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Il pirata delle Cinque Terre

Tal y como prometí en nuestro completísimo post con los mejores lugares para comer, sirva este breve relato para contar como conocí al «Il pirata delle Cinque Terre». Siento que no haya grandes dosis de aventura, peligros ni luchas cruentas al más puro estilo hollywoodiense, pero lo que si puedo asegurar es que al final hubo botín, suculento y dulce como pocos. Fue en mi primera visita a Vernazza

Vernazza es uno de los pueblos de este bello paraje natural conocido como Cinque Terre. Es probablemente uno de los que mayor encanto posee y también uno de los que recibe mayor afluencia de visitantes. Como es tan frecuente en estas tierras, el Castillo Doria con su torre vigila desde hace siglos ante la amenaza y los ataques de piratas que surcaban el Mediterráneo. Ahora, los únicos barcos que se ven, acercándose desde el horizonte, son las lanchas privadas, los taxis acuáticos o el servicio regular del Consorzio Marittimo Turistico 5 Terre.

Acostumbrada al asedio de los visitantes, especialmente en la época veraniega, esta población encaramada a las rocas, con una larga calle que une la estación ferroviaria con el puerto y estrechísimos callejones de empinadas escaleras, recibe al visitante con sus fachadas de colores alegres, desconchados por el azote de los vientos, la humedad y el salitre que se saborea en al aire. Demorarse en esta plaza, de sencillos pero hermosos soportales, es un placer para los sentidos y a falta de largas playas de arena fina, sumergir los pies en el mar, sentados sobre una roca, proporciona instantes de felicidad absoluta, tanto que dan ganas de gritar o chapotear como haría un niño.

 

Il pirata delle Cinque terre Vernazza

 

Los toldos y sombrillas en la plaza, en las terrazas de los restaurantes, son un verdadero reclamo para el visitante. Cestillos con ajos y limones dispuestos a posar ante las cámaras o la paleta de un pintor, casi de atrezzo si no fuera porque despiden un auténtico y profundo perfume. Pero, fiel a mi idea de que es mejor huir de los lugares con «mejores vistas» o de las zonas más concurridas en cualquier destino, salvo que a uno no le importe que las vistas vayan incluidas en la factura y a riesgo de que las mismas nos distraigan sobre la calidad de la comida (hay excepciones, claro, pero uno debe poder o querer darse el capricho) he decidido buscar uno de esos lugares donde el buen comer sea el «primer mandamiento».

 

Comer en Il pirata delle Cinque Terre

Esta fue nuestra primera experiencia en Il Pirata delle Cinque Terre. La reseña se publicó en mi antiguo blog «De viajes y libros» el 29 de agosto de 2011. Si leéis este post hasta el final, además de agradeceros la paciencia, entenderéis la importancia de la fecha.

Días antes de mi viaje, decidí indagar por internet… videos, opiniones, guías. En algunos casos uno solo logra obtener mayor confusión pues al adjetivo ¡excelente!, por parte de unos, sigue el de ¡nefasto! por parte de otros. Pero, por una vez, me alegro de haber insistido en buscar Il Pirata delle Cinque Terre, situado en Via Gavino – por cierto, preguntamos en varias tiendas por la dirección y no supieron indicarnos dónde estaba- que finalmente encontramos gracias a la chica de la farmacia, a quien preguntamos directamente por el restaurante…»Ah, lo conosco». Y así dimos al fin con el pirata más famoso y alegre de Cinque Terre, que conquistó este lugar con las mejores armas: ¡simpatía, estupenda comida y pastelería siciliana!

 

il pirata delle Cinque Terre

Cannoli sicilianos

 

Siguiendo la calle de la izquierda, si miramos de frente a la estación de tren, llegaréis al parking (aparcar en Cinque Terre resulta bastante complicado). Justo allí veréis un bar, el típico bar que podemos encontrar en cualquier pueblo, con algunas mesitas en la calle en las que los lugareños toman un vino. La primera reacción puede ser la sorpresa, como confieso que nos ocurrió, pero no lo penséis más, ocupad una de las mesas y dejaos aconsejar, o elegid al azar cualquiera de los suculentos platos de pasta que ofrecen y alguna ensalada – si vais al mediodía es lo que hay, los antipasti sólo los sirven en la cena-. Mi único consejo es que dejéis un hueco en vuestro estómago para el postre.

Probablemente parezca un sinsentido comer en un restaurante siciliano en Liguria, aunque entre los platos de su carta hay espacio para la cocina ligur, como los ñoquis al pesto, o la ensalada con frutti di mare (pulpitos, calamares, gambas…) y para otras recetas tradicionales en toda la cocina italiana, como una excelente lasagna de carne. Pero esta vez la excepción bien merece la pena.

El hallazgo, además, no es sólo gastronómico. Al placer de la comida se une el de la conversación, en perfecto castellano. Esto tiene una sencilla explicación, ya que «Il Pirata» y todas sus tentaciones corren a cargo de Massimo y Luca, dos gemelos sicilianos que se establecieron en este bellísimo pueblo de Cinque Terre. Massimo está casado con Noelia, una donostiarra de origen gallego, que además atiende el  negocio, osea que nos encontramos con un «rizar el rizo» de los movimientos migratorios, y el tema daría para una tesis doctoral. Como italianos y españoles compartimos una especie de deporte nacional, que no es otro que el de «pegar la hebra» (no se si el «Fare una chiacchieratta» serviría como sinónimo) la sobremesa puede alargarse con peligrosos resultados: ¡repetir postre y café!.

 

il pirata delle Cinque terre Vernazza

Con Gian Luca y Noelia

No es la primera vez que escribo sobre mi adicción y/o pasión por el café. Intento recordar, en cada lugar que visito, el mejor que he tomado y puedo asegurar, sin duda alguna, que fue el mejor de este viaje. Parece ser que hay un motivo para ello, según me contaba Noelia, Massimo es tremedamente exigente con el café y cambia el grosor en el molido dependiendo de las condiciones atmosféricas, mayor o menor humedad en el ambiente etc. Está bien descubrir que una no es tan neurótica con el asunto del café o que al menos hay quien comparte mi exigencia.

Luca, de cuya mano- o quizá posee una varita mágica?- surgen las más dulces tentaciones de la pasteleria siciliana, me «riñe» porque los cannoli, quizá el más conocido y popular de los dulces de esa región, son un postre para el invierno. Pero… yo no puedo viajar en invierno, y la bella Sicilia es todavía un destino escrito en el papel, en una larga lista de la que tan sólo he logrado tachar algunos nombres, de manera que creo que bien merezco la oportunidad de comer uno, al menos. Para no defraudarle, y siguiendo sus consejos, hacemos un pequeño «sacrificio» y también pedimos la panna cotta con frutos rojos.

Pero mi paso por «Il Pirata delle Cinque Terre» todavía me tenía reservada una última sorpresa: entre las decenas de fotos y postales en la pared, descubro ¡al mismísimo Rick Steves!. Ahora ya puedo decir aquello de «al fin soy como Rick Steves». Bromas aparte, y dejando bien claro que desconocía la recomendación en su guía, a pesar de que soy consciente que para los turistas norteamericanos es una especie de «biblia», voy a hacer un «poquito mío» el descubrimiento y la recomendación desde este pequeñísimo rincón de los viajes (cuando escribí esto me refería a mi modesto blog, que me dio tantas satisfacciones)

Supongo que a Massimo y Luca no les habrá importado el apelativo de «Cannoli brothers» por parte del señor Steves, ya que ellos mismos hacen gala de su alias, pero puedo asegurar que el humor siciliano es mucho más hilarante que el norteamericano. Sin que nadie se moleste- yo no lo hago- Massimo nos cuenta que la primera vez que visitó España y le sirvieron un café con leche preguntó a la camarera si no se había confundido, ¡No había pedido té!

Tan estupenda experiencia sólo tuvo un resultado: al día siguiente hicimos todo lo posible por volver, esta vez a la hora de la cena. Ahora, cumplimos penitencia por el pecado de la gula, recordando con nostalgia la textura crujiente del hojaldre de un millefoglie con crema.

Il pirata delle Cinque Terre navega de nuevo

Máquinas excavadoras, hierro y bloques de hormigón, barro y polvo…. el enorme socavón aún sin cubrir en lo que fue el antiguo parking de Vernazza, junto al río, que llegado el verano discurre tranquilo, con poca agua. El mismo río desbordado meses atrás por la furia de una lluvia incesante, como jamás recuerdan los mayores del pueblo, aquel fatídico 25 de octubre de 2011, que arrastraba muros y tejados, árboles y automóviles, lavadoras, neveras y otros enseres domésticos… y las vidas, se contaron hasta tres, de quienes obstinados o temerosos miraban al cielo sin ser capaces de abandonar el lugar que les vió nacer.

Regresamos en 2012, enamorados de esta tierra, para pasar unos días de verano en Riomaggiore.

Ya me lo había advertido Noelia en su último correo: «tenemos polvo, barro… mucho polvo» pero nadie en el pueblo puede permitirse mantener su negocio cerrado durante un año, y al menos haría falta ese tiempo para que todo volviese a la normalidad. Así que «Il pirata delle Cinque Terre» abre, precisamente en la zona más devastada de Vernazza. La figura del corsario, sable en mano, sigue recibiendo a los visitantes en el mismo lugar de siempre, aunque me olvido de preguntar si es nueva o si acaso pudo ser rescatada de entre el fango y los escombros.

La estación del ferrocarril parece la misma, pero no lo es. Mirándola ahora, desde abajo, las imágenes que emitieron por televisión, las que circularon por internet, me parecen irreales, increíbles… si la estación queda a una buena altura sobre mi cabeza, ¿cómo es posible que los railes quedasen sepultados bajo el lodo?. Doy unos pasos… retrocedo, convencida de que algo falta en este escenario. Estaba a la izquierda, de eso estoy completamente segura, pero tan solo encuentro los muros blancos. En cuanto tengo ocasión repaso las fotos del verano anterior, y allí está: la imagen a tamaño real sobre la pared , bajo un arco, el camino de piedra y la mujer de espaldas que acarrea un cesto en su cabeza; y estoy yo, jugando a simular que voy por el mismo camino que ella.

 

Il Pirata delle Cinque Terre Vernazza

 

Más arriba, en la «piazzetta dei Caduti», hay columpios nuevos para los niños. Como es pronto para comer, damos la vuelta, calle abajo, ansiosos por ver como se ha recuperado el lugar o si quedan todavía restos del naufragio. Y nos sorprende reencontrar la imagen alegre y apacible, de visitantes curioseando entre las tiendas de souvenirs, tomando un bocado rápido en la calle, como si no hubiese un antes y un después del desastre.

La pequeña capilla dedicada a Santa Marta de Betania se ha recuperado por completo y en su interior permanece la imagen venerada, patrona del hogar y la hospitalidad. Sobre ella, subiendo unas escaleritas, sigue la vineria del mismo nombre, Vineria Santa Marta. Nos alegra ver el negocio abierto de nuevo, con sus productos expuestos en la entrada, los parroquianos sentados alli mismo, junto a la puerta…. la última vez que supimos de la vinería fue a través de internet: de ella solo quedaba a la vista el rótulo de letras, color vino, descoloridas, sobre el toldo.

Angela, la propietaria, va y viene sirviendo el vino a los clientes de siempre- no es éste un negocio sólo para turistas- colocando con mimo y esmero  los productos que vende en su local. Se sorprende, con un ligero resquemor que desaparecerá enseguida, cuando le decimos que hemos traído un regalo para ella.

 

Il pirata delle Cinque terre Vernazza

Vineria Santa Marta, antes de las inundaciones

 

El verano anterior, apenas dos meses antes de las devastadoras inundaciones, tomamos desde la calle una foto de su local; el mismo toldo ahora renovado, los lugareños tomando el vino, ella misma exponiendo con sumo cuidado sus mercancías, y en los bancos más abajo, a ras de calle, las señoras que charlan entre ellas mientras reposan en el suelo las bolsas de la compra… una escena cotidiana, casi imposible de lograr si hubiésemos pretendido, a propósito y de forma premeditada, crear la escenografía de la vida diaria en Vernazza.

Por cierto, los bancos de la calle ya no están- desconozco si a fecha de hoy los habrán repuesto-. El estanco, en el que compramos una preciosa postal, y cuya propietaria nos contó orgullosa que una de sus hijas estudiaba español en el colegio, está remodelado por completo, mucho más bonito que antes. Recuerdo a la niña explicándonos, en perfecto castellano, dónde se encontraba el buzón para mandar desde allí nuestro recuerdo.

En la Plaza, bajo los soportales, allí se encontraba el buzón. Y allí siguen las fachadas de colores vivos, la Iglesia de Santa Margarita de Antioquia, que sirvió de refugio y almacén, de improvisada farmacia, a cuantos voluntarios trabajaron para auxiliar al pueblo de Vernazza; en cuyos bancos encontraron reposo los cuerpos extenuados por jornadas interminables de lucha contra el lodo y los escombros. Lo veo en las fotos del libro que compramos, para colaborar en la reconstrucción, obra de Andrea Erdna. Entre las páginas llenas de devastación y deseperanza, de miradas llenas de dolor, me emocionan las sonrisas de gratitud, de solidaridad, las muestras de afecto que trasmiten el trabajo codo a codo, mano a mano, de jóvenes y mayores, de propios y extraños.

Desde esta misma Iglesia veo como arriban los barcos turísticos, cual piratas al abordaje. Algunos atrevidos se bañan en las aguas del puerto, que todavía se ven algo turbias. Me advierte Noelia que ella no ha dejado que su niño se bañe en ese mar, a pesar de que durante un mes han estado dragando el fondo, no vaya a lastimarse con algún resto de metal retorcido, con cualquier objeto- las cámaras frigoríficas de los restaurantes, los electrodomésticos caseros, cualquier pieza perteneciente a los automóviles- pues no termina de creerse que todo lo que sus ojos vieron junto a la orilla haya desparecido para siempre.

No me canso de subir y bajar, de atravesar los callejones ocultos, desbordantes de encanto, de Vernazza. En ellos se puede olvidar el trasiego del puerto, el ir y venir de turistas en la calle principal, se puede olvidar incluso la tragedia. Pero hablar exhorciza los demonios, los miedos; limpia los rastros de la tristeza, como el agua y las palas limpiaron las calles. Aquí nadie evita hablar de lo ocurrido. Aquí nadie busca la compasión. Saben que este es un lugar especial, que deben preservar, y han luchado con todas sus fuerzas para recuperarlo.

Otra cosa son las vidas, los cuerpos arrastrados, que meses más tarde aparecieron en las costas de Niza, porque según dicen aquellos que conocen bien el mar: el mar devuelve a la tierra todo lo que de ella le llega.
La señora Pina, que a sus ochenta años limpiaba afanosamente el balcón de su casa, un segundo piso en la zona alta de Vernazza, justo enfrente de «Il Pirata», desoyendo los gritos y ruegos de los vecinos que le pedían que subiera al piso más alto del edificio.
Sauro, el hombre todavía joven que atenazado por el miedo, incrédulo ante lo que sucedía, no fue capaz de asir la cuerda que le lanzaban y decidió quedarse sentado en su negocio, un bazar en la calle principal, y dejó que la fuerza del agua lo llevase junto con el esfuerzo y el trabajo de toda su vida. Circulan videos por internet en los que se ve al hombre y se escuchan los gritos de aquellos que le piden que agarre la cuerda. No he querido verlos, no he querido poner rostro a la tragedia, bastante duro fue escuchar el relato de Noelia, la voz quebrada al hablar de otro amigo perdido: Pino, toda una vida endulzando los días desde su heladería, que esa mañana, al igual que todas, se despedía de ella al llegar a Vernazza en el tren que ambos tomaban desde la Spezia:
-Que pases un buen día!- «españolita» la llamaba.

Estoy releyendo el texto y no puedo evitar un escalofrío, un velo de tristeza que me empaña la mirada. Pero no este el objetivo de mi relato.
En apenas unos meses todo el pueblo de Vernazza había sumado esfuerzos para recibir a todos aquellos que decidieron visitar uno de los lugares con mayor encanto de Le Cinque Terre. Además, me reconforté con una buena comida en «Il Pirata», mucho más agradable desde que lo reformaron- a pesar de las circunstancias de tal «reforma»-  y endulcé cualquier resto de tristeza o melancolía gracias a Gian Luca y sus pasteles sicilianos. La chiacchierata, aunque fuese en español, corrió a cargo de Noelia. Hablamos de su añorada Galicia, de su familia tan lejos, de la temida crisis… pero nos dió una enorme lección: de nada sirve lamentarse y sólo queda -en un dicho tan español- «tirar palante».

Con la llegada del invierno Vernazza cuelga el cartel de «cerrado por vacaciones». La primavera es una época excepcional para visitar este paraje natural privilegiado. Cada año, a partir de Semana Santa, como es habitual, » Il Pirata delle Cinque Terre» navega de nuevo por las aguas del mar de Liguria.

 

Qué ver en Portofino en un día

Portofino en un día, qué ver y cómo llegar, podría ser algo así como «Una escala en Portofino», me viene a la mente. También podría parecer, pero nada más lejos de mi intención, que intento dar publicidad a una conocida fragancia, de una de esas marcas que son sinónimo del lujo absoluto. Gesticulo ante el teclado intentando pronunciar con un afectadísimo acento y termino desmadejada por la risa. Aunque debo decir que el perfume al que me refiero posee un innegable frescor cítrico, que me recuerda a los limones de aroma profundo que se cultivan en la costa ligur, tan pegados al mar que su olor se confunde con el de la sal, que va y viene a merced de la brisa o de los cambios de dirección del viento.

 

«Escala en Portofino»  es el título que se me había ocurrido para esta entrada, aunque no el único ni el primero, pero es que el otro, algo así como «¿dónde quedó el glamour?», me pareció sarcástico en exceso. Porque en realidad lo mío fue una escala, aunque no descendiese de un crucero de lujo ni de un yate privado sino de un simple barco de recorrido turístico . El que, sólo en temporada estival, los lunes, miércoles y viernes, hacía el trayecto desde Cinque Terre hasta el promontorio de Portofino, recorriendo la hermosa Riviera de Levante. Actualizamos: en 2018 el servicio se limitaba a los lunes y viernes.

 

Portofino

Photo by gminguzzi on Foter.com / CC BY-SA

 

Los toldos y hamacas de rayas azules y blancas, las casetas de playa, de madera o lona, a nuestro paso por las localidades balnearias de Bonassola o Deiva Marina, conforman una imagen idílica desde el agua, con cierto encanto decadente, a bordo del barco que se mueve más de lo deseable.

Intento concentrarme en el dibujo de la costa, en el mapa que sigo mentalmente, y de vez en cuando sobre el papel, en las torres y campanarios que asoman, entre el azul y el verde, cuando estamos frente a  Moneglia -ese pueblecito con enorme encanto y sus dos iglesias, que desde siglos atrás provocan un enfrentamiento dialéctico, una auténtica competitividad, entre sus habitantes: ¿cual de las dos es más bella, la de San Giorgio o la de la Santa Croce?…la verdad, no sabría por cual decantarme.

A pesar de ello no puedo olvidarme de un leve malestar en mi estómago, acrecentado seguramente por la visión de un pasajero pálido que soporta el viaje, apenas iniciado, tendido sobre el suelo de madera del barco, atendido por su esposa, con un paño húmedo en la frente. Ella le jura que regresarán en tren mientras pregunta, suplicante, a la tripulación si no hay ninguna otra parada, desde la última que hicimos, hasta Portofino.

El viento en la cara, mi afán en sujetar el sombrero de paja, tan coqueto, adornado con una cinta de gasa, que amenaza con salir despedido hacia arriba como un globo de helio, las gotitas saladas que saboreo en mis labios, me mantienen entretenida durante el trayecto. También la incertidumbre, la duda, una cierta actitud ansiosa por descubrir si el viaje valdrá la pena.

Portofino ocupaba un lugar secundario en mis preferencias cuando organicé nuestro itinerario. Alguien me dijo que no era mucho más bello que cualquier otro pueblo de la costa, solo que en lugar de puestos de souvenirs encontraría tiendas de lujo. Y yo, prejuiciosa, tal y como me reconozco, siempre afirmo que no me interesan los lugares que solo ofrecen la ostentación, el lujo y los caprichos de los ricos y poderosos. Aun así, decidí que lo mejor era comprobarlo personalmente, intentar averiguar porque este lugar, durante tanto tiempo, arrancó suspiros entre quienes pronunciaban su nombre… Portofino.

La última vez, y no hace tanto, que leí algo sobre Portofino fue en el suplemento dominical de un periódico: reportaje en blanco y negro, con fotos sugerentes que transportaban a otra época. Y es que, aunque siga siendo refugio de ricos y famosos, de grandes estrellas del cine, fueron los 50 y los 60 los años dorados de este antiguo pueblecito de pescadores.

 

Portofino

Photo by Dr Korom on Foter.com / CC BY-SA

 

Como he mantenido en mi cabeza esa imagen en blanco y negro, lo que más me sorprende arribando al pequeño puerto es el colorido que lo inunda todo; los ocres, anaranjados, de las fachadas cuidadísimas que refulgen con la luz del mediodía, los colores brillantes de los toldos que parecen recién repuestos, como si el sol y el viento, el salitre tan cercano, no les afectase en absoluto. Pero, sobre todo, el verde que todo lo rodea, allá donde desviemos nuestros ojos, que parece dar sombra y cobijo al visitante. No en vano estamos ante uno de los parques naturales más hermosos y ricos en especies. Las altas, y anchas, copas de los pinos mediterráneos me trasladan a la infancia, aunque son lo único que me la recuerdan.

El folleto turístico decía: «giro panoramico a San Fruttuoso». La antigua abadía, entre  Camogli y Portofino, es un auténtico oasis de paz, tan solo accesible desde el mar o a pie. Nos acercamos lo suficiente como para hacer algunas fotos, aunque me hubiese gustado sentarme en la orilla con los pies sumergidos en las aguas limpísimas de esta área marina protegida. Y, una vez más, como en tantas otras ocasiones, me digo aquello de «otra vez será…»

 

Photo by Ciccio Pizzettaro on Foter.com / CC BY-NC-SA

 

Desciendo, contenta de comprobar que el sombrero sigue sobre mi cabeza, sin peligro porque calzo unas alpargatas planas, mientras echo un vistazo a mi alrededor, aunque he tenido tiempo suficiente durante la travesía de examinar a mis compañeros de viaje: minúsculos biquinis, chancletas o camisetas anchas y descuidadas. No es que yo me haya ataviado como para acudir a una fiesta, pero basta un vestido de algodón fresco y mi sombrero de paja para destilar mucho más «glamour» que chanclas, camisetas o mini-shorts.

Estoy encantada de sentir el suelo firme bajo mis pies, y aunque es cierto que me reciben, desde los toldos, los rótulos y logotipos de las más lujosas marcas de moda, y que los tendeteres aquí ofrecen cachemir y maravillosas camisas de lino natural- a más de trescientos euros la pieza- tengo que reconocer que el pequeño puerto me parece hermoso, mucho más de lo que probablemente esperaba.

Aventurarse a comer en cualquiera de los restaurantes del puerto puede tener resultados nefastos para el bolsillo, salvo que el presupuesto no sea un problema, de modo que optamos por sentarnos en la terraza de un bar, el de aspecto más sencillo y normal posible. Aun así, un refresco no baja de siete euros… eso sí ¡Nos obsequian con un pequeño cuenco de patatas fritas!. Pero la parada merece la pena, y no sólo para refrescarnos, sino porque ofrece un lugar perfecto desde el que observar todo lo que sucede en la calle.

A nuestra derecha un matrimonio de jubilados ingleses, yo creo que procedentes de algún crucero o excursión, a tenor de la pegatina circular de color rosa que lucen en su camiseta- después observo que otros viandantes la llevan azul, verde…- toman una cerveza que han enfriado con cubitos de hielo. Me ofrecen la cubitera por si quiero enfriar la mía, a lo que respondo con una amplia sonrisa y un «no, thanks».

Una familia italiana- padres, abuelos y niños- ocupa otra contigua y cuando abren el folleto que hace de carta y leen los precios de los bocadillos se levantan rápidamente de las sillas, entre exclamaciones de incredulidad y ofensa. Yo reprimo la risa, aunque ya había mirado los precios sin inmutarme, y decidido que comería algo en el local de enfrente, un horno en el que no dan abasto a servir excelentes porciones de focaccia genovesa recién hecha.

Me recuesto en la silla, parapetada tras mis gafas de sol, e inicio esa especie de juego solitario de observar e imaginar las vidas ajenas. Gucci, Pucci, Dior… sin embargo la mayoría de las tiendas están vacías, si acaso con algunos turistas que curiosean. Y pienso, qué enorme contradicción, que la elegancia que exhiben los escaparates está muy lejos del aspecto de los viandantes: bermudas imposibles, sandalias con calcetines, cuerpos que se exhiben con exceso- con exceso de todo- y no dejo de preguntarme dónde están las mujeres hermosas, de estilizada figura y caminar sereno, las que emanan seducción y misterio, como en las fotos de aquel reportaje en blanco y negro.

Y surge, inevitable, la pregunta: Portofino… ¿dónde quedó el «glamour»?.

 

Portofino

Photo by Fabio – Miami on Foter.com / CC BY-NC-SA

 

Quedó en el aspecto cuidado de las calles, los barcos espectaculares que siguen atracando, la belleza de las casas – ay, quién pudiera…!- la belleza serena de una joven, al menos una, que camina erguida sobre sus tacones; la elegancia del nonno que peina hacia atrás sus cabellos canos acompañado de sus nietos, un niño de cabello rubio que camina junto a él con el cuello de su polo camisero levantado- he ahí un futuro modelo, pienso- y una niña delicada y delgadísima, como lo son la mayoría de las italianas -quizá algún día descubra el secreto-.

Quedó, y no podemos menos que bromear sobre el asunto, en los pequeños detalles de los callejones que nos guarecen del sol y el calor, en la ropa tendida en una ventana y
que, curiosamente, es del mismo color que la fachada, como si se hubiese mimetizado, o estuviese hecho a propósito, como si fuese de atrezzo o quisiera de algún modo demostrar que existe una vida normal y cotidiana en las casas que, a buen seguro, han dejado de ser modestas viviendas de pescadores.

Photo by TwnPines2 on Foter.com / CC BY-SA

 

A través de los callejones llegamos hasta la escalinata que sube a la Iglesia de Divo Martino, consagrada a San Martín de Tours. El adoquinado de la explanada sobre la que se yergue dibuja un bello mosaico. Nos acoge con el frescor que ofrecen siempre los templos. Recientemente se han realizado diversos trabajos de restauración ( no recuerdo la cantidad del proyecto) para lo que, en un cartel, se solicitan aportaciones. Y pienso, que contradicción, que el valor de cualquiera de los «barquitos» atracados en el puerto bastaría para cubrir el importe, o unos cuantos vestidos de alta costura, un bolsito de aquí, unos zapatos de allá, un poco de cachemir y lino…

 

Photo by Dr Korom on Foter.com / CC BY-SA

Es una pena que mi barco tenga hora de partida, apenas unas pocas para disfrutar del lugar, porque me quedo intrigada, deseosa, de averiguar que ocurre en Portofino cuando la luz del sol se esconde, las farolas se encienden y las velas en las mesas de los restaurantes invitan a sentarse. ¿Aparecerán entre las sombras las mujeres bellas y los hombres elegantes?.

Apenas unos minutos para partir, y doy una última vuelta por el muelle.De repente, no puedo resistirme: ¡rebajas! al 50%…no es Gucci, ni Pucci, ni Chanel, pero siempre podré presumir de unos bonitos foulards de algodón y una estupenda bolsa de playa, de una marca francesa, comprados en Portofino.

Riomaggiore: alojarse en Cinque Terre como un local

Alojarse en Riomaggiore es una buena opción si estás planeando unas vacaciones en Le Cinque Terre. Esta hermosa localidad tiene un marcado carácter, e incluso un dialecto único y propio. Alojarse en Riomaggiore  permite al viajero disfrutar de la cotidianidad de los días, de las costumbres y celebraciones. Este post es una especie de diario de mi experiencia (es por eso que quizá te extrañe que está escrito en presente).

Cada mañana , al despertar, miro al horizonte con los ojos entrecerrados, abrumada por el sol que me acaricia suavemente la piel, igual que acaricia este mar azul sobre el que se posan. Lo observo. Parece tranquilo, casi inalterable, aunque sé que en ocasiones se vuelve bravucón, amenazante, poderoso como sólo la naturaleza lo puede ser.

Me apoyo sobre la baranda de la terraza, y me sacudo los restos del sueño- aún están tibias las sábanas- cuando en Rimazùu, que es como todavía llaman a Riomaggiore algunos lugareños en el antiquísimo dialecto ligur, comienza un nuevo día. Alojarse en Riomaggiore, como un local, permite observar como el pueblo se despabila cada mañana con el tañido de las campanas de su Iglesia principal- la de San Giovanni Battista- que poco después de las siete llama a los vecinos para la celebración de la misa, cuando las calles están casi en silencio y las contraventanas de color verde permanecen aun cerradas, dormidas las almas tras ellas. De vez en cuando canta un gallo, o se escucha el motor antes de que aparezca, repentinamente, tras el verde por una curva vertiginosa, el pequeño autobús con el que los habitantes del municipio van o vienen desde las aldeas de Groppo o Volastra.

Miro el blanco campanario de la Iglesia y le pregunto:
-¿Ahora callas?.Y poco después me responde, con el inconfundible toque en el momento de la consagración durante la Eucaristía.

Alojarse en Riomaggiore, en una de esas casas aferradas a las rocas tan características de Le Cinque Terre, y de Liguria, asomadas al mar, desde las que divisar y advertir de un posible ataque pirata, permite observar sin ser visto, ser testigo de las costumbres, de lo cotidiano y de las celebraciones.

alojarse en Riomaggiore

Photo on Foter.com

Si levanto un poco la vista puedo consultar en cualquier momento la hora exacta, en el reloj del Castillo, que parece estar a mi entera disposición. En su día fue un punto estratégico, en su papel de fortaleza, y hoy es un lugar mágico cuando en las horas de la tarde se comparte un banco, en la plazoleta anexa, con los mayores del pueblo. Gentes que charlan entre sí de las cosas del pasado ajenos,  seguramente por la costumbre, a la imagen que se avista desde lo alto, al color que toman el cielo y el mar -rojo, fuego u oro- también sobre las rocas a las que se aferran las casas y la vida en Rimazùu.

En el pequeño Oratorio de San Rocco, frente al Castillo y justo a nuestras espaldas, unas mujeres se afanan en cubrir al Santo de flores blancas… En pocas horas saldrá en procesión, acompañado de cientos de velas que alumbran el camino desde su emplazamiento hasta el centro histórico. Al bajar, llegando a la Piazza della Compagnia, donde se encuentra el Oratorio de Santa Maria Assunta, tropezamos con una curiosa estampa: desde la pequeña Iglesia el monaguillo, con la casulla demasiado corta por la que asoman unas bermudas, y un crucifijo a hombros, lleva el Cristo cuesta arriba para que salga en procesión. Es uno de esos momentos en los que desearía tener la cámara presta y la vergüenza a buen recaudo.

 

alojarse en Riomaggiore

Photo by emilie-r on Foter.com / CC BY-NC-ND

Pienso por un momento, mirando desde la terraza, cuan protegidos estamos o al menos cuan encomendados a la Virgen y los Santos. Desde allí es posible «asistir» a la misa en el pequeño oratorio de la Assunta. Tan pequeño, de hecho, que llenan la piazzeta de sillas plegables y utilizan megafonía en el exterior. También desde aquí la vista tiene su «aquel», pues la ropa tendida en las casas anexas parece que lo está en la mismísima cornisa de la Iglesia. Serán precisamente cosas como ésta las que hacen que se mezclen lo humano y lo divino?.

Cuatro misas  y una procesión, todo ello cuando llevamos dos días de estancia en Riomaggiore ¿Casualidad o fervor extremo? Bien es cierto que las fechas son señaladas: Ferragosto, 15 de agosto día de la Asunción, y San Roque. Mientras desayunamos en el Bar Centrale llega el cura del pueblo, un joven con sotana larga, el pelo alborotado y las mejillas coloradas, acalorado por la caminata y la indumentaria. Resulta inevitable que esta imagen, en mi memoria, se torne en blanco y negro, asociada a tiempos pasados.

 

alojarse en Riomaggiore

Photo by Mal B on Foter.com / CC BY-ND

 

A pesar de ser día festivo, están abiertos todos los negocios de Via Colombo, algo así como la calle Mayor, la que lleva a todos los lugares: al túnel que une el pueblo con la estación ferroviaria, a las escaleras por las que se accede al pequeño puerto, a sus restaurantes, al lugar donde atracan los barcos turísticos y desde donde se toma el camino a la playa- véase que el concepto de playa aquí nada tiene que ver con el que podamos tener en mente, pues se trata de una zona de gruesas piedras en las que resulta complicado tumbarse al sol-.

Me he dado cuenta de que en Riomaggiore es raro encontrar personas con sobrepeso, a pesar de las docenas y docenas de focaccias que se despachan en la panadería, de la pasta suculenta que se come o se cena en las casas, por cuyas ventanas escapan los  efluvios delicados de tomate y albahaca, de las salsas que se guisan a fuego lento acompañadas de la música de los fogones – la que orquestan las cucharas, sartenes, ollas y tapas- e incluso de alguna cancioncilla que se tararea alegre en la cocina. Claro que ésto tiene una sencila explicación: todo el pueblo es una larga y constante subida, tanto si se sigue Via Colombo como si no. Resulta en vano buscar algún camino más liso y llano, pues si uno se aventura por los callejones laterales lo más fácil es que se encuentre con tramos interminables de escaleras. Creo que este año puedo saltarme el propósito que cada septiembre se hacen cientos, miles, de personas y ahorrarme unas cuantas sesiones de gimnasio. ¿Véis? Otra ventaja de alojarse en Riomaggiore.

 

Photo by canoe too on Foter.com / CC BY-NC-ND

 

Aun así no dejo de asombrarme cada vez que veo a la gente del lugar saltando entre las rocas para darse un baño en el mar. Yo, que además sufro de vértigo, siento que se me encoge el estómago mientras intento llegar hasta donde se encuentran. Cuando lo consigo, palidezco de envidia al descubrir a personas que pasan de los 70 y que se mueven, nunca mejor dicho, como pez en el agua.

Como Riomaggiore es el primero de los cinco pueblos, si se viene de la Spezia, que conforman el parque nacional de Cinque Terre, es también el primero en recibir a los numerosísimos turistas que llegan por tierra o mar. Me cruzo con ellos mientras bajo lentamente por Via Colombo para comprar pan, fruta y pecorino, o algunos tomates de aspecto retorcido pero sabor intenso- aunque presupongo que no tan exquisitos como los del huerto de mi «vecino», que cada día los riega concienzudo, taciturno, sin levantar la cabeza en ningún momento, mucho menos para saludar.-Por cierto, aquí cualquier pequeño espacio entre dos casas es un lugar idóneo para sembrar un huerto: pimientos, tomates, calabazas, judías verdes, y limoneros cargados de frutos de piel gruesa y aroma profundo.

 

alojarse en Riomaggiore

Un poco más arriba de este pequeño hotel estaba nuestra casa en Riomaggiore

Prefiero, después de haber comprado en todos, el «Alimentari Franca», el que está en la parte más baja de la calle, o si se prefiere el primero que se encuentra nada más salir del túnel que une la estación con el centro del pueblo. Tiene excelentes productos, está limpísimo y además es un negocio familiar en el que jóvenes y no tan jóvenes atienden con amabilidad, algo que no es excesivamente usual en estas tierras ya que los italianos de Liguria, y concretamente de la Spezia, tienen fama de poseer un carácter «cerrado» y de ser un poco desconfiados. Puedo asegurar, no obstante, que ésto puede resultar un tópico, aunque, si debo ser sincera, echo de menos la «chiaccherata» con la tendera en cualquier pueblo de la Toscana, o el saludo de los vecinos aunque les resultemos unos completos extraños.

Estoy pensando en como cambia nuestra percepción de los lugares o de las personas cuando no estamos sólo de paso, cuando permanecemos durante unos días- claro que unos días tampoco son suficientes- en los mismos. Hace un año visitamos Riomaggiore, como tantos lo visitan hoy, cámara en mano, asombrados por el encanto de las casas aferradas a la roca, fotografiando los murales del artista Silvio Benedetto, o dispuestos a iniciar el recorrido por la famosa Via dell’amore.

Nunca es suficiente, salvo que tuviésemos la fortuna de ser uno de tantos que regresan cada verano al lugar de su infancia, al calor de unos brazos maternos, al recuerdo de las risas, los juegos entre los callejones, al escondite, como siguen haciendo los niños por aquí.

Curiosamente este mismo verano he descubierto un blog que se publica en un diario nacional. Habla precisamente de eso… y quien lo escribe lo hace, precisamente, desde un lugar que descubrí, tan sólo por unas horas, el verano pasado. Se trata de Tellaro. Me provoca una  sonrisa comprobar que mis apreciaciones eran ciertas cuando escribí:

«Observo a un grupo de mujeres en la mesa de al lado, poniéndose al día sobre sus vidas, de regreso al lugar de su infancia»

PD: Este y otros post sobre Cinque Terre fueron publicados originalmente entre los años 2011-2013 en el blog «De viajes y libros» (blogspot) No ha sido posible recuperar las fotos originales publicadas entonces. Aun con eso, espero que el relato de mi post os haya hecho sentir la experiencia de alojarse en Riomaggiore y pasar unos días como un auténtico riomaggiorese.

Riomaggiore: qué ver y hacer en verano

Riomaggiore, el primer pueblo de Cinque Terre si llegas desde La Spezia, y en el que además decidimos alojarnos en nuestro viaje, me hizo pensar: «Pongamos por caso que soy uno de esos riomaggioresi nel mondo», alguien que no quiere olvidar sus raíces y que pone todo su empeño en recordar, recoger y difundir la cultura, la gastronomía y hasta un dialecto propio que en nada se parece al italiano. Pongamos por caso que vuelvo cada verano a Riomaggiore, a la casa della nonna, para reencontrame con los recuerdos y las gentes del pasado. Pudiera ser, quizá, uno de tantos italianos que buscan un lugar donde pasar el verano, huyendo del calor excesivo de las ciudades. Incluso podría ser uno de esos artistas que un día llegaron aquí, y subyugados por la belleza del mar, el aroma de la albahaca, los escondites entre las rocas, la quietud de los estrechísimos callejones y la historia antiquísima- como todas las historias alimentada también de leyendas- decidieron  quedarse para siempre.

 

Podría, en ese supuesto,  haber pintado los murales que detallan la vida y el trabajo en Riomaggiore, los retratos de hombres y mujeres de piel curtida por el sol  y el viento, ellas cargando enormes cestos de uvas sobre sus cabezas, montaña abajo, cuidando del preciado fruto, fruto de su sustento. Más tarde, y por aquello de que la necesidad agudiza el ingenio, idearon un sistema de railes por los que trepar montaña arriba con un pequeño vehículo similar a un tractor con dos contenedores a los lados.

Los murales son obra de Silvio Benedetto pero muchos otros decidieron quedarse en Riomaggiore, estableciendo sus pequeños negocios de artesanía, donde mostrar y vender sus obras, únicas y originales. Supongo que se quedaron porque encontraron aquí su particular paraíso, a salvo del mundo. Y supongo- sólo puedo suponer, acostumbrada a fantasear sobre las vidas ajenas- que toleran la invasión de los turistas en verano, aprovechan la temporada para sus negocios, y sueñan con la llegada del otoño, incluso del invierno, para dedicarse a aquello que aman cuando el silencio sólo se quiebra con el silbido del viento y el abrazo, a veces furioso, de las olas rompiendo sobre las rocas.

 

Riomaggiore

Photo by BrianJii on Foter.com / CC BY-NC-ND

 

Podría ser… pero tan sólo soy uno de tantos visitantes, que decidieron regresar a Riomaggiore durante unos días, para vivir y comprender un lugar que, sobre todo en verano, recibe la visita de cientos, miles, de personas que llegan en los trenes abarrotados y en los barcos turísticos que provocan una auténtica invasión. Durante unos días intentaré ser una riomaggiorese más, aunque tan sólo sea una riomaggiorese estacional.

Una buena forma de comenzar el día es desayunar en el Bar Centrale, en realidad desayunar por segunda vez, ya que el primer café en la terraza me resulta irresistible. A veces los vecinos se me adelantan y paso un mal rato mientras me llega el aroma de su «moka» (la cafetera italiana) borboteando en el fogón. Son un matrimonio de jubilados, de Florencia- me dice Gianna, la casera, con la desconfianza propia del mundo rural  hacia los forasteros, especialmente hacia aquellos que compran una casa en el lugar que consideran suyo-.

Las mesas del bar están casi siempre ocupadas, por turistas que acaban de llegar, por quienes ya tienen sus maletas consigo camino de la estación y la nostalgia anticipada en los ojos, por los parroquianos de siempre, por jóvenes madres con sus hijos o «jóvenes» abuelas con sus nietos. Si uno se fija bien distinguirá fácilmente a unos y otros, y no sólo por el idioma que hablen, la indumentaria que porten o su aspecto físico. Los turistas extranjeros, americanos especialmente, no pueden resistirse a una tortitas en el desayuno, los europeos e  italianos optan por el cornetto… a los riomaggeresi los distinguiréis porque toman una porción de focaccia incluso a primera hora de la mañana.

-Nonna, hai presso la focaccia?
-Siii
-Grazie, grazie nonna!- tintinea una voz infantil.

Después, sin prisa ni urgencia, con el ritmo lento que acompaña a nuestros gestos la seguridad de sabernos dueños de nuestras horas, hacemos aquello que más me gusta: pasar desapercibidos, como uno más, entre la gente.

Leo, en una entrevista reciente al escritor Paul Theroux, que hay dos modos de desempeñar este egoista trabajo de viajar y escribir: uno en aquellos lugares del mundo donde pasar desapercibido, donde perderse como uno más en la multitud. Y otro en paises donde eres diferente a todos, donde todo el mundo te identifica (en Africa, por ejemplo). Ambas maneras ofrecen distintas posibilidades de escritura- afirma el autor.

Yo, personalmente, prefiero la primera. La del mimetismo con el ambiente y el lugar, con las costumbres y la lengua. Quizá es la única que conozco, y aun no he tenido ocasión de experimentar las sensaciones que producen el sentirse enormemente distinto, por el idioma, la cultura o el color de la piel. Aunque bien pensado, en algunos lugares de la vieja Europa uno llega a sentirse bastante diferente.

Como la ola de calor africano que nos invade afecta por igual a lugareños y foráneos -a pesar de que «le Cinque Terre» gozan de un espléndido microclima donde las temperaturas en agosto no suelen superar los 28 grados y donde siempre sopla la brisa del mar- hay que buscar la la mejor forma de combatirla. Sumergirse en las aguas límpidas y transparentes; o bien  sentarse entre las rocas dejando que la espuma alegre y vivaracha nos salpique, unas veces suavemente, otras con más fuerza, en un interminable juego de contar…uno, dos, tres… ahora.

 

Riomaggiore

 

Los vecinos de la Spezia suelen huir del agobio de la ciudad para disfrutar de estas aguas:

-Esta mañana en La Spezia hacía más calor que en Palermo- aseguran haber escuchado en la radio.

Y uno sería capaz de permanecer allí durante horas si no fuera porque, en tal estado de ensimismamiento y despreocupación, apenas se advierte la quemazón sobre los hombros hasta que la piel enrojecida nos alarma y un dulce sopor nos envuelve mientras miramos, con extraña sorpresa, la pendiente que nos aguarda para iniciar el regreso a casa.

Con la pereza pegada a los talones, tarareando con actitud indolente alguna cancioncilla, subimos las escaleras talladas en la piedra, derrotados ante la evidencia de que hay que subir, sí o sí, abnegados ante la certeza de que todavía queda un trecho, Via Colombo arriba y mucho más… Por el camino dirimimos otra gran incógnita: ¿Hacemos una parada en «il pescato cucinato», para comprar una bandeja de deliciosos boquerones, calamares y gambas fritas, o proseguimos hasta «primo piatto» y llevamos a casa pasta fresca cocinada al instante? De cualquier modo, pienso acompañarlo de una botella de vino blanco bien frío, Cinque Terre DOC de bodegas Sassarini, que me ha recomendado el dependiente de la enoteca, un tipo amable y atractivo que me pregunta sobre mis preferencias en cuanto al vino:

– Seco o afrutado?
– Mejor seco…
-También yo lo prefiero – y me queda la duda sobre si es completamente sincero, o si ha desplegado sus dotes de buen vendedor. Pero al final resulta que el vino me gusta, asi que… ¿qué mas da?.

Las horas lentas de la tarde discurren entre el duermevela de la siesta, la lectura en la terraza o un culebrón que emite la RAI al que definitivamente me he «enganchado»; y es que lo tiene todo: hermosos paisajes en la verde Umbría, el casolare de mis sueños, secretos de familia, el negocio del vino y la buena cocina.

Para estirar las piernas, nada como una buena passeggiata, aunque dada la orografía de Le Cinque Terre el intento puede acabar en una dura sesión de trekking. Sin embargo, al caer la tarde, queda la opción de recorrer el paseo más romántico, la Via del’Amore, que une Riomaggiore con Manarola, ya que a partir de las siete, y hasta la mañana siguiente, es de acceso libre y por tanto gratuito. Compruebo que los candados se han multiplicado desde mi visita anterior, tanto amor encadenado eternamente…

Actualizamos: debido a las sucesivas  riadas y desprendimientos, la Via dell’Amore ha estado cerrada durante bastante tiempo (desde 2012) aunque hay 200 metros accesibles desde la localidad de Manarola. Ojalá sea este el año en que nuevamente pueda recorrerse desde Riomaggiore y podáis disfrutarla como nosotros.

También se puede hacer una parada en una auténtica terraza sobre el mar. «A Pie’ de Ma’ «es un bar muy agradable, literalmente sobre el mar, justo donde comienza el sendero. Uno puede disfrutar de una bebida contemplando la puesta de sol, moviendo los pies al ritmo de la música de jazz, y ocasionalmente y con mayor fortuna de la música en directo.

 

Riomaggiore

Photo by Funky64 (www.lucarossato.com) on Foter.com / CC BY-NC-ND

 

Una vez recorrido el sendero, se puede caer en la tentación de sentarse a cenar en cualquiera de los restaurantes de la pintoresca Manarola, bajo las bombillas de colores que adornan las terrazas, a las que se llega sorteando las barcas recién pintadas, que descansan en tierra firme, secando los barnices con el viento salado, el mismo que seca las ropas ondeantes en las ventanas. Resulta dificil resistirse a los efluvios del pescado y el marisco, a la parrilla o acompañando la pasta, negarse el placer de acabar lamiendo las gotitas de salsa que resbalan por nuestros labios, sorbiendo los «linguine ai batti batti»- un marisco desconocido para nosotros, no tan fino como la langosta o la cigala pero sabroso acompañando el plato (si quieres una completísima guía de lugares para comer en Cinque Terre, no te pierdas nuestro post)

 

Photo by Ginkgo-Biloba on Foter.com / CC BY-NC-SA

 

Si uno decide regresar sobre sus pasos, aventurándose entre risas por el sendero apenas iluminado, debe tener cuidado de no dar un traspiés. Mucho más cabal seria tomar el tren pero ¿quién puede resistirse a un poco de aventura, conteniendo la respiración, recorriendo con paso ligero el camino, imaginando peligros acechantes entre las sombras? Probablemente las únicas sombras acechantes sean las de alguna pareja de enamorados, que sentados en un recodo hagan de este un lugar de encuentro, tal y como otros lo hicieron antes dando nombre al camino.

Cuando ya se vislumbran las luces de Riomaggiore, el viento nos trae los sonidos de una música alegre y vital. En el pequeñísimo puerto, una orquesta interpreta conocidísimos temas de la música italiana, mientras los riomaggeresi se mezclan con las turistas americanas, en un juego de seducción y juventud que no cambia con el devenir de los tiempos.

– ¿Qué hacen por ahí abajo?- se preguntan los mayores, unos a otros.

– Bailan como locos- responde alguno, resignado.

Y la luna mira, sonriente, como las noches suceden a los días, mientras los cuerpos jóvenes se balancean al ritmo de la música, o se lanzan al agua desde el puerto… porque tan sólo las noches de verano pueden ser tan hermosas como los días en Riomaggiore.

Los pueblos más bellos de Italia ¿A qué esperas para conocerlos?

¿Cuáles son los pueblos más bellos de Italia?  Es posible que el título pueda sonar categórico, que dé lugar  a tribulaciones sobre si son los que están o están los que son pero, sin atreverme a suscribir la afirmación que contiene, puedo asegurar que los pueblos que aparecen en la guía de tan selecto club no están exentos de belleza, interés y encanto.


Allá por el año 2001, en un intento no sólo de promocionar turísticamente determinadas poblaciones que quedaban al margen de los circuitos ofrecidos por las agencias, sino de preservar y revalorizar su patrimonio cultural y artístico, nace este «club» de los pueblos más bellos de Italia, a semejanza de los que ya funcionaban en otros países – véase Francia con «les plus beaux villages»-. Aunque debo decir que este propósito queda ya superado pues algunos de los pueblos que forman parte de esta asociación, esos pequeños lugares en los mapas que siempre me han gustado, se incluyan en una lista o no, se han convertido también en algunos de los más visitados y turísticos.

La primera vez que encontré el distintivo de «I borghi piú belli» fue en mi visita a Poppi, inmerso en las montañas del Casentino, en una de las zonas menos visitadas de Toscana. Vaya por delante la observación  de que traducir Borghi como pueblos no es del todo correcto. En la pasada edición del World Travel Market de Londres tuve la oportunidad de asistir a una rueda de prensa de esta asociación. Insistieron en que no se tradujese como los pueblos más bellos de Italia ya que el Borgo (un término «inventado») se caracteriza por tratarse de poblaciones amuralladas en las que se conservan edificios nobles, de gran valor artístico o histórico.

Scarperia, en el Valle de Mugello; Buonconvento, cerca de Siena; Sovana y Pitigliano en la provincia de Grosseto, son algunos de los nombres que figuran y que merecen sin duda alguna el distintivo de los pueblos más bellos de Italia, y una parada en nuestro viaje, aun cuando ello suponga sustituir algún destino en el itinerario previsto. Recorrer los nombres propios que figuran en esta guía- ya está disponible la última edición 2017 – puede ser una buena manera de conocer esa «otra Italia» y una excusa perfecta para regresar siempre que se pueda.

Sin haberlo previsto de ningún modo, únicamente fruto de la casualidad,  en el verano de 2011 tuve la oportunidad de visitar algunos de los considerados «i borghi più belli». Unos al norte, en la región de Liguria, y otros en el centro del país, en la  de Umbría. Curiosamente tanto una como otra  no son regiones muy extensas, si no me equivoco Umbría es una de las más pequeñas de todo el país, y sin embargo en ellas se concentran un buen número de los pueblos más bellos de Italia.

Tellaro es apenas un punto diminuto en el mapa, asomado literalmente al mar, en el extremo oriental del Golfo de la Spezia. Apenas accesible con un reducido servicio de transporte marítimo, o tras un breve pero fatigoso recorrido en autobús desde Lerici,  ofrece una imagen inconfundible con sus fachadas en tonos ocre y la torre del campanario de San Giorgio.

Su orografía, especialmente su costa accidentada y rocosa, sirvió de refugio a los habitantes de las poblaciones vecinas ante los ataques de piratas sarracenos, aunque circule la leyenda de que fue el «pulpo campanero» el verdadero héroe de la historia. Comienza así…

Erase una vez, hace cientos y cientos de años, en un pequeño pueblo hecho de casitas de colores aferradas a una empinada colina sobre el mar…
El mar , en aquel tiempo, no era un lugar seguro. Estaban, de hecho, los terribles piratas sarracenos. Llegaban de noche, silenciosos como fantasmas, sobre sus velocísimas naves. Robaban todo aquello que se podía robar y destruían todo aquello que se podía destruir…
Por este motivo, en todos los pueblos de la costa por la noche había siempre un hombre de guardia sobre el campanario de la Iglesia, dispuesto a tocar la campana para dar la alarma apenas apareciese por el mar cualquier barco de vela sospechoso…

Tras esta breve traducción libre, si queréis saber como sigue la historia, tendréis que leer «El polpo Campanaro» de Beppe Mecconi, un delicioso cuento para niños que recoge la leyenda más famosa de Tellaro.

El asunto del pulpo ha dado origen también a otra delicia, como lo es el plato más típico del lugar, «polpo alla tellarese»: cocido con patatas y condimentado con aceite del lugar, aceitunas deshuesadas y un picadillo de ajo, perejil, sal, pimienta y zumo de limón. El segundo domingo de agosto se celebra la tradicional «sagra del polpo»(algo así como la feria del pulpo) en recuerdo de la victoria ante el ataque de los sarracenos, gracias a la alarma que dio el pulpo gigante.

Tellaro se recorre en un abrir y cerrar de ojos, paseando entre sus callejones silenciosos y empinados,respirando la calma en el embarcadero, tomando un café en la pequeña terraza de un bar, sin apenas visitantes… un lugar perfecto para perderse y «desconectar», gastando el tiempo con el deleite que produce la contemplación de las aguas azules del Golfo. Quizá aquí se cumple la premisa de una total ausencia de turismo de masas, pero bien pensado… sería posible que cientos de visitantes pudiesen discurrir entre sus callejones estrechos?

 

 

 

 

Desconozco si los habitantes de Tellaro echan en falta un mayor número de turistas , yo desde luego no. Observo a un grupo de mujeres que conversan en la mesa de al lado, poniéndose al día sobre sus vidas, de regreso al lugar de su infancia.

No muy lejos de allí se encuentra otro de esos lugares de gran belleza y singularidad, que merece sin duda alguna su pertenencia a la lista de pueblos más bellos de Italia. Si les Cinque Terre se han convertido por mérito propio, y por su gran riqueza natural, en Patrimonio de la Humanidad, entre ellas destaca sin duda alguna la población de Vernazza.

Desgraciadamente, el  25 de Octubre de 2011 unas terribles inundaciones sepultaron tan hermoso lugar bajo el lodo, entre los restos de los muros derruidos de las casas y los árboles que la lluvia arrancó montaña arriba hasta llevarlos a desembocar en el mar. Las imágenes eran demoledoras y las lágrimas se me saltan recordando ese lugar en el que me senté, con los pies sumergidos en las aguas cálidas y limpias, el estanco en el que compramos una postal, en la que escribimos: aquí se encuentra el paraíso… un paraíso que la naturaleza furiosa destruyó, irreconocible en las fotos del «antes y el después».

Poco a poco las poblaciones vecinas, mucho menos afectadas, se recuperaron: se abrió la línea ferroviaria, el Sendero del amor (que años más tarde ha vuelto a cerrar debido también a los desprendimientos causados por lluvias torrenciales) y los turistas volvieron.

En aquellos duros momentos, autoridades locales y gente de todo el mundo, entre ellos el periodista de viajes Rick Steves, no cesaron en sus llamamientos a la solidaridad, con distintas iniciativas. A través de una página web se podía consultar que negocios y establecimientos estaban abiertos o que iban a reanudar su actividad en breve.
Recuerdo consultarla y leer entre ellos el de «Il Pirata delle Cinque Terre» con un desesperanzador «uncertain». De cualquier modo, la mejor contribución en aquel momento fue visitar las poblaciones de Cinque Terre, especialmente Vernazza, para que sus habitantes  recuperasen sus casas, sus negocios y sus vidas, para volver a mostrar al mundo porque es, sin duda alguna, uno de los pueblos más bellos de Italia.

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11 lugares donde comer y beber en Le Cinque Terre

Comer bien en Cinque Terre es «relativamente sencillo». Es un lugar lleno de encanto, eso ya te lo hemos contado, pero además de sus pueblos de casitas de colores sobre la roca, del mar, de su estupendo clima y un largo etcétera hay que añadir su extraordinaria gastronomía. Guiados por nuestra experiencia, nos atrevemos a recomendarte algunos lugares donde probar lo más destacado de la gastronomía ligur. Como siempre, a precios razonables.

Dónde comer (y beber) en Cinque Terre: nuestras recomendaciones

 

1. Il Pirata delle 5 Terre

El número 1 de la lista, por diversos motivos. El primero, porque lo hemos visitado en varias ocasiones y siempre nos han quedado ganas de volver. Situado en la parte menos turística de Vernazza, cerca de la estación de tren, este bar regentado por dos hermanos sicilianos – si, ya se que acudir a un restaurante siciliano en Liguria puede sonar raro- ofrece lo mejor de ambas regiones: pesto genovés, anchoas de Monterosso o pasta con marisco, pero también los mejores dulces del sur y las «granite» (granizados) naturales. Este local es para nosotros algo especial por el modo en que lo descubrimos, y siempre tendrá un lugar en nuestros estómagos y nuestro corazón. Cuando nosotros estuvimos la carta no era muy amplia, pero más que suficiente. Nuestro consejo: ¡dejad hueco para el postre!

Via Gavino, 36. Vernazza

http://ilpiratarooms.com/

2. Il Porticciolo

En la bonita localidad de Manarola, en uno de los rincones más tranquilos de Le Cinque Terre, este restaurante ofrece productos típicos de la zona. Pescados y mariscos, pasta e incluso pizza con la misma materia prima. De precios contenidos- para lo habitual en la zona- ¡Si no pedís langosta! Aquí probamos un marisco desconocido para nosotros, los «batti batti», similar al que en el Mediterráneo español se conoce como «galera», sin la exquisitez de otros pero muy sabroso para acompañar unos linguine. Buena selección de vinos Cinque Terre DOC, complicada elección del postre y ambiente muy agradable en su porche cubierto. Tuvimos la fortuna de visitar Le Cinque Terre cuando la Via dell’Amore permanecía abierta en todo su recorrido, así que el paseo después de la cena era perfecto.

Via Renato Birolli, 92. Manarola

http://www.ilporticciolo5terre.com/

3. Pizzeria Vecio Muin

Os recomendamos las pizzas- el resto de la carta no probamos- que además nosotros pedíamos para llevar, ya que nuestro apartamento de Riomaggiore estaba a pocos metros de allí, y era una excelente opción a la hora de la cena. Ricas, ricas…y más después de un baño en el mar o un día de excursión para disfrutar de Le Cinque Terre.

Via Cristoforo Colombo, 83. Riomaggiore

4. Il Pescato Cucinato

Otra opción de comida para llevar, o para consumir sobre la marcha. Fritura de pescado, calamares y gambas, en cucuruchos para comer al momento o en bandejas, al peso, para llevar a casa. Buenísimo, y otro de nuestros recursos para pasar unas vacaciones como en casa pero sin cocinar.

Via Colombo, 199. Riomaggiore

5. Primo Piatto

Otro sitio más de takeaway en Le Cinque Terre, y es que como os hemos dicho muchas veces hay opciones de comida rápida muy buenas y saludables, además de baratas. Aquí podéis elegir la pasta que más os guste (fresca) y una de las muchas salsas para acompañarla. Os la cocerán al momento y os la meterán en un recipiente igual que los de comida china, solo que en lugar de palillos os darán un tenedor. Nuestra recomendación: trofie al pesto.

Via Colombo, 72. Riomaggiore

6. Bar Centrale

El bar, de toda la vida, en Riomaggiore. Excelente para el desayuno, un café en cualquier momento del día, incluso una copa por la noche en su terraza en Via Colombo, la arteria principal del pueblo. Recomendables los helados, aquí probé por primera vez el brioche relleno… Si, tal y como estáis pensando, es un «bocadillo» de helado: te abren el bollo dulce y dentro van las bolas del sabor o sabores que elijas.

Via Colombo 144, Riomaggiore

7.Panificio Rosi

No solo de pan vive el hombre, sino también de excelente focaccia. Esta panadería es una auténtica tentación, con la focaccia y pizza al taglio recién hechas y una selección de dulces típicos de Le Cinque Terre,  tartas caseras que os recordarán a los dulces y el pan de vuestras abuelas.

Via Colombo, 188. Riomaggiore

8. Enoteca D’uu Scintu

Para acompañar nuestras cenas, o tomar una copa de vino en la terraza de nuestro apartamento, mientras anochecía, hacíamos una parada en esta estupenda enoteca con una enorme variedad de vinos, sobre todo Cinque Terre DOC. Asesorados por el personal, amabilísimo, escogimos  una botella de la Cantina Sassarini.

Via Colombo, 84. Riomaggiore

9. A Piè de Mà

Mucho más que un bar o enoteca, la ubicación de Piè de Mà lo hace un local único. Su terraza, asomada literalmente al mar de Le Cinque Terre, y al inicio de la famosisíma Via dell’Amore, ofrece unas vistas increibles. Todo ello con música de jazz de fondo y, en ocasiones, con música en vivo. Recomendable a la hora del aperitivo o para una copa por la noche.

Via dell’Amore 55. Riomaggiore

10. Cantina del Pescatore

Continuando con el aperitivo o «tapeo» rápido, este local situado en una estrecha calle – junto a la Iglesia de San Juan Bautista de Monterosso al Mare- es recomendable tanto por lo apetecible de sus opciones de picoteo como por la amabilidad del personal. Además venden vinos y otros productos típicos de Le Cinque Terre.

Via Vittorio Emanuele, 19. Monterosso

11. Enoteca da Eliseo

Probablemente la Enoteca más conocida de Monterosso, ofrece una amplísima selección de vinos que sirven acompañados de unas aceitunas. Muy cerca de la anterior, en la Placita nada más pasar la Iglesia, tiene una terraza muy agradable. Vale la pena sentarse y disfrutar, aunque no sea un lugar excesivamente barato, en la media de lo habitual en Le Cinque Terre.

Piazza Matteotti, 3. Monterosso

Esperemos que os sea útil nuestra selección. Si visitáis Le Cinque Terre y probáis alguno de ellos ¡Contádnoslo! ¿O ya habéis estado?

Le 5 Terre: cómo, dónde y cuándo visitarlas y repetir

Le 5 Terre- Riomaggiore, Manarola, Vernazza, Corniglia y Monterosso al Mare- son otro de mis destinos reincidentes y, por sí mismas, 5 motivos para una escapada, visita o vacaciones de relax.

Situadas en la Costa de Liguria, entre el Golfo de la Spezia y el de los Poetas, estos 5 pueblos poseen una situación y encanto únicos que atraen cada año a miles de turistas. Es frecuente que quienes hacen un viaje a Toscana, especialmente al Norte para visitar Florencia o Pisa, se acerquen aunque sea una sola jornada para conocer estas 5 localidades costeras, accesibles tanto por tierra como por mar. Os aseguro que, tal como me sucedió, la visita os sabrá a poco y os marcharéis pensando en organizar unas auténticas vacaciones en Le 5 Terre.

El territorio posee la certificación de Parque Nacional, la de Area marina protegida, y ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. A pesar de toda la información que circula por internet, todavía es frecuente encontrar algunos datos o noticias erróneas, sobre todo respecto a los senderos que permanecen abiertos, o no, al público en el Parque Nacional delle Cinque Terre, por lo que mi recomendación es que, si tenéis intención de visitarlo, consultéis directamente la web del Parque justo antes de viajar. Debido a las catástrofes naturales que en los últimos años han afectado a la zona -inundaciones, desprendimientos- ante cualquier alerta meteorológica se pueden suspender las visitas e incluso la circulación de los trenes.

¿Cómo organizo mi visita a 5 Terre?

Si os estáis preguntando cuál es el mejor modo de visitar Le 5 Terre si solo disponéis de un día, he aquí mis recomendaciones en forma de Faqs.

  • ¿Cuál es el mejor modo de llegar a Le 5 Terre? Probablemente habrá quien os diga que en tren y quien afirme que en barco sin dudarlo. En mi humilde opinión, el único modo de visitar las 5 localidades en un solo día es en tren. El barco tiene horarios mucho más restringidos y es matemáticamente imposible hacer escala en cada parada y regresar en el día (además hay que contar con que el tiempo y el mar lo permitan) Una buena opción es combinar ambos: ida en barco, vuelta en tren (por ejemplo) y aun así andaréis un poco justos de tiempo.
  • ¿Qué me pierdo si viajo en barco a 5 Terre? Pues, por ejemplo, llegar a Corniglia que es el único pueblo que no tiene puerto ya que se encuentra en lo alto de la montaña. Me lo perdí en mi primer viaje y cuando tuve oportunidad de conocerlo descubrí que la visita realmente vale la pena.
  • ¿Qué me pierdo si recorro Le 5 Terre en tren? La visión maravillosa de la costa, y lo más característico de la zona: sus casas colgadas literalmente de la montaña y los acantilados, las imágenes que siempre veréis en las fotografías y postales.
  • ¿Puedo visitarlas con mi coche? Mejor no. Es algo totalmente desaconsejable por varios motivos: carreteras tortuosas y, si esto no os disuade, poquísimas y carísimas plazas de Parking. Lo mejor, si viajáis en coche es que aparquéis en La Spezia (al Sur de 5 Terre) o en Levanto (al Norte) para iniciar vuestro itinerario.

 

¿Cuándo puedo viajar a 5 Terre?

Seguramente también os preguntaréis cuándo es el mejor momento para visitar Le 5 Terre y si es posible hacerlo fuera de la estación estiva. Así que os damos algunas pistas de lo que os encontraréis dependiendo del momento del año:

  • Como cualquier otro destino de Costa, primavera y verano son las estaciones ideales. En julio y Agosto encontraréis muchísima gente, sobre todo turismo de paso. Aunque os parezca mentira Septiembre es el mes de mayor afluencia sobre todo en lo que se refiere a estancias más largas (turistas americanos, especialmente) e incluso Octubre, aunque ya más tranquilo. Fuera de temporada hay muchos negocios, restaurantes y hoteles cerrados al público y la frecuencia de los trenes es menor, además de que no circulan los barcos turísticos.
  • ¿Que clima voy a encontrar? Por mi experiencia, el verano, aun siendo caluroso, en raras ocasiones resulta sofocante, ya que la ubicación de los pueblos, literalmente asomados al mar, hace que siempre sople una suave brisa. Otra cosa bien distinta es caminar por los senderos, o pretender subir los 300 escalones de la «Lardarina» cuando se llega a la estación de Corniglia a pleno sol. En cualquier caso es aconsejable llevar agua a mano, pues ya nos tocó ver los efectos de algún golpe de calor.

¿Dónde me alojo?

En cuanto al alojamiento ¿dónde puedo quedarme? ¿Hay muchos hoteles? ¿Son caros? Todo dependerá de la duración de vuestra estancia pero aquí van algunas claves:

  • Si estáis de paso, en una visita rápida, La Spezia es una ciudad no demasiado bonita pero bien situada para visitar tanto Le 5 Terre como otras localidades de la Costa de Liguria (Como Portovenere, Lerici o Tellaro) Encontraréis alojamiento a mejores precios y además tened en cuenta que pasaréis todo el día fuera, así que un Bed and Breakfast u hotel sencillo será suficiente (Esa fue nuestra opción la primera vez que visitamos la zona) En el puerto se puede coger el barco o en la Estación Central comprar la «5 Terre treno Card». También tenéis autobuses a Portovenere y funcionan hasta bastante tarde.
  • Si habéis decidido pasar unas vacaciones de relax en tan privilegiada zona mi recomendación es que escojáis cualquiera de las 5 localidades, busquéis un pequeño hotel o como en nuestro caso un apartamento (ya que nuestra estancia se prolongó durante una semana) Escogimos Riomaggiore , aunque aquí no hay opción errónea ya que es difícil decidir cual de las 5 localidades es más bonita. Ojo, eso sí, a la ubicación porque algunos alojamientos quedan fuera de los núcleos urbanos y resulta complicado llegar hasta ellos (aunque hay pequeños autobuses eléctricos que comunican las diferentes aldeas del Término Municipal)
  • En cuanto a los precios, no es más caro que cualquier otra zona turística o de costa en Italia. Como siempre, hay opciones para casi todos los bolsillos y en cuanto a  «dónde comer» encontraréis desde restaurantes caros a tiendas de alimentación o puestos de comida para llevar (pasta preparada al momento,  fritura de pescado o pizzas) Y no os olvidéis de las panaderías, un trozo de Focaccia recién horneada puede satisfacer al paladar más exigente.

 

5 TERRE: 5 RAZONES

Ahora que ya tengo respuesta a casi todas mis preguntas llega el momento de decidirme- estaréis pensando- ¿Un par de días o una estancia más larga? Si no tengo tiempo para todo ¿Qué veo, qué dejo? Difícil elección. Por si os sirve de ayuda, aquí va una breve descripción de cada uno de los pueblos y que es lo que hace especial a cada uno de ellos

RIOMAGGIORE

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Muy concurrido a primera hora de la mañana, debido a que es la primera parada de quienes deciden pasar el día visitando 5 Terre partiendo de La Spezia ¡Sus calles empinadas os pondrán en forma seguro! Uno de sus mayores encantos reside en que allí comienza la famosísima Via dell’amore, el sendero que llega hasta Manarola, pero ¡Atención! porque actualmente está abierto únicamente un tramo. Aunque no hay playa existen accesos desde las rocas para bajar al agua y darse un agradable baño en sus aguas limpísimas.

MANAROLA

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Este pequeñísimo pueblo ofrece una estampa singular, con las barcas de los pescadores «aparcadas» a ambos lados en sus estrechas y empinadas calles. Menos transitada posee la peculiaridad de tener una auténtica piscina natural entre las rocas, junto al puerto. Y aunque pueda resultar algo extraño, esta localidad es famosa por su Belén (considerado uno de los más grandes del mundo) realizado con materiales reciclados.

CORNIGLIA

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Seguramente «relegado» a un segundo plano debido a que es el único pueblo que no tiene salida al mar. Conserva un cierto aire de autenticidad, con sus habitantes sentados a la puerta de casa mientras conversan con sus vecinos y los gatos panza arriba sobre el empedrado de las calles. Para subir desde la estación hay un autobús -opción recomendable- o una escalera de más de 300 peldaños. Corniglia ofrece unas vistas espectaculares de la Costa y recomendamos encarecidamente la bajada por la citada escalera ( La Lardarina)

VERNAZZA

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 Uno de los más visitados y uno de los puertos más encantadores que podáis encontrar. Allí mismo podéis sentaros sobre las rocas con los pies metidos en el agua. En su calle principal abundan tiendas de souvenirs, pero no olvidéis perderos entre los callejones adyacentes ni visitar la preciosa Iglesia de Santa Margarita de Antioquia o subir hasta el castillo Doria. Más turístico y por tanto algo más caro.

MONTEROSSO AL MARE

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El pueblo más grande de los 5. Con muchísimo ambiente en sus calles, no tan empinadas, y el único con playa, aunque no sea de arena fina. Tiendas, restaurantes, hoteles… y mucha animación en sus calles, un auténtico lugar «de veraneo».

 

¿Aún sin decidiros? No importa. Sea cual sea vuestra elección encontraréis más de 5 razones para regresar a 5 Terre.