto bagaje, estar algo «curtido» o «bregado» antes de emprender un proyecto como el que plantean.

Especialmente útiles me parecen las indicaciones que hacen referencia a trámites de visados, fronteras y aduanas, quizá porque me resultan los más engorrosos. Aunque en el libro no se hace referencia a paises en concreto, las experiencias de Pablo e Itziar y los pequeños «trucos»que nos ofrecen para solucionar problemas resultan muy interesantes.

Por otra parte, debo decir que su planteamiento – 1º escoje la fecha para tu viaje, 2º escoje el destino, 3º calcula el presupuesto- no siempre es aplicable.

La primera vez que viajé por mi cuenta fue gracias a un bote de café instantáneo. Que nadie piense que tuve la fortuna de ganar ese «sueldo para toda la vida» que publicitaba una conocidísima marca. Sin embargo, me obsequió con un pequeño objeto que desató en mi una auténtica fiebre viajera. Era una tapa de color verde con una ranura. Agotado el café soluble, esta tapa de regalo lo convirtió en una hucha, en la que comencé a guardar, cual hormiguita, todo lo que pude arañar al presupuesto doméstico. Cada vez que abría el armario de la cocina lo miraba, contaba y recontaba, quizá con la absurda esperanza de que durante la noche su contenido se hubiese multiplicado.

Una vez calculado el presupuesto del que podía disponer comencé a indagar sobre los destinos  que más me apetecían. Descarté alguno porque el alojamiento excedía mis cálculos; también cambié el medio de transporte elegido, renunciando al avión y al coche de alquiler para viajar con el mío.

He rememorado todo esto mientras leía «Cómo preparar un gran viaje» pues se plantean este tipo de reflexiones a la hora de tomar tantas decisiones, y sobre tantos aspectos, en la organización de nuestro periplo. En mi caso puedo decir que el presupuesto condicionó el destino, y sobre todo la duración del viaje. Sobre la fecha no cabía decisión posible pues se limitaba, como siempre, a nuestro periodo vacacional.

Aquel viaje, que fue el primero de muchos otros, fue además un viaje familiar- niña incluida- y sobre éste y otros modos de viajar (solo, en pareja, con niños…) también ofrece el libro un gran número de consejos y experiencias viajeras.

Si en algo estoy totalmente de acuerdo es en afirmar que hay un viaje para cada uno de nosotros, sin exclusiones. Tan solo es necesario un poquito de ese «espíritu viajero». También en aquello de que «un gran viaje» es aquel que cambia para siempre nuestras vidas, independientemente de que dure un mes o un año; de que atravesemos montañas y desiertos o  que maltratemos nuestros pies sobre el asfalto, bajo la sombra «amenazante» de los rascacielos.

Conozco a algunas personas a quienes un viaje les ha cambiado la vida. Mi querida amiga Leonor ha volado hasta Uruguay y Argentina, donde ahora se encuentra. Ha emprendido un viaje no sólo de kilómetros sino también de sensaciones y experiencias, que seguramente llenarán las líneas y páginas de algún libro, pero sobre todo de su propia vida.

El bote de café con la tapa verde tiene una nueva dueña. Hace poco mi hija cumplió veinte años y, harta de devanarme los sesos en busca de un regalo original con que sorprenderla, envolví cuidadosamente el bote, con una pequeña aportación en su interior. Ahora es ella la que atesora y mira el tarro de cristal, y proyecta escapadas con sus amigos.

En cuanto a Pablo Strubell  e Itziar Marcotegui, son los culpables de que tras la lectura de «Cómo preparar un gran viaje» sienta un nudo en el estómago, una enorme desazón, un hormigueo que me recorre todo el cuerpo. Y es que, ya lo decía Paul Theroux, «un viajero es aquel que se siente descontento con la idea de estar en casa».

Para finalizar…

Cosas de la vida. En estos días precisamente  se celebran las Jornadas de los grandes viajes, en las que Pablo Strubell tiene mucho que ver. Lo que quizá no imagine ni él, ni nadie, es qué fue de la heredera del bote de café soluble. ¿Lo adivináis? Es la creadora de este blog.

Actualización Mayo 2018

He recuperado mi bote de cristal con la tapa verde. Llenarlo, poco a poco, me causa un enorme regocijo. Quizá os resulte absurdo pero cuando lo miro pienso que un viaje, por pequeño que sea, está al llegar.

Después de unos cuantos años, el próximo sábado día 12 Pablo Strubell y yo nos «desvirtualizaremos» en las jornadas de los Grandes Viajes que se celebran en Bilbao.