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Leer, viajar, escribir

Leer, viajar, escribir… poco importa el orden. Siempre he dicho que la literatura, sea o no de viajes, es una de las mejores formas de recorrer el mundo. Nos traslada a lugares cercanos o lejanos, incluso nos transporta, por arte de birli birloque, a otros momentos de la historia. Hace ya unos años que escribí este post, en mi antiguo blog » De viajes y libros» (y, si, iba de leer y viajar) Era mayo de 2013 cuando pensaba y escribía algo así:

Hay quien asegura que la crisis llegó a las librerías mucho antes que a los titulares de los periódicos. Que cada vez se leía menos, que cada vez se compraban menos libros y que cada vez eran más las librerías que cerraban sus puertas o echaban la persiana.

Cuando escuchaba o leía estas cosas siempre sentía bullir en mi cabecita un extraño pensamiento, una mezcla de resquemor e incredulidad, y argumentaba conmigo misma, en un debate un tanto absurdo, que no podía ser, que nunca antes se había publicado tanto, que eran tantos los títulos a los que debía enfrentarme, cada vez que quería adquirir uno, que me resultaba prácticamente imposible… de esto hace ya algunos años.

En otra ocasión escribí sobre la desaparición de una de las librerías, no se si decir favoritas, que formaban parte de la rutina de mi vida. Es ahora cuando comienzo a preocuparme, porque se venden menos libros, porque desaparecen los libreros… aunque sigo enfrentándome a la indecisión ante las montañas de ejemplares que se me ofrecen. Hace mucho que ninguno de ellos me mira a los ojos,  suplicándome un «llévame contigo», coqueteando con una portada atractiva, con un título sugerente, aunque sigo apostando por los que para mí son un «valor seguro», mis autores favoritos. Pero echo en falta a esos otros, los del amor a primera vista, los de la seducción inmediata, los de la aventura y el riesgo, o quizá soy yo quien, después de algunos desengaños, no quiere atreverse con elecciones de resultado incierto.

 

leer viajar

Libros por el mundo. Photo by cristianconti on Foter.com / CC BY-NC-SA

 

Es verdad que también yo compro menos libros, por un problema de espacio físico y porque, como a casi todos, me ha tocado «mirar el bolsillo» antes de adquirirlos. Alguno pensará que lo del espacio es  una excusa y que este problemilla hoy se soluciona adquiriendo libros en formato digital pero soy de las que se resisten a abandonar el papel, al menos del todo. Y por otra parte, salvo algunas excepciones, la diferencia de precio entre uno y otro formato es imperceptible. Puestos a elegir, me sigo aferrando a todo aquello que me resulta tangible.

De cualquier modo, y desde que tengo memoria, siempre fue posible leer en cantidad y calidad sin tener que desembolsar un duro, perdón un euro. Soy una defensora a ultranza de las bibliotecas públicas. Seguro que más de uno exclamará, se llevará las manos a la cabeza, esgrimiendo argumentos del tipo: «y si todo el mundo acude a la biblioteca ¿Quién va a comprar los libros?» Para mí la respuesta es sencilla, pues aquellas personas que aprendieron a amar los libros gracias a su labor, comprarán otros siempre que tengan la oportunidad.

Ahora que se ha puesto tan de moda eso que llaman bookcrossing, recuerdo con nostalgia mi época de adolescencia y juventud. El intercambio de libros con amigos y compañeros de clase, los que compraba en mercadillos de ocasión o los que cambiaba en otros puestos por un precio casi simbólico, aunque estos últimos solían ser sobre todo cómics que compartía con mi hermano, de manera que crecí también como lectora con los superhéroes de extraordinarios poderes.

Hace pocas semanas se celebraba el día del libro. Los puestos en calles y plazas, en tantas otras ferias, llenaban páginas de periódicos y titulares en televisión. Cada tarde, al salir del trabajo, cruzaba la Plaza desangelada, y miraba de reojo los puestos casi vacíos, si acaso alguna madre adquiriendo algún título infantil, y dudaba entre si debía entristecerme o enfadarme. Seguramente, la lluvia insistente y los días grises no ayudaban demasiado, pero es que ni siquiera yo sentí la tentación de pararme, pues de un vistazo resumí el catálogo de lo que se ofrecía: literatura infantil aparte, algunos bestseller en formato de bolsillo, otros de materias esotéricas…

Pero yo sigo con mi argumentación, sobre cuan barato y reconfortante resulta el ejercicio de la lectura, desde siempre pero sobre todo ahora. Gracias a las nuevas tecnologías es posible descubrir, desde hace ya tiempo,  algunas revistas digitales, como la que edita (editaba) mi amigo – espero que me permita llamarlo así- Carlos Manzano, «Narrativas», que me ha posibilitado conocer tantos autores interesantísimos y darme grandes atracones de relatos. Actualizo: la revista Narrativas no se edita ya, pero es posible acceder y disfrutar de los 50 números publicados. Del mismo modo que me ha permitido disfrutar como lectora, fue una excelente oportunidad de publicar para algunos escritores, algunos noveles e incluso otros más experimentados, que tal y como está el panorama editorial lo tendrían bastante difícil.

Leer, viajar, y escribir, cada vez más en formato digital, y lo dice una nostálgica del papel, de esas que lleva, o  llevaba, un cuaderno para escribir su bitácora de viaje, además de algún ejemplar que aligerase las horas de espera en un aeropuerto, o las de un vuelo. En realidad, no hay nada mejor que un buen libro mientras se viaja en tren ¿Y qué me decís de visitar las librerías más especiales y bonitas alrededor del mundo?

Como anécdota, mientras exploraba el último número de Narrativas dos mosquitos impertinentes perturbaban la paz de mi lectura, hasta que he decidido aplastarlos. Menos mal que ha sido contra la tapa de mi iPad ¡Sobre el papel hubiese quedado una mancha asquerosa!

 

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Photo by KANZAKI MATA on Foter.com / CC BY-NC-SA

 

Nunca fue tan fácil exponerse ¡Algunos incluso pueden escribir un blog! Como este, de viajes, que quizá estés leyendo. Ironía aparte, hay tanta buena, y mala, literatura en la red que uno llega a sentirse minúsculo, perdido, o abrumado y engullido. Voy de un click a otro click hasta que temo desaparecer tras la pantalla, hasta que pulso el dichoso cuadradito con la x o salgo corriendo.

Admiro a aquellos que escriben, a mis amigos, a los valientes que pelean e incluso publican. Admiro a quienes persiguen un sueño. El mío siempre fue viajar y poder contar esos viajes. Sobre si esto último es posible siempre argumenté que viajar no es un lujo, ni un capricho, sino una necesidad vital. Ya se que muchas personas no sienten ningún interés por hacerlo y yo no tengo ganas de convencerlas. Tampoco de explicar como se puede lograr sin tener un enorme poder adquisitivo pues quienes comparten este deseo lo saben muy bien.

En el mundo que imagino, luchar por los sueños debería ser un mandamiento, renunciar uno de los pecados capitales. Me debato ante la duda: ¿Estaré irremediablemente condenada o queda un resquicio de esperanza para la redención?

PD: En estos tiempos de confinamiento  (abril de 2020) que tan duros pueden resultar para los viajeros empedernidos, siempre nos quedará leer, «viajar», escribir… soñar.

La Costa Amalfitana: desde Sorrento a Positano y Amalfi, buscando a Marcello

Me he lanzado cuesta abajo nada mas apearme del autobús que, desde Sorrento y cargado de turistas, nos ha llevado a Positano, recorriendo las curvas vertiginosas de la Costa Amalfitana. He gritado: Marcello, Marcelloooo… entre risas, emulando a Diane Lane en «Bajo el sol de la Toscana», esperando que el guapísimo italiano se asomase a un balcón que no consigo localizar. Así que decido bajar hasta la playa con la esperanza de encontrar aquel bar que regentaba su familia… pero solo encuentro restaurantes caros.
Antes, no obstante, no me he podido resistir a la foto junto a la baranda, la misma en la que Marcello decía aquello de…»Francesca, hay alguien para ti…» el vaporoso vestido blanco agitado por el viento, con el mar al fondo y la imagen de la cúpula de la Iglesia -la de la Assunta- con sus azulejos de color verde brillando bajo el sol.

Ahora repaso las fotos de nuestro viaje a Nápoles y la Costa Amalfitana y vuelvo a visionar el film. Como en un juego, intento buscar las diferencias: las mismas calles empinadas de Positano, flanqueadas por casitas pintadas de blanco, por cuyos balcones y terrazas asoman esplendorosas las buganvillas. Perfectas para recorrerlas sobre una vespa, sorteando a los curiosos que deambulan entre las tiendas para turistas, esas en las que venden cerámica pintada a mano, en tonos amarillos, como los motivos que la decoran, los limones, los famosos limones de Sorrento ¡Caramba!- exclamo desde el sofá de mi casa- ya se donde vive Marcello. Es lo que tiene observar un lugar a través de la cámara, como en el cine, uno nunca sabe si es real o simple atrezzo.

 

A Positano le ocurre lo que a muchas personas, que sin ser extremadamente bellas, resultan enormemente fotogénicas. Unos ojos azules, como el mar de Positano; un defecto apenas imperceptible que se pasa por alto en el conjunto armonioso del rostro; una luz especial; un perfume, otra vez el del mar que nos acompaña desde que hemos llegado, o el de las glicinas que cuelgan graciosas sobre un porche… Y así no se advierten algunos rasgos que la afean, como los techados de uralita junto a algunas casas, y las tupidas redes que cubren los huertos de limoneros- luego he sabido que para protegerlos del  sol- que ofrecen una imagen poco atractiva, sobre todo vistos desde lo alto, mientras nuestro autobús gira, vertiginosamente, en las últimas curvas justo antes de detenerse.

A ras de suelo todo resulta distinto. Siguiendo el larguísimo y serpenteante Viale Pasitea se alcanzan las callejuelas del pueblo, donde el aroma a limón es inconfundible: caramelos de limón, velas perfumadas, la apetitosa «delizia» que se vende en todas las pastelerías y, como no, el famosísimo limoncello, realmente bueno, distinto a cualquiera que se haya probado antes. Y un cierto bullicio, no demasiado agobiante- ¡No quiero pensar como será en verano!- de visitantes, que se confunden con la gente del pueblo que, en Viernes Santo, acompaña una procesión.

Abajo, sobre la arena de la playa, se trabaja para preparar la temporada: casetas donde alquilar embarcaciones, tumbonas o sombrillas… sin embargo la mejor vista de este mar se obtiene desde cualquiera de las terrazas de los hoteles que hay en Positano. Son pequeños establecimientos de aspecto sencillo, aunque la inmensa mayoría lucen 4 estrellas, las que otorgan una comodidad oculta a los ojos de extraños y el privilegio de ver el azul -cielo azul, mar azul- cada día al levantarse.

Guiados por el sentido común, nos alejamos de la playa y sus restaurantes pegados al mar para buscar alguna pequeña trattoria en la parte alta. No llegamos a contar las escaleras, pero creo que son alrededor de 400, por entre las que se abren ventanas al mar, pequeños callejones que dejan entrever retazos de horizonte.

Nos resulta complicadísimo encontrar uno de esos locales de comida a buen precio, ya que en Positano abundan los «Ristorantes». Al menos la comida es buena- la fritura de calamares y gambas es excelente, al igual que la pasta con marisco- pero, a pesar de que hay muchas mesas vacías, veo demasiados turistas extranjeros y creo que ningún italiano entre los comensales. Seguramente lo mejor ha sido comer en la calle, bajo un entoldado, y disfrutar del limoncello al acabar.

El camino en dirección a la parada del autobús resulta duro después de la comida, pero nos permite encontrar la pequeña Iglesia dedicada a Santa Caterina, reconstruida por última vez en los años treinta y cuyo altar es lo único que queda de la estructura original, del S. XVIII.

El trayecto entre Positano y Amalfi no es apto para todos los estómagos y tan sólo la visión del panorama desde el autobús, que no circula a más de veinte kilómetros por hora, nos distrae durante el serpenteante recorrido. Durante el viaje -casi 50 minutos para completar 17 kilómetros- no nos abandona una continua sensación de vértigo, situados al borde del abismo, tan cerca del precipicio. La Costa Amalfitana es abrupta. Desde la ventanilla, vemos las rocas afiladas sobre las que tememos caer, tanto que cerramos los ojos de vez en cuando, como en una de esas atracciones de feria.

Intento no perder detalle, aprovechando las paradas que tiene que hacer el autobús para dejar paso a los que realizan el trayecto en sentido contrario o para sortear los vehículos aparcados en tantos miradores, puntos estratégicos desde los que obtener las mejores fotografías de la Costa Amalfitana. Así que resulta imposible que pase desapercibido un pequeñísimo pueblo, con sus casas enclavadas dentro de la roca, como uno de esos «pesepres» napolitanos. Un lugar curioso y lleno de encanto, merecedor sin duda del distintivo de «I borghi piú belli d’Italia» que descubro rápidamente… Furore – anoto en mi teléfono móvil , el método infalible contra la mala memoria-. Y del otro lado, el mar.
Busco rápidamente en la maraña de internet y me sorprende de nuevo. En la web del municipio leo:
» Furore, il paese che non c’è…»(el pueblo que no existe).
Merece la pena detenerse a leer con detenimiento, y anoto este lugar en esa lista donde etiqueto «lugares donde perderse», aunque me asalta la duda : ¿Será posible disfrutar de la calma en medio de una de las rutas más turísticas de Italia?.
Al llegar a Amalfi tengo una extraña sensación, algo así como dicen los franceses un «dejà vu». Y es que, una vez abandonamos la explanada junto al mar, donde paran todos los autobuses y se encuentra el parking, y nos dirigimos hacia el centro, me parece atravesar otra puerta, la de Monterosso al Mare en Liguria – que tan sólo unos meses antes habíamos visitado. Pero la sensación se desvanece en cuanto llegamos a la Piazza, en la que la impresionante fachada del Duomo, con su larguísima escalinata (hay quien afirma haber contado uno a uno hasta 99 escalones), nos hace elevar la vista y contemplar atónitos los reflejos, sobre los mosaicos dorados de su cielo, con la luz de la tarde.

La Catedral de Amalfi es un fiel reflejo de su historia; construida en el siglo IX, sufrió numerosas transformaciones, fue destruida y reconstruida, y aglutina por ello una variedad de estilos, como el árabe o el normando – por quienes fue conquistada la que fue la primera República Marinera de Italia- y posee un campanario de estilo románico. Pero, cuestiones arquitectónicas aparte, subyuga y sorprende encontrarla en medio del entramado de callejuelas que conforman el lugar. Como un testimonio de gloriosos tiempos pasados, el conjunto monumental de la Catedral- consagrada a San Andrés- incluye además el bellísimo Claustro del Paraíso, la Basílica del Crucifijo y la Cripta, en la que reposan la cabeza y los huesos del Santo.

Pero es el Claustro el lugar que mayor emoción me transmite, quizá por el silencio, quizá por la luz que a estas horas de la tarde se filtra entre los bellísimos arcos entrelazados, que descansan sobre 120 finas columnas dobles, herencia de la cultura oriental, por el color blanco, simple y puro, que permite reposar a nuestros ojos y seguramente a nuestras almas. No en vano, el llamado Claustro del Paraíso es el antiguo cementerio de los nobles de Amalfi, y en él se conservan algunos sarcófagos bellamente tallados.

Una vez reconfortado el espíritu, lo mejor es disponerse a recorrer sus calles, entre tiendas de souvenirs y productos típicos, donde se puede descubrir el secreto del presunto ardor amoroso de los amantes italianos: «la viagra natural». Se ofrece en numerosos puestos y no es otra que la guindilla – el peperoncino- presente en tantas recetas tradicionales.

peperoncino, puesto de peperoncino en amalfi, guindillas frescas

Después de callejear, una buena opción es pasear sin rumbo a lo largo del «lungomare» y esperar la puesta de sol. Impaciente, mientras tanto, yo sigo buscando:
– Marcello, Marcellooooooo…

Un gran viaje, todo lo que necesitas saber para organizarlo

¿Soñando con un gran viaje? ¿Dispuesto a embarcarte en la aventura? Entonces no dejes de leer esta reseña que escribí (en mi antiguo blog) hace ya algún tiempo, sobre la primera edición de «Cómo preparar un gran viaje». En 2016 se publicó la segunda edición. Os recomiendo leer este post hasta el final (hay sorpresa)

Reseña de la primera edición de Cómo preparar un gran viaje

Un gran viaje

Decía así:

Si estás leyendo este blog, con toda probabilidad, serás alguien a quien le gusta viajar. Seguramente habrás hecho en tu vida algún viaje, tal vez muchos; cercano o lejano,  breve o, si eres afortunado, extenso en el tiempo… Si te encuentras entre ellos no me cabe duda que en alguna ocasión has soñado con hacer un gran viaje; ponerte el mundo y la vida «por montera» y partir hacia ese destino que en ocasiones se te antoja inalcanzable, mientras suspiras diciendo: algún día…

Pero no desesperes. Otros lo hicieron mucho antes que tú- y que yo- y algunos, como Itziar Marcotegui y Pablo Strubell, viajeros infatigables, nos ofrecen un buen montón de consejos en su libro «Cómo preparar un gran viaje», recientemente autopublicado.

Aun para quienes viajan, o viajamos, de forma más o menos habitual plantearse un viaje de varios meses puede suponer un gran quebradero de cabeza. Para todos ellos- nosotros- la lectura de este manual resultará muy útil y clarificadora.
El libro está bien estructurado, con explicaciones muy sencillas sobre cada uno de los aspectos a tener en cuenta en un proyecto como el de hacer «un gran viaje» (transporte, alojamiento, visados y otros trámites…).

Pablo e Itziar son viajeros experimentados, y por tanto sus opiniones mucho más «autorizadas» que la mía, pero debo decir que difiero de aquello que exponen al afirmar que cualquiera puede hacer un viaje de este tipo y que, por tanto, esta guía es «para todo el mundo». Seguramente  muchas de sus recomendaciones sean válidas para cualquiera que se inicie en la experiencia, totalmente adictiva, de viajar. Pero sinceramente opino que es necesario un cierto bagaje, estar algo «curtido» o «bregado» antes de emprender un proyecto como el que plantean.

Especialmente útiles me parecen las indicaciones que hacen referencia a trámites de visados, fronteras y aduanas, quizá porque me resultan los más engorrosos. Aunque en el libro no se hace referencia a paises en concreto, las experiencias de Pablo e Itziar y los pequeños «trucos»que nos ofrecen para solucionar problemas resultan muy interesantes.

Por otra parte, debo decir que su planteamiento – 1º escoje la fecha para tu viaje, 2º escoje el destino, 3º calcula el presupuesto- no siempre es aplicable.

La primera vez que viajé por mi cuenta fue gracias a un bote de café instantáneo. Que nadie piense que tuve la fortuna de ganar ese «sueldo para toda la vida» que publicitaba una conocidísima marca. Sin embargo, me obsequió con un pequeño objeto que desató en mi una auténtica fiebre viajera. Era una tapa de color verde con una ranura. Agotado el café soluble, esta tapa de regalo lo convirtió en una hucha, en la que comencé a guardar, cual hormiguita, todo lo que pude arañar al presupuesto doméstico. Cada vez que abría el armario de la cocina lo miraba, contaba y recontaba, quizá con la absurda esperanza de que durante la noche su contenido se hubiese multiplicado.

Una vez calculado el presupuesto del que podía disponer comencé a indagar sobre los destinos  que más me apetecían. Descarté alguno porque el alojamiento excedía mis cálculos; también cambié el medio de transporte elegido, renunciando al avión y al coche de alquiler para viajar con el mío.

He rememorado todo esto mientras leía «Cómo preparar un gran viaje» pues se plantean este tipo de reflexiones a la hora de tomar tantas decisiones, y sobre tantos aspectos, en la organización de nuestro periplo. En mi caso puedo decir que el presupuesto condicionó el destino, y sobre todo la duración del viaje. Sobre la fecha no cabía decisión posible pues se limitaba, como siempre, a nuestro periodo vacacional.

Aquel viaje, que fue el primero de muchos otros, fue además un viaje familiar- niña incluida- y sobre éste y otros modos de viajar (solo, en pareja, con niños…) también ofrece el libro un gran número de consejos y experiencias viajeras.

Si en algo estoy totalmente de acuerdo es en afirmar que hay un viaje para cada uno de nosotros, sin exclusiones. Tan solo es necesario un poquito de ese «espíritu viajero». También en aquello de que «un gran viaje» es aquel que cambia para siempre nuestras vidas, independientemente de que dure un mes o un año; de que atravesemos montañas y desiertos o  que maltratemos nuestros pies sobre el asfalto, bajo la sombra «amenazante» de los rascacielos.

Conozco a algunas personas a quienes un viaje les ha cambiado la vida. Mi querida amiga Leonor ha volado hasta Uruguay y Argentina, donde ahora se encuentra. Ha emprendido un viaje no sólo de kilómetros sino también de sensaciones y experiencias, que seguramente llenarán las líneas y páginas de algún libro, pero sobre todo de su propia vida.

El bote de café con la tapa verde tiene una nueva dueña. Hace poco mi hija cumplió veinte años y, harta de devanarme los sesos en busca de un regalo original con que sorprenderla, envolví cuidadosamente el bote, con una pequeña aportación en su interior. Ahora es ella la que atesora y mira el tarro de cristal, y proyecta escapadas con sus amigos.

En cuanto a Pablo Strubell  e Itziar Marcotegui, son los culpables de que tras la lectura de «Cómo preparar un gran viaje» sienta un nudo en el estómago, una enorme desazón, un hormigueo que me recorre todo el cuerpo. Y es que, ya lo decía Paul Theroux, «un viajero es aquel que se siente descontento con la idea de estar en casa».

Para finalizar…

Cosas de la vida. En estos días precisamente  se celebran las Jornadas de los grandes viajes, en las que Pablo Strubell tiene mucho que ver. Lo que quizá no imagine ni él, ni nadie, es qué fue de la heredera del bote de café soluble. ¿Lo adivináis? Es la creadora de este blog.

Actualización Mayo 2018

He recuperado mi bote de cristal con la tapa verde. Llenarlo, poco a poco, me causa un enorme regocijo. Quizá os resulte absurdo pero cuando lo miro pienso que un viaje, por pequeño que sea, está al llegar.

Después de unos cuantos años, el próximo sábado día 12 Pablo Strubell y yo nos «desvirtualizaremos» en las jornadas de los Grandes Viajes que se celebran en Bilbao.

Viajera reincidente, 5 síntomas para descubrir si lo eres.

5 sintomas de la viajera reincidente

Hola, me llamo Eva, soy una viajera reincidente y llevo 2 semanas, 1 día y 4 horas sin viajar.

Naturalmente, esto es una broma pero estoy pensando muy seriamente en crear una asociación de afectados, un club o algo parecido, porque estoy absolutamente segura de que hay más gente como yo. No se trata sólo de que uno tenga deseos constantes de viajar, de que regrese de un viaje y ya esté pensando en el siguiente. No, se trata de algo más; mi problema es que hay lugares a los que viajo una y otra vez. Hay quien me me pregunta, y no les quito razón, porque en lugar de conocer otras ciudades regreso a las que ya he visitado.

Al principio pensé que exageraban pero, bolígrafo y papel en mano, decidí escribir mis destinos como viajera reincidente para ver si la cosa de verdad era tan grave. Te aconsejo hacer lo mismo y descubrir si optas a un puesto en tan peculiar Club.

  •  1. Si tu lista incluye al menos tantos destinos a los que has regresado como la mía, «háztelo mirar». Esta es mi lista:
    • Toscana (5 veces)
    • Venecia (3 veces) y regreso dentro de poco.
    • París (3 veces) Actualizo ¡Ya van 4!
    • Milán y Bérgamo (en 3 ocasiones)
    • Roma (2) y pendiente de nueva visita.
    • Londres y Condado de Kent (3 veces)
    • Perugia, Asis (2 visitas)
    • Cinque Terre (2 veces) y no me importaría repetir.
  • 2. Si cuando viajas a un destino siempre te marchas con la sensación de que te te han faltado cosas por ver ( Personalmente creo que no es una sensación sino una realidad, hay tantas cosas interesantes  en cualquier lugar…)
  • 3. Si no comprendes a esos que te dicen «pero si total eso se ve en medio día» o a quienes te aseguran que han recorrido un país entero en dos semanas.
  • 4. Si dejaste atrás las jornadas maratonianas y la fase en la que preferías reventarte los pies antes que perderte algo ( a eso se llega con el tiempo y con la edad)
  • 5. Y sobre todo si mientras lees este artículo, y en mi caso mientras lo escribo, sigues pensando en que te quedan muchas pero que muchas cosas pendientes en la última ciudad que visitaste.

En mi «defensa» argumentaré cual es el motivo que me ha llevado a tal situación: nunca dispongo de demasiados días para viajar, por falta de tiempo y, porque no admitirlo, por una cuestión de presupuesto. De manera que dosifico mis breves escapadas cual pildoritas para curar mi mal y siempre que abandono una ciudad con esa sensación de que me han faltado días me consuelo con la frase: «No pasa nada, ya volveré».

Me encantaría descubrir que no estoy sola en este mundo (lo intuyo), que no soy la única viajera reincidente y que hay muchas o muchos como yo. Si te encuentras entre ellos… ¡Bienvenido al club! Me encantaría saber cuales son tus destinos reincidentes, ¡Cuéntanoslos!