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Pitigliano, Sorano y Sovana

Pitigliano me regaló una historia ¿quieres conocerla?

Tan sólo una breve inscripción: «Soldato Capecchi Cesare, morto il 29-5-1917». Ni una lápida, ni monumento funerario alguno. Las flores frescas que me dicen que alguien le recuerda y, junto a él, otros soldados muertos durante la primera guerra mundial. A pocos metros una enorme ancla, erigida en memoria a los desaparecidos en el mar. Rebobino una y otra vez la cinta de la videocámara (si, han pasado unos años, y entonces las videocámaras no eran digitales) intentando percibir algún detalle más de aquel lugar inesperado, pero sólo veo flores. Flores hermosas junto a cada uno de los nombres y fechas, junto a la raiz de los árboles que rodean la verja de este cementerio, y tras la misma verja austera de hierro.

Vuelve la lluvia insistente, que no nos abandona  en esta mañana de marzo. De camino desde Sorano, donde el tiempo apenas nos ha dado un respiro para recorrer sus callejuelas, repletas de talleres en los que los artesanos trabajan la madera del olivo (aún conservo, tras muchos años y mudanzas, un tapón para el vino en forma de gato), nos hemos cruzado con algún grupo de osados excursionistas pertrechados con chubasqueros y botas, a la búsqueda, cual valientes aventureros, de la multitud de excavaciones y tumbas etruscas. Es en los alrededores de Sovana donde se encuentran la mayor parte de las Necrópolis.

Aparcamos, carretera arriba, al llegar a Pitigliano,  que se divisa confundiéndose, mimetizado, con la roca. Encontramos de camino este lugar para el recuerdo, y no me parece un lugar triste ni oscuro, a pesar del día gris.

Son estos lugares inesperados los que dan verdadero sentido a mi viaje. Viajar debiera ser descubrir y contemplar sin previo aviso, pero sin mirar el reloj o el calendario. Así que en realidad somos meros visitantes, ocasionales, que debemos conformarnos con lo que un día o unas horas dan de sí. Con todo, no dejéis por ello de visitar esta zona de la Toscana, en la provincia de Grosseto, aunque sea en una breve escapada por la zona más al sur de la región, tal como hicimos nosotros.

pitigliano

Llegando a la ciudad leo: » Pitigliano, la cittá del tufo». Como supongo que lo del tufo no se refiere a ningún mal olor, pregunto en cuanto tengo ocasión por el significado de esta palabra. Para intentar combatir el frío y la humedad que nos cala hasta los huesos, entramos en un pequeño bar buscando un café caliente. Lo encontramos nada más atravesar la puerta de acceso a la ciudad, en la Piazza garibaldi, y si la memoria no me confunde, cosa que no sería de extrañar, es el » Caffe del Teatro».  El local esta repleto de fotos de Valentino Rossi y otros pilotos de motociclismo, así como de multitud de recuerdos y más fotos de su dueño, un viejo motero. Cuando le pregunto «qué es el tufo», golpea con el puño las paredes del local. «Esto es el tufo», señala, y me explica que es la roca de la que está construída la ciudad. Es una roca volcánica, muy porosa, en realidad formada por cenizas y otros sedimentos que fueron quedando tras las erupciones.

De modo inesperado, acabo de conocer el nombre de aquel propietario apasionado de las motos. Se llamaba Marco y por lo que he podido saber, al menos en 2015, ya no regentaba el local y se había mudado a Piancastagnaio, en la provincia de Siena. También que después de esta fecha, aunque no se cuándo exactamente, el Caffe del Teatro  ha cerrado.

En la entrada del Palazzo Orsini hay un pozo de mármol travertino. No recuerdo exactamente cual es la leyenda pero,  como ya podréis imaginar,  hay que cumplir con el ritual de echar unas monedas en su interior. Fue residencia de los condes de Pitigliano y Sorano y hoy en día sede del obispado. En su interior, el Museo arqueológico y el Museo del Palacio junto a la biblioteca y el archivo diocesano.

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Photo by gianfranco.vitolo on Foter.com / CC BY

Recorremos las estrechas callejuelas, donde abundan los comercios de artesanía en madera de olivo y llegamos hasta el ghetto. Pitigliano acogió desde el siglo XVI una numerosa comunidad judía, hasta un diez por ciento de sus habitantes, que tuvo una excelente convivencia con el resto de la población.  Se creó la Universidad Hebraica de Pitigliano y,  durante la ocupación nazi,  los vecinos de ésta ciudad y de otras conlindantes dieron cobijo a numerosos judíos. Se ha restaurado la Sinagoga, el horno Kosher y el cementerio hebraico.

La lluvia no da tregua, se puede oir el sonido de nuestros pies dentro de los zapatos… chof, chof. Acudimos a una pequeña trattoria, «Cotto e crudo», recomendada por nuestro amigo el motero, no es ninguna de las que figuran en las guías de viaje. El local es pequeño, con apenas capacidad para 15 comensales, con los techos abovedados,  como tantos en la Toscana. Para combatir el frío me decido por una zuppa di farro. Mi anterior viaje a Toscana fue en el mes de agosto y este plato invernal y contundente no era entonces el más apropiado. El farro es un cereal, de grano más pequeño que el trigo. Con él se elaboran numerosas pastas y esta famosa receta,  similar a un potaje, con sus tropiezos de chorizo, panceta… perfecto para «animar» el cuerpo.

El local continúa abierto, con una hermosa terraza en la que comer si el tiempo lo permite, en la Piazza della Reppublica y frente al Castello Orsini.

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Una vez más se reafirma mi opinión de que hay tantos lugares bellos en esta región que quedan eclipsados por la fama de otros. Pero también es cierto que descubrirlos es una bendición para nosotros. Pasear por sus calles casi desiertas, compartir la barra de un café con los vecinos, y entrar en un restaurante donde sólo encontramos a algún cliente local es muy agradable. Sólo espero regresar a Pitigliano e intentar no sentirme como una visitante. Sentarme a contemplar como la ciudad se confunde con la roca, como una eterna viajera, sin mirar el reloj, quizá delante de su nombre… soldato Capecchi Cesare. Y poder conocer, y contaros por fin, su historia.

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